En los textos de hoy encuentro una tensión entre el "Ven y ayúdanos" de la primera lectura y el "Por eso el mundo os odia" del evangelio de Juan. Esta tensión se da en el día a día de nuestra existencia cristiana. ¿Cuántas veces hemos sentido las "llamadas", los gritos, de la realidad? A veces, se trata de una persona en apuros; otras, de una situación de injusticia flagrante; otras, de un desierto de indiferencia religiosa. Cuando no blindamos nuestro corazón a la realidad, oímos muchas veces la voz que Pablo oyó: "Ven y ayúdanos". Sentimos que el mundo es la casa familiar en la que podemos echar una mano. Experimentamos una corriente de simpatía y de solidaridad. ¡Estamos hechos para servir a este mundo, para responder a sus llamadas!
Pero, ¿no es verdad que, en ocasiones, experimentamos también el "odio" del mundo? No me refiero, naturalmente, a las críticas que a menudo recibimos los creyentes por nuestras conductas inauténticas, sino a esa persecución (sorda o abierta) de que somos objeto simplemente porque representamos otra manera de entender la vida. Jesús nos habla sin tapujos. Si nunca somos perseguidos, entonces estamos jugando al "más de lo mismo", no representamos ninguna novedad, ninguna alternativa. Y, lo que es más radical, no nos parecemos a nuestro Señor, que fue perseguido hasta la muerte.
Fernando González, cmf
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