14 junio 2016

Martes XI de Tiempo Ordinario

Hoy es 14 de junio, martes XI de Tiempo Ordinario.
Me dispongo a comenzar este rato con Dios. Me hago consciente de que él está cerca y quiere hacerse presente en mi realidad. Un día más, él me guía y acompaña discretamente, sin hacer ruido. Un día más, delante de él, las prisas y las preocupaciones se disipan. Todo se van llenando de su luz.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 43-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Conocemos la famosa ley del Talion, que propone el ojo por ojo y pacta con el rencor y la venganza. Pero el Señor se opone siempre al instinto de venganza con la no violencia, la bondad y el derroche generoso. Me detengo a pensar, ¿qué lugar ocupan el rencor y la rabia en mis asuntos contidianos?
El evangelio no pide lo imposible sino lo perfecto. Amar a todos. El odio es la enfermedad del que no se ocupa del otro, el que pasa de largo ante la necesidad ajena. Del que prescinde del prójimo para vivir. Contemplo mi vida. ¿De quién me tengo que preocupar más?
El padre regala a todos la lluvia y el sol. A justos e injustos paga el mal con bien. La voz del amor resuena y se dirige a todo hombre y mujer sea quien sea. Pruebo a imitar al Padre Dios. Rezo hoy y bendigo a todos mis enemigos.
Leo de nuevo el fragmento del evangelio. Caigo en la cuenta de cómo la perfección no pasa tanto por las capacidades personales, como por el amor. Cuanto más ame y perdone, más perfecto, más a imagen de Dios.
Llego al final de la oración. Es el momento de presentarte Señor mi palabra, mi silencio habitado. Me despido al compás de lo rezado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario