HORARIO MISAS VERANO 2024

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INSCRIPCIONES CATEQUESIS CONFIRMACIÓN Y POSCOMUNIÓN 2024-2025

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01 junio 2014

Homilías 1- Pentecostés 8 de junio.

1.- EL ESPIRÍTU NOS ENSEÑA A DECIR “ABBA”.

Por José María Maruri SJ

1.- El Evangelio, como veis pone el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles la misma noche del domingo de Resurrección. Jesús, muerto y resucitado, envía el Espíritu Santo.

Las reflexiones sobre la venida del Espíritu Santo habría que hacerlas ante un Cristo yacente. Como el del Cristo del Pardo (**) Porque ese Jesús, momentos antes de dar su vida y convertirse en ese despojo humano sin vida pero lleno de paz les habría dicho a sus discípulos “porque os he dicho esas cosas estáis tristes, pues yo os digo que os conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu Santo.


La reacción natural de ese puñado de hombres apiñados junto al Señor que palpan y conocen, no la dice el Evangelio, sin duda, hubiera sido: “Quédate Tu con nosotros y eso nos basta, ¿qué necesidad tenemos de ese Espíritu desconocido? Y nuestra reacción ante ese Cristo yacente podría ser: “¿Merece la pena perderte a Ti, merece la pena que pagues tan alto precio por para que venga el Espíritu Santo?

2.- Y solo hurgando en las cosas que el Señor Jesús les deja dichas a los discípulos cae uno en la cuenta de que para nosotros no solo merece la pena, sino que es necesario que ese Espíritu Santo venga:

a) Donde ya Juan Bautista había dicho: el que viene detrás de mi os bautizará en fuego y en Espíritu. Jesús va a dejar dicho: “tenéis que renacer de agua y de Espíritu Santo” Nuestro nacimiento a Dios, a la Fe, al Reino es en las entrañas del Espíritu Santo. Él no va a dar a luz a la vida verdadera.

b) Pablo nos va a decir que es ese mismo Espíritu Santo el que tomándonos en brazos nos enseña a llamar a Dios “Abba” que en realidad no se traduce como Padre, sino como por “papá”.

c) Y mirando a tantas cosas como Jesús había enseñado a sus discípulos sin en sus manos libro alguno, ni para recopilar su doctrina, ni para explicarla, el Señor Jesús les vuelve a decir que será el Espíritu de la verdad el que les traiga a la memoria sus enseñanzas y se las desmenuce a su capacidad intelectual y se las enseñe.

Será, sentados en las rodillas cariñosas del Espíritu Santo, donde nuestro corazón infantil en lo espiritual, empezará a reconocer a Dios y a saber en realidad quien es Jesús, no solo hombre compañero de nuestra peregrinación, sino verdadero Dios y eso no se aprende de libros, por fuera; se aprende de dentro, de donde está el Espíritu Santo

3.- “No se turbe vuestro corazón, el Padre enviará al Espíritu consolador”. Son palabras del Señor Jesús que nos sabe cobardes y miedicas y que necesitamos unos brazos abiertos a los que acogernos cuando la vida nos da un susto y necesitamos un pecho maternal en que esconder nuestra cabeza agitada por el miedo. Y es el Espíritu Santo el que nos acogerá siempre en sus brazos.

Y porque en la convivencia siempre hay roces y puede llegar un día en que nosotros los hijos nos enfrentemos con el Padre Dios, Jesús nos dejará al Espíritu Santo que nos reconciliará siempre con el Padre a quien hemos ofendido por nuestros pecados. “Recibid el Espíritu Santo y a quien perdonéis los pecados, es decir a quien reconciliéis con el Padre ofendido quedará reconciliado.

Escuchando todo esto que el Señor Jesús dijo en la última Cena se llena nuestro corazón una vez más de agradecimiento ante ese Cristo yacente, porque con pena de que al Señor Jesús le cueste dar su vida, pero nosotros necesitamos una madre como el Espíritu Santo que nos engendre, que nos enseñe a llamar papá a Dios, que repase las lecciones con nosotros, que nos acoja en nuestros miedos y que nos reconcilie con el Padre cuando nos apartemos de Él… A ese Cristo yacente se nos escapa un gracias, Señor, dejándonos en tu lugar una madre en el Espíritu Santo.

(**) El Pardo es una pequeña población, ya unida al Ayuntamiento de Madrid, donde se encuentra un seminario franciscano en cuya iglesia hay una preciosa talla del Siglo XVII de un Cristo yacente de extraordinaria belleza.

2.- ¡SIN MIEDO NI TREGUA! ¡ES PENTECOSTÉS!

Por Javier Leoz

1.- En mayo, con la presencia de María y amparados por el testimonio inquebrantable de los apóstoles, también nosotros sentimos la fuerza del Espíritu Santo que nos empuja a vivir como amigos de Cristo y, además, a ser voceros de su persona, de su estilo de vida y de su misión.

Un cristiano, al asomarse a la ventana del mundo, corre el riesgo de pensar que “nuestro producto” ha quedado desfasado. Que no vende. El miedo, cuando no la vergüenza, puede paralizar ese afán que todo seguidor de Jesús ha de tener: vivirlo y manifestarlo a los cuatro vientos.

¿Por qué tanto miramiento por las etiquetas que nos puedan colgar?

¿Acaso el camino de los viejos creyentes (incluidos los del Antiguo Testamento) ha sido un trayecto de rosas exento de espinas?

¿Es más testimonial y profética una fe de trincheras, que aquella otra de primera línea, en guardia y en retaguardia?

En Pentecostés, el Señor, nos pone un potente suero para que no nos echemos atrás en ese intento que, a una con la festividad de la Ascensión, nos propusimos: te vas…pero seremos tus testigos. No podemos permanecer postrados en una permanente “UCI” esperando a que vengan otros tiempos o que, otros hermanos nuestros, vayan por delante despejando un terreno pedregoso y, a veces, poco fructífero para la fe.

2.- Como hace dos milenios, la Iglesia, sigue haciendo frente a muchos condicionantes que le hacen difícil pero, precisamente por ello mismo, más apasionante su labor. Como el salmón, acostumbrado a ir contracorriente, la iglesia sabe que más allá del horizonte humano, ha de pregonar unos parámetros que lleve a todo hombre a una mayor consecución de justicia, vivencia de fraternidad y conquista de la auténtica verdad.

Como hace 2000 años, la Iglesia, reunida en el nombre del Señor (pocos o muchos, eso es lo de menos) sabemos que el Espíritu Santo es el mejor escudo y la mejor defensa para seguir en nuestro empeño. Para llevar a este mundo nuestro una palabra de consuelo, de alegría, de serenidad, de Dios. Una iglesia que habla sin tapujos, sin complejos aún a riesgo de ser tachada como reliquia del pasado. Precisamente por ello (por ser voz profética y discordante) su mensaje hará que salten chispas cuando puede más la sin razón que el sentido común, la banalidad de las cosas que la dignidad humana, el personalismo más que lo comunitario, el cosmos más que el propio hombre. Una iglesia a la que no le importa mirar de reojo pero con emoción a los orígenes de su nacimiento.

En aquel alumbramiento la comunión de bienes y el perdón, la fraternidad y la alegría, la valentía y la audacia para presentar a Jesucristo….rompieron esquemas y tradiciones, corazones y modos de vida. Unos hombres y mujeres que llamaban la atención y que fueron formando esa gran familia que ha llegado hasta nuestros días.

En Pentecostés, ciertamente, el miedo desparece, la luz se impone sobre la tiniebla, la verdad sobre el error, la universalidad de la iglesia frente a los personalismos, la valentía vence a la cobardía y la fortaleza se hace dueña de la debilidad. ¡Feliz Pascua del Espíritu!

Y para terminar os propongo la siguiente oración:

¡QUE VENGA, SEÑOR!

Tu Espíritu de escucha; cuando como María, estamos atentos a lo que nos dices

Tu Espíritu de serenidad; cuando las noches son más fuertes que el día

Tu Espíritu de fortaleza; cuando la debilidad se impone al tesón

Tu Espíritu de alegría; cuando nos dormimos en los laureles

Tu Espíritu de constancia; cuando no vemos fruto a su tiempo

Tu Espíritu de comunión; cuando surgen las divisiones

Tu Espíritu de comprensión; cuando se hace inteligible tu mensaje

Tu Espíritu de fraternidad; cuando se quiebra la unidad

Tu Espíritu de valentía; cuando nos quedamos inmóviles

Tu Espíritu de ruptura; cuando nos ataca el inmovilismo

Tu Espíritu de eternidad; cuando habla más la muerte que la vida

Tu Espíritu de vida; cuando estamos llenos de todo y de nada

Tu Espíritu de aliento; cuando nos asfixia la contaminación del mundo

Tu Espíritu de resurrección; cuando nos instalamos en lo efímero

Tu Espíritu de misión; cuando todo nos parece hecho

Tu Espíritu de perdón; cuando el hombre se sienta incomprendido

Tu Espíritu de Eucaristía; para que nunca nos falle el alimento.

3.- "RECIBID EL ESPÍRITU SANTO"

Por Antonio Díaz Tortajada

1. Cincuenta días después de la noche de la Pascua, cincuenta días después del sábado Santo, la Iglesia ha puesto la conmemoración de la difusión del Espíritu Santo entre los miembros de la comunidad cristiana, como una forma de darle un nuevo sentido, en Cristo, a la fiesta judía de Pentecostés. En el mismo día de la resurrección Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo". Para los primeros cristianos, la difusión del Espíritu era una primera consecuencia de la misma resurrección. Desenvolviendo pedagógicamente todo lo sucedido teológicamente con la resurrección, la Iglesia ha puesto la difusión del Espíritu de Dios en la fiesta judía de Pentecostés.

2.- Lo que tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles como relato de lo sucedido en Pentecostés, no es sino el antitipo, como si dijéramos el otro lado del "calcetín" de lo que, según el libro del Génesis, ocurrió en Babel con la famosa torre. Si en Babel no pudieron entenderse fue porque allí los juntó la soberbia, y de nada sirvió entonces que hablaran el mismo lenguaje. Aquí en Jerusalén, en Pentecostés, los junta el amor, el Espíritu Santo, el impulso que mueve a Dios, y hablen o no el mismo idioma, se entienden perfectamente los unos a los otros, los unos con los otros. Fijémonos en que no se dice que san Pedro y sus compañeros hablaran otros idiomas, sino que hablando Pedro en su idioma, todos los presentes lo entendían en el de cada uno de ellos. Porque hablar en lenguas es hablar en el lenguaje del amor, en el lenguaje del Espíritu, en el lenguaje de Dios.

3. El día de Pentecostés los judíos presentaban delante de Dios, en el templo, las primicias (la primera gavilla) de la cosecha del trigo. Para darle un nuevo sentido, adquirido en Cristo, a esa fiesta, los Hechos de los Apóstoles dicen que ese día se bautizaron, en el nombre de Jesús, alrededor de cinco mil personas; los primeros granos de la cosecha de Cristo resucitado. De paso, nadie podía comer trigo antes de la presentación de las primicias ante Dios en Pentecostés; hasta Pentecostés los panes que comía todo el pueblo de Israel eran de cebada, como podemos verlo en el evangelio de Juan, durante el episodio de la multiplicación de los panes. Así es que los panes que comió Jesús en la cena pascual eran panes de cebada, no de trigo, que sólo podía hornearse después de la fiesta de Pentecostés.

4. El Espíritu Santo no puede venir sobre nosotros y poseernos sin hacer de nosotros un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Somos miembros del cuerpo resucitado de Cristo. Los miembros tienen vida sólo en el cuerpo y para el cuerpo. Fuera del cuerpo, el ojo o el brazo pierden su función y se pudren. En el cuerpo, el ojo o la mano no funcionan para sí mismos, sino para el cuerpo entero. Si la mano no le llevara comida a la boca, hasta la mano misma moriría. Eso es lo que nos recalca la segunda lectura de la liturgia de la fiesta de Pentecostés.

La retención de pecados o absolución de ellos que aparece en el Evangelio de hoy, no tiene nada que ver con lo que actualmente llamamos sacramento de la Penitencia, sino con el Bautismo, única forma de perdón de los pecados que existía en la Iglesia de los primeros siglos. Todavía decimos en el Credo: Creo en un solo Bautismo para el perdón de los pecados.

En el relato de los Hechos dice que se sintió un viento fuerte; la misma expresión que en hebreo significa "viento fuerte" significa, también "Espíritu Santo" y el escrito juega con los dos sentidos.

Lo que cayó en Pentecostés sobre los apóstoles es un baño de Espíritu de Dios, y el relato no dice que vieran lenguas de fuego, sino unas como lenguas de fuego. Es el baño del fuego divino, es el baño del impulso que mueve a Dios, es, pues, un baño de amor. Los antiguos hablaban acerca de dos cataclismos-baños que debían purificar al mundo de sus pecados, uno de agua (el diluvio) y otro de fuego. El que los apóstoles reciben sobre sí en Pentecostés es el baño del Espíritu, difundido por Jesucristo desde su resurrección.

5. Si Dios no fuera Espíritu Santo, si el Espíritu Santo no fuera Dios, si en Dios no existiera eso que llamamos Espíritu Santo, la vida cristiana sería pura Ley, pura norma, puro mandato, pura institución, puro fariseísmo. Pero Dios es amor y el amor es Dios. A ese amor, que es Dios, le llamamos nosotros en nuestro lenguaje teológico : Espíritu Santo. ¿Cómo estar poseído por el Espíritu Santo sin estar poseído por el amor ? Por el amor a Dios y por el amor al prójimo, dos manifestaciones del mismo Espíritu.

El Espíritu Santo no tiene nada que ver con espiritísmos populares que provocan ataques de histeria, nervios o epilepsia. El dueño de la casa, y el Espíritu Santo lo es, no rompe las puertas; primero porque tiene las llaves y habita dentro; segundo, porque sabe, como dueño de la casa, lo que cuestan las puertas.

El Espíritu Santo no entra ni sale de ningún lado cuando se trata de hablar de su relación con la persona del cristiano. El Espíritu Santo habita en nosotros como en un templo y nos impulsa desde dentro a hacer todo lo que hizo Cristo, pues tenemos su fuerza en nosotros.

El Espíritu Santo es Dios. Cuando Dios posee algo no lo gasta o anula, sino que lo plenifica. Cuando el Espíritu Santo posee a alguien, esa persona no pierde su responsabilidad ni se reduce al comportamiento de un animal, sino, todo lo contrario, se plenifica como persona, es decir se vuelve más consciente, más responsable, más humana que nunca, más llena de amor, más llena de luz, más llena de paz.

Atribuir al Espíritu Santo fenómenos del psiquismo interior más íntimo no lleva sino a desprestigiar nuestra fe y a convertir nuestra religión en objeto de burla justificada por parte de personas serias y a las que, más bien, debiéramos hacerles posible y deseable creer.

4.- LOS DONES DEL ESPÍRITU AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

Por José María Martín, OSA

1.- Celebramos la fiesta del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tras la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén, tal como Jesús les había ordenado. Se encontraban todos reunidos tras la elección de Matías, cuando se produjo de repente un viento muy fuerte que invadió toda la casa y aparecieron como divididas unas lenguas de fuego que se posaron sobre ellos. En el capítulo primero había dicho que eran "unos 120". ¿Recibieron todos el Espíritu Santo o sólo los apóstoles?. San Agustín, comentando este texto dice que lo recibieron todos y no sólo eso, sino que también ahora se nos otorga a nosotros el Espíritu Santo y nos da un consejo para poder recibirlo: "conservad la caridad, amad la verdad, desead la unidad, a fin de llegar a la eternidad".

2.- Como nos dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios quien ama tiene el Espíritu Santo, que se manifiesta en los dones que nos concede. El actúa en nosotros, aunque cada uno reciba un don o carisma. La palabra "jaris" --del griego-- significa carisma o regalo gratuito que Dios nos da. ¿Reconoces en ti algún don del Espíritu?. Lo has recibido no para que te lo guardes, sino para ponerlo al servicio de la comunidad. A cada carisma corresponde un ministerio --ministerium en latín--, que significa servicio o función. ¿Qué función desempeñas tú en la Iglesia?

Todos somos miembros del cuerpo de Cristo, pero al igual que ocurre en el cuerpo humano, cada miembro desempeña una función. Es la hora del laico en la Iglesia. Laico es todo bautizado miembro del pueblo de Dios --laos en griego significa pueblo--. Sin la colaboración de todos los miembros un cuerpo no puede funcionar. Si un miembro se echa para atrás o se resiente, todos sufren. Así es la Iglesia. En ella todos somos importantes, por ello es urgente que los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar y su carisma dentro de la Iglesia; así podrán desarrollarse de verdad los ministerios laicales. Pero para ello el laico o seglar tiene que abandonar su pasividad y participar plenamente en la vida de su comunidad. En el Sínodo celebrado en Madrid y clausurado en la Vigilia de Pentecostés de este año se ha destacado precisamente que el misterio de comunión dentro de la Iglesia se desarrolla de verdad desde la corresponsabilidad de clérigos, religiosos y laicos. Pero se presentan dos grandes retos: 1º hay que comenzar con la formación para que los laicos pasen de la infancia en la fe a la edad adulta; 2º los clérigos deben compartir su responsabilidad con los laicos y dejar que estos también sean parte activa de la vida de la comunidad.

3.- Los símbolos de la llegada del Espíritu son muy claros. El viento ayuda a renacer, a dar vida, todo lo vuelve nuevo. El fuego purifica, da autenticidad y repara lo que está torcido. Dejemos que el Espíritu renueve nuestros corazones, encienda su luz en nosotros, que penetre en nuestra alma y sea nuestro consuelo, que nos enriquezca y llene nuestro vacío, que nos envíe su aliento para vencer el pecado. Los dones que nos regala son actuales. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía, nos hace encontrar el secreto de la felicidad: la entrega total a Dios. La inteligencia nos ayuda a distinguir los signos de los tiempos y aceptar los cambios necesarios. El consejo nos da la posibilidad de descubrir cuál es el buen camino que hay que seguir. La piedad nos ayuda a vivir la espiritualidad y nos aleja del materialismo. La ciencia nos permite descubrir cómo son las cosas, aunque no nos dé el sentido último de las mismas que nos viene por la de. El temor de Dios, entendido como debe ser, nos hace realizar por amor lo que Dios espera de nosotros. La fortaleza es necesaria para asumir compromisos auténticos sin miedo al mañana. Jesús nos da las arras del Espíritu, que son una garantía de la vida eterna que nos promete. En la antigüedad las arras daban fe cuando se hacía un negocio de que lo prometido se iba a cumplir. Siéntete enviado por Jesús a anunciar la Buena Nueva con la ayuda del Espíritu Santo para conseguir de verdad la vida eterna.

5.- LA LLEGADA DEL ESPÍRITU

Por Ángel Gómez Escorial

1.-Jesús se ha marchado. Ha ido al cielo. Y en su lugar, envía al abogado, al Paráclito, al Espíritu. Este Espíritu de Dios va a cambiar profundamente a los Apóstoles y va poner en marcha --a gran velocidad-- a la naciente Iglesia. Y ese, a nuestro juicio, va a ser el gran milagro de la Redención, superior --si se nos permite-- a los grandes signos que el Señor Jesús realizó sobre la faz de la Tierra. Unos cuantos jóvenes temerosos, que habían asistido --desperdigados-- a la ejecución de Jesús, asisten, todavía, llenos de dudas al prodigio de la Resurrección y de la contemplación del Cuerpo Glorioso. Van a preguntar a Jesús, todavía --lo leíamos el domingo pasado--, "si va a restablecer el Reino de Israel". No se percatan de la grandeza de su misión, ni de lo que significa la Resurrección de Jesús. El Espíritu va a cambiarlos, profunda y radicalmente. Y así, de manera maravillosa, va a comenzar la Iglesia su andadura. Y cómo llama la atención el efecto del Espíritu Santo que inundó a los primeros discípulos y que narran los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. Lucidez, entrega, valentía, amor, exhiben los Apóstoles en esos primeros momentos.

2.- Puede decirse que ya, en un momento de nuestra conversión, tenemos todos los conceptos básicos en nuestra mente. Y poco a poco esos conceptos se van haciendo más claros para situarse en la realidad de nuestros días, pero también en lo más profundo de nuestro espíritu. Hay percepciones muy interesantes y "explicaciones" internas a muchas dudas. Existe pues una ayuda exterior, clara e inequívoca que marca esa presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos renueva por dentro y por fuera. Está cerca de nosotros y lo único que tenemos que hacer es dejarle sitio en nuestra alma, en nuestro corazón.

También, la promesa de la renovación de la faz de la tierra es importante. En estos tiempos en los que la mayoría del genero humano ha aprendido a ser ecologista, si que se le podía pedir al Espíritu que renovara la faz del planeta para terminar con toda contaminación y agresión. Contaminar es sucio --lo contrario a puro-- y agredir es violencia, lo opuesto al sentido amoroso de la paz que nos comunica el mensaje de Cristo. El Día de Pentecostés es la jornada de la renovación, de la mejora, del entendimiento y tiene que significar un paso más en la calidad de nuestra conversión. El, el Espíritu nos ayuda. Y debemos oírle y sentirle, uno a uno; no solo en las celebraciones comunitarias en las misas de hoy, si no en nuestro interior.

3.- La Iglesia celebra una Vigilia de Pentecostés que es preciosa por sus contenidos litúrgicos y de la Palabra. Aunque menos celebrada que la Vigilia de Pascua, pero no por eso menos interesante. Hay asimismo una gran similitud con las lecturas de la Misa del Domingo que es la que ofrecemos en la presente Edición de Betania. Aparece la Secuencia del Espíritu, texto maravilloso, utilizado también como himno en la Liturgia de las Horas y que es, sin duda, una de las composiciones litúrgicas más bellas que se conocen. El relato de los Hechos de los Apóstoles es de una belleza y plasticidad singulares, el viento recio, las lenguas como de fuego, la capacidad para hacerse entender en diversas lenguas e, incluso, el comentario asombrado de quienes escuchan. Y es que el prodigio acaba de comenzar y este prodigio continúa vivo.

El Espíritu Santo mantiene la actividad de la Iglesia y nuestro propio esfuerzo de santificación o de evangelización. La respuesta al salmo es también de una gran belleza y portadora de esperanza: "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra". La faz de la tierra tiene que ser renovada en estos días malos. San Pablo va a definir de manera magistral que hay muchos dones, muchos servicios muchas funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. Es una gran definición Trinitaria enmarcada en la vida de la Iglesia. El Evangelio de San Juan nos completa el relato. Será Cristo resucitado quien abra a los Apóstoles el camino del Espíritu. Les dice: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Y se muestra, asimismo, la capacidad de la Iglesia para el perdón de los pecados. Cristo acaba de instituir el Sacramento de la Penitencia. El camino, pues, de la Iglesia queda abierto. La labor corredentora de los Apóstoles y de sus sucesores está en marcha.

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