03 junio 2016

Jesús se conmueve ante el sufrimiento de los pobres

1.- Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: no llores. Que Jesús sufre y se conmueve interiormente ante el sufrimiento de los que sufren es un dato comprobable en cada uno de los cuatro evangelios canónicos. Pero la conmoción de Jesús ante el sufrimiento no se queda sólo en eso, en conmoción interior; su sufrimiento interior le impulsa a la acción. La mayor parte de los milagros de Jesús son el fruto, la consecuencia externa de su conmoción interior. Esto debe hacernos pensar a los cristianos que no nos basta con apiadarnos interiormente de los que sufren, debemos pasar a la acción. ¿Cómo? Haciendo todo lo que podamos para remediar esa situación de dolor, para evitar las causas de ese sufrimiento. El que se compadece del pobre, o del enfermo, o del marginado social, pero no hace nada para arreglar de la mejor manera que sepa y pueda esa situación de dolor y sufrimiento, realmente no está haciendo nada por el pobre, o por el enfermo, o por el marginado social. La mayor parte de las veces, por supuesto, nosotros no podremos, por nosotros solos, arreglar tantas situaciones de sufrimiento como vemos en la sociedad, pero también es verdad que la mayor parte de las veces sí podremos contribuir de alguna manera a solucionar, o, al menos, a aliviar en parte alguna situación injusta de dolor o sufrimiento ajeno. Con nuestra limosna, o con cualquier otra ayuda que podamos dar, directamente nosotros, o a través de organizaciones sociales caritativas. El que de verdad quiere ayudar, siempre encuentra alguna manera de hacerlo. Jesús tampoco arregló el mundo de dolor e injusticia en el que vivía, pero consiguió de manera importante a que se arreglara, al menos en casos particulares. Tratemos nosotros, los cristianos, de hacer lo mismo.

2.- El dolor de las viudas de Naín y de Sarepta. Tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento, las viudas son personas especialmente pobres y desgraciadas, porque tienen muchas dificultades económicas y sociales para poder vivir con dignidad. Por esto mismo, las viudas, casi al igual que los enfermos, o los huérfanos, son personas especialmente queridas por Jesús. En el evangelio de hoy, vemos cómo Jesús se compadece de la viuda de Naín y le devuelve a la vida a su hijo único, al que ya llevaban a enterrar. Jesús no hace este milagro para impresionar a la gente, aunque consiga hacerlo, sino porque se conmueve ante el dolor de la madre viuda. Jesús sabe lo que significa para una madre la vida de su hijo único y su corazón le pide que no deje desamparada a la pobre viuda. La grandeza del milagro de Jesús es fruto directo de la grandeza de su corazón compasivo y misericordioso. En este tiempo en que tanto hablamos de los refugiados, como personas especialmente desamparadas, los cristianos debemos sentir compasión por estas personas, y nuestra compasión debe llevarnos a la acción, ayudando como mejor podamos a resolver esta situación. En la lectura del libro de los Reyes se nos cuenta el problema de la viuda de Sarepta, que veía morirse a su hijo. El profeta Elías actúa también lleno de compasión y cura al hijo de la señora de la casa. El profeta Elías, como el profeta Eliseo, son profetas muy significativos en la historia del pueblo de Israel. Lucas, en su evangelio, tiene un interés especial en decirnos que también Jesús fue reconocido como un gran profeta por la gente que le seguía. Por eso nos dice que el pueblo, sobrecogido, daba gloria Dios, reconociendo que Jesús era el gran profeta que Dios había enviado a su pueblo. Actuemos también nosotros con compasión y misericordia ante el dolor y la desgracia de las personas, porque, si lo hacemos así, es seguro que también a nosotros la gente nos verá como auténticos discípulos de Jesús y dará gloria al Dios en el que creemos.
3.- Os notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Estas palabras de Pablo, en su Carta a los Gálatas, son importantes para entender y valorar en su justa medida todo el pensamiento y el mensaje paulino. Pablo no conoció personalmente a Jesús y su conversión al cristianismo no fue fruto de la predicación directa de ninguno de los apóstoles, sino de “una revelación de Jesucristo”. Esta revelación de Jesucristo es la que da Pablo una seguridad inquebrantable y una fe en el Mesías que le dará fuerza y valentía para predicar y vivir esta fe, sin desanimarse, hasta el final de su vida. Él se considera auténtico apóstol de Jesucristo, porque sabe que habla en su nombre y por inspiración divina. Él se considera como el rostro y la palabra de Jesús; por eso llegará a decir que es realmente Cristo el que vive en él. Pidamos nosotros a Jesús que aumente siempre nuestra fe en él y que nuestra fe en él, en Jesucristo, nos dé fuerza para intentar vivir como él vivió, con un corazón compasivo y lleno de misericordia hacia las personas que sufren.
Por Gabriel González del Estal

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