30 noviembre 2015

Lunes I de Adviento

Hoy es 30 de noviembre, lunes de la primera semana de Adviento, festividad de San Andrés.
Arranca el Adviento, es el inicio de un tiempo de espera. Un tiempo para dejarme mirar por Dios. Un tiempo para dirigir la mirada hacia él. Una nueva oportunidad para reconocer que quizá me halla alejado y que sin embargo puedo ir descubriendo las llamadas de Dios para volver hacia él. Aprovecho este tiempo de Adviento para dejarme atraer por el amor infinito del Padre. Pongo atención a las invitaciones que van apareciendo en mi vida. Vengan envueltas de fracaso o de éxito, de alegría o de dolor. Todas ellas son regalos de Dios para mí en esta Navidad que se acerca.
La lectura de hoy es del profeta Isaías (Is 2, 1-5):
Visión de Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

Es bueno contemplar la realidad que me rodea. Hay signos alrededor de vida que desaparece. De violencia que lleva a la muerte. De egoísmos que generan pobreza. La contemplación parece llevarme a pensar que el final de todo es la muerte. Pero Dios mira esa realidad de otra manera. Una mirada que le conmueve y le compromete. Una mirada esperanzada que anima a transformar en vida. A transformar los instrumentos de violencia en herramientas para la vida.
A veces me dejo llevar por el convencimiento de que en mi vida ya no va a pasar nada. Le pido al Señor que me contagie su modo de mirar para abrirme a la novedad, para comprometerme con él.
Mientras leo de nuevo el texto repaso esos signos que me invitan a ver la presencia de Dios en medio de la oscuridad. A reconocer el deseo de Dios, su sueño para mí y para cada uno de sus hijos.
Termino este tiempo agradeciendo la posibilidad de contemplar y de dejarme mirar por Dios. Expreso mi deseo de ilusionarme, de llenarme de esperanza, de ver la realidad con otros ojos. Le pido que me acompañe en este camino.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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