07 junio 2016

Homilía para el domingo 12 de junio

El perdón como clave evangélica 
La liturgia de hoy sitúa en el centro la experiencia de perdón, que está en la base de la religiosidad de David, de Pablo y de la mujer pecadora anónima. La comunidad cristiana valoró mucho este último episodio de la vida de Jesús pues quedó recogido en los cuatro evangelios. Con la diferencia de que Marcos, Mateo y Juan lo colocan al final de la vida de Jesús, anticipando simbólicamente su muerte y sepultura, y los presentes se enfadan por el derroche económico del perfume. En cambio Lucas lo sitúa casi al comienzo de la misión como una clave importante para que poder interpretar la acogida incondicional de Jesús a todos, que no acepta barreras ni religiosas ni sociales cuando se trata del Padre y del Reino. Los fariseos rechazan a Jesús no sólo porque come y bebe según ellos en exceso, sino particularmente porque lo hace en compañía de los pecadores y otra gente de mal vivir. 
El fariseo que había invitado a Jesús debía de tener una buena impresión de él, de su enseñanza y de sus gestos con los enfermos. Tanto que rogó a Jesús que accediera a ser invitado, le abrió su casa, le recostó a su mesa como muestra de amistad y confianza. Pero le desconcertó lo que a partir de su llegada empezó a ver. 

¿Se habría equivocado en su apreciación al otorgarle su confianza como a una persona religiosa? Pensaba en su interior: «Si este fuera profeta sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora». Mujer y prostituta ¡menudo error de Jesús! Ella se está pasando con su atrevimiento pecaminoso, se ha soltado el pelo, le unge y toca sin cesar, besa sus pies. 
Desmesura en el amor que nace del perdón 
El fariseo representa muy bien al hombre religioso y observante que se escandaliza fácilmente. Su mirada está condicionada por las normas y los prejuicios, sin ser capaz de ver lo más importante de aquel gesto: el enorme amor que encierra. Mira pero no ve el corazón de la mujer y su reacción es el rechazo. ¡Qué dado es el observante a juzgar y qué endurecido se vuelve a veces el corazón! 
Sin embargo el evangelista se sirve de una acumulación sucesiva de verbos para mostrarnos literariamente la desmesura del amor de la mujer: «Vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se losungía con el perfume». El amor en desmesura mueve un verdadero derroche de acción hacia la persona de Jesús que se refleja literariamente en una aglomeración de verbos que rebasa un simple sentimiento. El fariseo lo interpreta como desvergüenza, Jesús lo entiende, acepta y explica a través de una pequeña parábola: «Porque amó mucho». 
El llanto de la mujer, amasado de dramas, frustraciones, soledad, miedos, desprecios, como ocurre hoy con tantas personas que llamamos de mal vivir y son rechazadas por la sociedad, deja paso a un llanto del gozo de sentirse comprendida y acogida. 
Jesús acoge desde el corazón no desde la ley 
La mujer tiene una lúcida sensibilidad. La respuesta de Jesús no está filtrada por la ley y por eso es capaz de acoger su amor que ella ha expresado sin medida. 
Una pequeña parábola sirve a Jesús para mostrar a su anfitrión con delicadeza que sabría todo sobre la ley, las normas, las tradiciones, pero que no sabía nada del amor. Y que, en el fondo, su incapacidad de amar procedía de la falta de experiencia de ser perdonado, o a lo más creía que lo necesitaba muy poco porque era buen cumplidor. Concluye la parábola: «Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama». 
Jesús asegura la vinculación entre la capacidad de amar y la experiencia profunda del perdón. Es una experiencia absolutamente gratuita que ensancha toda la capacidad de amar que estaba anquilosada en nuestro corazón. Jesús invita al fariseo a abrir sus ojos y reconocerse: la humildad de sentirse perdonado le capacitará para la misericordia con los demás. ¿Lo entendería al fin o se le indigestaría la comida? ¡Qué triste no sentirse agraciado y no poder por tanto ser agradecido! 
Y a ella le despide con delicadeza: «Tu fe te ha salvado, vete en paz». La mujer volvió con el corazón perdonado, ardiente de amor y pacificado. 
Nuestro mundo necesitado de misericordia y reconciliación 
Si comprender la buena noticia del perdón es clave para vivir evangélicamente el amor a Dios inseparable del amor a los hermanos, en el jubileo de la Misericordia que celebramos este año no debiéramos olvidar la dimensión social del perdón. No son sólo nuestras relaciones interpersonales. La misma humanidad está herida de crispación, enfrentamientos, incapacidad de convivencia, rechazos, polarización, estereotipos. La violencia no se vence con más violencia, el odio con más odio, la indiferencia con más lejanía. 
En la escalada dialéctica que hoy nos arrastra sin saber hacia dónde no hay otra salida que el perdón, la misericordia, la reconciliación. No es ingenuidad. Es más bien lucidez. Nada menos que recuperar el centro del mensaje cristiano. Todos sin excepción hemos recibido gratuitamente una dosis considerable de perdón de Dios y de los hermanos. Si lo reconocemos y agradecemos con humildad estaremos capacitados para amar mucho, romper la dialéctica de los enfrentamientos y ser actores de reconciliación. El gran misterio que asombraba a Pablo. 
Jesús Mari Alemany Briz, S.J.

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