12 mayo 2016

Homilía para Pentecostés

Antes de separarse de los discípulos, Jesús les prometió que serían revestidos de la fuerza de lo alto con la efusión del Espíritu. Hoy celebramos que la promesa se cumplió, que se sigue cumpliendo para nosotros también. 
1. Un don de múltiples facetas 
La venida del Espíritu viene narrada en varios modos y momentos, como hemos escuchado. 
El evangelio de Juan la sitúa la misma tarde en que Jesús “se deja ver” por sus discípulos como vencedor de la muerte, para señalar que el don del Espíritu está específicamente ligado a la resurrección del Señor: sólo rompiendo el fatalismo de los poderes del mundo es posible nacer de nuevo (Jn 3,5ss). 
El relato de Hechos en cambio (1ª lectura) la fecha 50 días después, en Pentecostés (fiesta judía de las cosechas), subrayando que es un fruto maduro de la resurrección, para gustar del cual Jesús ha ido preparando a sus discípulos durante varias semanas a una percepción nueva. 

Pablo, más bien, la muestra como una acción continua, una venida permanente del Espíritu a la comunidad cristiana en su unidad y diversidad, donde «se manifiesta en cada uno para el bien común» (2ª lectura). 
No debemos restringir la efusión del Espíritu a una situación determinada, a un momento histórico concreto, a unos receptores privilegiados. Dios sigue regalando su Espíritu hoy, en nuestro mundo, a nosotros también. 
2. Un don que se descubre por sus efectos 
¿En qué lo notamos? El mismo N.T. nos dice que es «como un viento impetuoso» que no sabes «de dónde viene ni a dónde va»; que es «como llamaradas» que comunican su ardor a todo. El Espíritu siempre deja huella, cambia la vida, produce efectos. 
Lo vemos en aquellos primeros testigos: la efusión del Espíritu comporta unatransformación en el pequeño grupo: su corazón arde de nuevo, y frente al miedo reciben una palabra de paz que les colma de alegría, una fuerza que les pone otra vez en marcha, una audacia que supera sus cobardías. Son encargados deperdonar, porque ellos mismos experimentan la reconciliación. Ya no se disputan los primeros puestos, sino que se preocupan de los hermanos, dan testimonio del amoruniversal de Dios y se vuelcan en los necesitados. 
El Espíritu da vida a nuestro ser mortal (Rom 8,9-11), colma nuestra sed profunda (Jn 7,37ss) y nos trasmite ese gozo que nadie podrá quitar (Jn 15,11; 16,22), sin el cual es imposible todo compromiso por el Reino. Él nos asiste y nos impulsa en elseguimiento de Jesús hoy y ahora, nos ilumina lo nuevo (Jn 14,16-17.26; 16,5ss), da palabra y gesto proféticos a cualquiera, hace que los jóvenes tengan visiones y los ancianos (aún) sueñen sueños (Hech 2,17).
3. Un don que nos vincula 
Esta experiencia de comunión funda la Iglesia, donde no se eliminan las tensiones y las miserias humanas, pero donde el Espíritu sacramentaliza el brotar de laHumanidad Nueva. «Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo». 
Con la sorpresa con que aquella muchedumbre abigarrada oía a los apóstoles «hablar de las maravillas del Señor en su propia lengua», también nosotros descubrimos la diversidad como una riqueza que nos construye y nos complementa, porque «un mismo Dios obra todo en todos». A Él damos gracias ahora juntos en la Eucaristía, vinculados en un solo cuerpo por el don del Espíritu. 
Álvaro Alemany Briz, S.J. 

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