18 septiembre 2013

Reflexión al Evangelio de hoy

Hoy leemos el evangelio y nos deja un mal sabor de boca, parece que no tenemos remedio, que Jesús siente una gran decepción por su pueblo. Es inutil lo que haga, siempre habrá un excusa para no creer, siempre habrá una excusa para aquellos que interpretan las acciones de Jesús desde la sospecha culpable del que no quiere cambiar. En el fondo, creer en Jesús ayer, hoy y siempre requiere un primer movimiento en el corazón humano: abrirse honestamente a la Palabra, querer escuchar. Dios no se nos impone, se muestra y se esconde a la vez, se ocuta y se revela, es luz y sombra.
Por eso creer en Jesús requiere un acto de confianza primero, querer ver la luz. Creemos porque en el fondo hemos dado ese paso, libres, decididos, honestos que nos pone en la onda del Espíritu. El problema está en aquellos que damos el paso pero a medias, siempre jugando entre la luz y la sombra, el hombre nuevo y el viejo. El problema está en los que queremos nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, cruzar el mar y no arriesgarnos.
Jesús viene a nosotros, y para acogelerle con corazón sincero tenemos que reconocer nuestra oscuridad, poner nombre a nuestras esclavitudes, dejara de congeniar con la mediocridad... si le dejamos El es capaz de iluminar todas nuestras oscuridades. Si no queremos, siempre econtraremos una excusa para justificar nuestra incledulidad.

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