27 mayo 2016

Comentario al Evangelio de hoy

La maldición de la higuera en el Evangelio, hecho extraño, tomado sólo en su materialidad, provoca inmediatamente inquietud: ¿por qué maldecir a un árbol cuando naturalmente no era tiempo de higos? Antes intentar comprender este gesto insólito de Jesús, quisiera empezar con un versículo de la primera lectura: “Mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados” (1Pe 4,8). Aunque el amor mutuo parezca algo sencillo, una actitud natural del ser humano, en la Sagrada Escritura asume un sentido salvífico al cubrir la multitud de pecados. Álvaro R. Echeverría, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, dice en cierta ocasión que “fuera de la fraternidad no hay salvación”. En este sentido el amor mutuo tiene fuerza de redención.

El amor es la pequeña vía de la infancia espiritual escogida por Santa Teresa de Lisieux. En la búsqueda espiritual de su misión en la Iglesia descubrirá que su vocación es el amor. Pero es un amor exigente, capaz de aceptar el otro pese todos los prejuicios que podemos tener en su contra. Por eso los frutos del amor según la primera lectura de hoy son: la hospitalidad y el servicio. La oración adquiere sentido desde ese amor que nos abre a Dios y a los demás a través de la entrega sin reservas. Solamente en la clave del amor podemos permanecer alegres en el sufrimiento, pues en Cristo el sufrimiento también adquirió un sentido salvífico.
Con eso creo que es más fácil entender el episodio del Evangelio de la higuera que no produce frutos. Este gesto de Jesús hacia la higuera está entre dos momentos de Jesús en el Templo. En el primer momento dice que Jesús apenas “observó todo a su alrededor” (Mc 11,11). En el segundo momento echó fuera a los que vendían y compraban en el Templo (cf. Mc 11,15). Entre las muchas interpretaciones que podemos hacer, la higuera puede ser vista como la actitud de quien vive una religión de mercancía, donde todo tiene su precio, incluso la salvación. Al expulsar los vendedores del Templo Jesús reclama lo que es esencial en la fe: el amor que puede salvarnos de intereses materialistas. Es cierto que hay otras interpretaciones, pero creo que esta puede ayudarnos a entender que el deseo de Jesús es que nuestra vida nunca sea estéril de amor.
Pidamos al Señor que nuestra oración se convierta en frutos de amor mutuo, que todos los que se acerquen a nosotros puedan probar buenos frutos de hospitalidad y de servicio.  
Eguione Nogueira Ricardo, cmf

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