20 diciembre 2015

Homilía Domingo IV de Adviento

1. Situación
Dios trae la Salvación a la humanidad entera; pero la realiza mediante la fe de unas cuantas personas, casi siempre anónimas, cuya vida y palabra adquieren eficacia sólo cuando es acogida por el mismo espíritu de fe.
Ocurre así, también, en cada historia personal. Recuerda las personas que antes y ahora te han influido a esos niveles. Cuando la fe es sólo una herencia social o una normativa para pensar y hacer, su fuerza transformadora es más aparente que real. Cuando dinamiza el corazón y la vida de la persona, la historia de la Salvación está en marcha.
2. Contemplación
Así lo comprende Isabel, cuando le visita su prima María. Un acontecimiento familiar toma relevancia universal. Y en torno a la fe de María y al misterio del hijo de sus entrañas, las palabras proféticas de Miqueas y el salmo responsorial se revisten de contenidos nuevos insospechados. Ha llegado a sazón el Tiempo. Estamos en presencia del Acontecimiento esperado por los siglos. ¡Todo, tan simple y tan cargado de esperanzas infinitas!
La segunda lectura de hoy (Heb 10,5-10) nos coloca en el centro mismo desde donde irradia, para la fe, la luz que, en esta hora bendita, transfigura al mundo. Todo ocurre en el seno de María: el sí de Dios al mundo al darnos a su Hijo, el sí del Hijo cuando entra en el mundo y el sí de María, el mundo que acoge por la fe el don de Dios, coinciden. ¡Ya está!

Nuestra celebración, en vísperas de Navidad, se hace adoración y recogimiento. María representa a la Iglesia, a cada uno de los creyentes que, a través de los siglos, han sentido en sus entrañas la vida del Hijo de Dios.
3. Reflexión
Si has leído estas semanas los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas, te habrán resultado sorprendentes: por sus relatos, llenos de portentos, y por su mensaje. 
Los estudiosos nos confirman lo que ya sospechábamos, que lo portentoso (anuncio de ángeles) tiene, principalmente, una intencionalidad teológica, hacer ver quiénes son Jesús y María de Nazaret para la comunidad creyente, por qué el Mesías nació y vivió tantos años en la oscuridad de Galilea.
En el camino de nuestro Adviento, nos interesa resaltar la figura de María en cuanto «mujer creyente», proclamada por su prima Isabel como dichosa por haber creído, cabalmente. María ha sido vista por el pueblo cristiano desde distintas perspectivas. A raíz del Concilio Vaticano II va predominando esta perspectiva: María, modelo de fe. Incluso la maternidad virginal de María es valorada principalmente en su dimensión de fe, más que en su «maternidad natural». Recuperamos así la perspectiva bíblica.
Tiene esto mucha importancia para nuestra vida cristiana. Al subrayar cada vez más la humanidad de Jesús, María nos parece una mujer «normal»; no la vemos «aparte», en el reino de la divinidad. 
Nos ocurre como con Jesús: Al verlo como un hombre concreto, en una historia conocida con métodos racionales, terminamos por reducir a Jesús a un profeta entre otros o a un modelo ético. La solución no es volver a sublimar, divinizando, las figuras de Jesús y de María, sino radicalizar la fe.
La fe adulta se constituye así: en acoger la humanidad de Dios, y quedarse sobrecogidos ante la grandeza, la sabiduría y el amor de Dios en nuestra carne humana.
No se necesita divinizar lo humano, pues Dios se ha hecho hombre. ¡Nunca tan admirado, adorado, deseado y engrandecido!
Al humanizar la figura de María y valorarla por su fe, la seguimos llamando Madre del Señor y madre nuestra; pero de una manera nueva, la auténticamente espiritual, en la identidad de vida que viene de Dios, la Palabra, que María acoge por la fe y en ella se hace carne, la misma Palabra que nosotros acogemos por la fe y se hace historia en nuestras vidas.
¡Dichosos nosotros si creemos de verdad en la Palabra de Dios!
J. Garrido

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