12 junio 2016

Pecadores amados por Jesús

Maravillosa esta página de la vida de Jesús que recogen los cuatro evangelios. Es un verdadero tesoro religioso, cargado de humanismo, es una escena dramática, ante buenos y malos Jesús revela rasgos inconfundibles de la grandeza del ser de Dios, nos revela los que son los predilectos de su amor. 
La página que hemos escuchado es del evangelio de Lucas. Simón es un fariseo, un distinguido maestro religioso, que quiere dialogar con Jesús, le invita a comer a su casa. Durante el banquete sucede algo que Simón no había previsto. Ante la sorpresa de los invitados, una mujer de la localidad, conocida como prostituta, interrumpe en la sobremesa, se echa a los pies de Jesús, los besa una y otra vez, los unge con un perfume precioso, los seca con sus cabellos sueltos y rompe a llorar. Todos los invitados, sorprendidos, escandalizados, la conocen y desprecian a la mujer y su gesto de ternura y osadía indescriptible. Simón contempla la escena horrorizado. Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa. No lo puede soportar, Jesús para él es un inconsciente, no puede ser un profeta de Dios.
Jesús ha comenzado a dialogar con la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial Jesús le ofrece el perdón de Dios, le desea que viva en paz:«Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Jesús le dice a Simón el fariseo indignado: “si, sus pecados le están perdonados porque ha amado mucho”.
Qué decimos nosotros. Hoy pervive este drama, mujeres que lloran amando, fariseos que no creen que Dios ama a los pecadores y que no consienten que los pecadores se acerquen en los actos de culto a Él. Jesús, casi en soledad, sus palabras recogidas en los evangelios en las que no todos sus seguidores llegan a creer: “Dios es amor, amor para todos sus hijos, es solo amor”.
¿Nosotros hacemos nuestro este mensaje de Jesús, lo creemos? Porqué ante todo Dios nos inspira temor, tememos a Dios?
Nosotros hemos preferido pensar que Dios es como nosotros, que si hemos pecado, necesita para amarnos que le pidamos perdón, y que al pedirle perdón es como cambia y nos devuelve de nuevo su amor. El nuestro, es un problema de temor de Dios. Porque Dios no puede cambiar, siempre es un ser que ama. Lo decía Jesús en parábolas bellísimas. Es como el padre del hijo que se ha ido de casa, arrebatando una fortuna que malgasta, y el padre rebosando amor por su hijo, sale todos los días a ver si a lo lejos en el camino aparece su hijo. Y el abrazo del padre sin dejar que su hijo se excuse de nada. Y es el samaritano que de viaje, que ve al borde del camino, arrojado es una cuneta, a un hombre mal herido, nadie ni le mira, se detiene ante el pobre tullido, le cura sus heridas, lo lleva al mesón, cuida de él. Por allí habían pasado religiosos sin mirar siquiera al desgraciado desangrándose en la cuneta.
Hay muchos fariseos que llenan nuestros templos pensando que el dios en el que creen es parecido a nosotros, que solo puede amar a los buenos, porque dios tiene que ser justo, no creen en el Dios que ama a todos sus hijos, incluso a los pecadores, a todos los seres humanos, el dios verdadero perdona cuando se le pide perdón y se repara la culpa, hace justicia como se hace justicia en nuestro mundo, con una justicia y un perdón pensados para el buen orden de nuestras sociedades.
Sobran palabras, pero el pensamiento de Jesús es muy claro. Simón el fariseo falla en algo muy básico: está cerrado al mundo del amor y del perdón, de la ternura de Dios. Sólo está abierto a la ley. De Dios tiene la imagen de que es un gran contable, que va anotando las buenas obras y los méritos de cada uno. Simón es el símbolo del hombre religioso y observante, que no tiene conciencia de deber nada a Dios, pues se lo ha ganado todo a pulso, tampoco está necesitado de su perdón, es justo y no peca. 
Simón está escandalizado de la escena que se vive en su casa, no es capaz de “ver” el amor de la mujer, de su gesto. Su mirada está condicionada, filtrada, por el prejuicio y la norma, solo ve a una “pecadora”no ve el amor que ella muestra, considera su gesto un atrevimiento pecaminoso. 
De acuerdo con la ley, él tenía unos principios religiosos claros y sencillos: el mundo se divide en buenos y malos, los buenos son los que cumplen la ley y los pecadores son los que cometen faltas notorias. Simón se siente bueno y se aparta de los pecadores. Dios ama a los buenos y no puede amar a los pecadores, está apartado de ellos. Jesús el Nazareno, invitado en su casa, no se aparta de los pecadores, por eso Jesús no se guía por el Espíritu de Dios.
Su reacción era la esperada, la propia por parte de cualquiera persona religiosa observante de aquella sociedad judía. Una mujer no podía “soltarse el pelo”; aquella mujer está dando una demostración amorosa en clave erótica, es una pecadora.
La novedad del mensaje de Jesús consiste en que los sectores más excluidos, los mas despreciados por las personas “importantes” de aquella sociedad: las prostitutas, recaudadores, leprosos… tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, porque son los más necesitados de acogida, comprensión, dignidad y amor humano y para Jesús el amor tiene un valor supremo en las relaciones humanas, civiles y religiosas.
Este mensaje de Jesús despierta la alegría y el agradecimiento en los “pecadores”, que se sienten aceptados por Dios, no por sus méritos, sino por la gran bondad del Padre del cielo.
Los “perfectos” reaccionan de manera diferente: no se sienten pecadores, ni tampoco perdonados. No necesitan del perdón ni de la misericordia de Dios. Las palabras de Jesús los deja indiferentes. Esta prostituta, en cambio, conmovida por el perdón de Dios, no sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento, llora a los pies de Jesús.
Jesús afirma de la mujer: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dice: «Tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Jesús presenta su verdad: Dios es Amor, nosotros somos los que ponemos las barreras ante él. Dios no cambia ante el cambio de nuestras actitudes, siempre está amando. Somos nosotros los que borramos de nosotros su imagen con las actitudes de que nos revestimos, con el mal que hacemos contra otros, contra nosotros mismos. Si somos capaces de quitar esas barreras, de sacudirnos y de dejar de realizar el mal contra hermanos nuestros, aparecerá de nuevo ante nosotros el Dios que nos ama, que no espera que le digamos nada, que nos dará un abrazo de padre, como al hijo de la parábola que le ha ultrajado, que curará nuestras heridas y nos montará en su cabalgadura, como al pobre malherido para llevarnos a su mansión. No está esperando nuestro perdón, necesitamos su amor, nos ha perdonado ya.
Somos nosotros los que al no fiarnos de que Dios ama, no creemos en el Dios que es amor, no tenemos confianza en Dios, exigimos que Dios sea como nosotros.
Y así es como resulta escandaloso el mensaje de Jesús que asegura que “los despreciados y condenados por los hombres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios”, son ellos los más necesitados de acogida, dignidad y amor. 
Esta preciosa pagina evangélica nos lleva a pensar, que algún día en las comunidades cristianas tendremos que revisar, a la luz de estas palabras y de este comportamiento de Jesús, nuestra actitud ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución, o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran.
Nosotros que pretendemos seguir a Jesús nos deberíamos ir haciendo ya algunas preguntas ante su palabra: ¿esos hombres y mujeres dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús?, ¿de quién podrán escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba Jesús?, ¿qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente?, ¿con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?
Maravillosa esta página de la vida de Jesús que recogen los cuatro evangelios. Es un verdadero tesoro religioso, cargado de humanismo, es una escena dramática, ante buenos y malos Jesús revela rasgos inconfundibles de la grandeza del ser de Dios, nos revela los que son los predilectos de su amor.
La página que hemos escuchado es del evangelio de Lucas. Simón es un fariseo, un distinguido maestro religioso, que quiere dialogar con Jesús, le invita a comer a su casa. Durante el banquete sucede algo que Simón no había previsto. Ante la sorpresa de los invitados, una mujer de la localidad, conocida como prostituta, interrumpe en la sobremesa, se echa a los pies de Jesús, los besa una y otra vez, los unge con un perfume precioso, los seca con sus cabellos sueltos y rompe a llorar. Todos los invitados, sorprendidos, escandalizados, la conocen y desprecian a la mujer y su gesto de ternura y osadía indescriptible. Simón contempla la escena horrorizado. Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa. No lo puede soportar, Jesús para él es un inconsciente, no puede ser un profeta de Dios.
Jesús ha comenzado a dialogar con la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial Jesús le ofrece el perdón de Dios, le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Jesús le dice a Simón el fariseo indignado: “si, sus pecados le están perdonados porque ha amado mucho”.
Qué decimos nosotros. Hoy pervive este drama, mujeres que lloran amando, fariseos que no creen que Dios ama a los pecadores y que no consienten que los pecadores se acerquen en los actos de culto a Él. Jesús, casi en soledad, sus palabras recogidas en los evangelios en las que no todos sus seguidores llegan a creer: “Dios es amor, amor para todos sus hijos, es solo amor”.
¿Nosotros hacemos nuestro este mensaje de Jesús, lo creemos? Porqué ante todo Dios nos inspira temor, tememos a Dios?
Nosotros hemos preferido pensar que Dios es como nosotros, que si hemos pecado, necesita para amarnos que le pidamos perdón, y que al pedirle perdón es como cambia y nos devuelve de nuevo su amor. El nuestro, es un problema de temor de Dios. Porque Dios no puede cambiar, siempre es un ser que ama. Lo decía Jesús en parábolas bellísimas. Es como el padre del hijo que se ha ido de casa, arrebatando una fortuna que malgasta, y el padre rebosando amor por su hijo, sale todos los días a ver si a lo lejos en el camino aparece su hijo. Y el abrazo del padre sin dejar que su hijo se excuse de nada. Y es el samaritano que de viaje, que ve al borde del camino, arrojado es una cuneta, a un hombre mal herido, nadie ni le mira, se detiene ante el pobre tullido, le cura sus heridas, lo lleva al mesón, cuida de él. Por allí habían pasado religiosos sin mirar siquiera al desgraciado desangrándose en la cuneta.
Hay muchos fariseos que llenan nuestros templos pensando que el dios en el que creen es parecido a nosotros, que solo puede amar a los buenos, porque dios tiene que ser justo, no creen en el Dios que ama a todos sus hijos, incluso a los pecadores, a todos los seres humanos, el dios verdadero perdona cuando se le pide perdón y se repara la culpa, hace justicia como se hace justicia en nuestro mundo, con una justicia y un perdón pensados para el buen orden de nuestras sociedades.
Sobran palabras, pero el pensamiento de Jesús es muy claro. Simón el fariseo falla en algo muy básico: está cerrado al mundo del amor y del perdón, de la ternura de Dios. Sólo está abierto a la ley. De Dios tiene la imagen de que es un gran contable, que va anotando las buenas obras y los méritos de cada uno. Simón es el símbolo del hombre religioso y observante, que no tiene conciencia de deber nada a Dios, pues se lo ha ganado todo a pulso, tampoco está necesitado de su perdón, es justo y no peca.
Simón está escandalizado de la escena que se vive en su casa, no es capaz de “ver” el amor de la mujer, de su gesto. Su mirada está condicionada, filtrada, por el prejuicio y la norma, solo ve a una “pecadora”, no ve el amor que ella muestra, considera su gesto un atrevimiento pecaminoso.
De acuerdo con la ley, él tenía unos principios religiosos claros y sencillos: el mundo se divide en buenos y malos, los buenos son los que cumplen la ley y los pecadores son los que cometen faltas notorias. Simón se siente bueno y se aparta de los pecadores. Dios ama a los buenos y no puede amar a los pecadores, está apartado de ellos. Jesús el Nazareno, invitado en su casa, no se aparta de los pecadores, por eso Jesús no se guía por el Espíritu de Dios.
Su reacción era la esperada, la propia por parte de cualquiera persona religiosa observante de aquella sociedad judía. Una mujer no podía “soltarse el pelo”; aquella mujer está dando una demostración amorosa en clave erótica, es una pecadora.
La novedad del mensaje de Jesús consiste en que los sectores más excluidos, los mas despreciados por las personas “importantes” de aquella sociedad: las prostitutas, recaudadores, leprosos… tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, porque son los más necesitados de acogida, comprensión, dignidad y amor humano y para Jesús el amor tiene un valor supremo en las relaciones humanas, civiles y religiosas.
Este mensaje de Jesús despierta la alegría y el agradecimiento en los “pecadores”, que se sienten aceptados por Dios, no por sus méritos, sino por la gran bondad del Padre del cielo.
Los “perfectos” reaccionan de manera diferente: no se sienten pecadores, ni tampoco perdonados. No necesitan del perdón ni de la misericordia de Dios. Las palabras de Jesús los deja indiferentes. Esta prostituta, en cambio, conmovida por el perdón de Dios, no sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento, llora a los pies de Jesús.
Jesús afirma de la mujer: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dice: «Tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Jesús presenta su verdad: Dios es Amor, nosotros somos los que ponemos las barreras ante él. Dios no cambia ante el cambio de nuestras actitudes, siempre está amando. Somos nosotros los que borramos de nosotros su imagen con las actitudes de que nos revestimos, con el mal que hacemos contra otros, contra nosotros mismos. Si somos capaces de quitar esas barreras, de sacudirnos y de dejar de realizar el mal contra hermanos nuestros, aparecerá de nuevo ante nosotros el Dios que nos ama, que no espera que le digamos nada, que nos dará un abrazo de padre, como al hijo de la parábola que le ha ultrajado, que curará nuestras heridas y nos montará en su cabalgadura, como al pobre malherido para llevarnos a su mansión. No está esperando nuestro perdón, necesitamos su amor, nos ha perdonado ya.
Somos nosotros los que al no fiarnos de que Dios ama, no creemos en el Dios que es amor, no tenemos confianza en Dios, exigimos que Dios sea como nosotros.
Y así es como resulta escandaloso el mensaje de Jesús que asegura que “los despreciados y condenados por los hombres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios”, son ellos los más necesitados de acogida, dignidad y amor.
Esta preciosa pagina evangélica nos lleva a pensar, que algún día en las comunidades cristianas tendremos que revisar, a la luz de estas palabras y de este comportamiento de Jesús, nuestra actitud ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución, o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran.
Nosotros que pretendemos seguir a Jesús nos deberíamos ir haciendo ya algunas preguntas ante su palabra: ¿esos hombres y mujeres dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús?, ¿de quién podrán escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba Jesús?, ¿qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente?, ¿con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?
Es reveladora la interpretación que el mismo Jesús hace de la escena y de los personajes que narra Lucas, contraponiendo la actuación de la mujer con la del fariseo. Es revelador también el final que Jesús propone: esta pecadora ha creído en mí, y tú, tan santo, no. Por eso, ésta puede ir en paz, recibe perdón, el amor y conoce a Dios.
Es reveladora la interpretación que el mismo Jesús hace de la escena y de los personajes que narra Lucas, contraponiendo la actuación de la mujer con la del fariseo. Es revelador también el final que Jesús propone: esta pecadora ha creído en mí, y tú, tan santo, no. Por eso, ésta puede ir en paz, recibe perdón, el amor y conoce a Dios.
José Larrea Gayarre

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