12 agosto 2015

La Asunción de María



ASUNCIÓN DE MARÍA

Hay un peligro en las celebraciones de María (especialmente en la Asunción y la Inmaculada, que son las de mayor resonancia): que la celebración de los “títulos” pase por delante de la celebración de “María”. Quizá podríamos hallar un ejemplo, a veces caso felliniano, en la pluralidad de imágenes que uno puede venerar en una misma iglesia. También sería ilustrativo preguntar a los chicos y chicas de colegios religiosos qué es para ellos María: la respuesta sería a menudo hablar de la Inmaculada, de la Asunción… pero no de María sencillamente, de la mujer creyente. Por eso toda celebración de María es siempre más una ocasión para hablar de ella que hablar de la Asunción, de la Inmaculada, etc.

Pero, con todo, la matización propia hoy de este hablar de María es evidentemente lo que la Iglesia cree al hablar de la Asunción. Pablo VI -en la “Marialis cultus”- lo resume así: “Fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Xto resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Xto ha hecho hermanos teniendo “en común con ellos la carne y la sangre”.




Si seguimos el consejo de Pablo VI, en la citada exhortación apostólica de hablar de María teniendo en cuenta la antropología actual, podríamos traducir todo esto diciendo que la Asunción de María es la realización de la utopía humana. Es decir, aquello que el hombre sueña, aquello que el hombre anhela, aquello que va más allá de las posibilidades de lo que los escolásticos denominaban “el hombre natural” pero que responde máximamente a la voluntad de Dios (al “hombre sobrenatural”, que es el hombre histórico). O, en lenguaje bíblico podríamos hablar de victoria conseguida: “Ya llega la victoria de nuestro Dios” (1ª lect.).

“Cristo tiene que reinar” (2ª lect.); victoria y reinado que provocan nuestra entusiasta alabanza “al Dios salvador, que enaltece a los humildes” (evangelio). Pablo VI, después de recordar los hechos característicos de la vida de María, concluye: “Aparece claro cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones” (“Marialis cultus”, n. 37). Artífice de la ciudad terrena, peregrino hacia la celeste. Esta es la “lección” de María, especialmente subrayada en esta fiesta.

Una homilía que olvidara este aspecto de la “devoción a María” ¡este aspecto central!- caería en aquel “estéril y pasajero movimiento del sentimiento, tan ajeno al estilo del evangelio que exige obras perseverantes y activas” (“Mariales cultus”, n. 38).


MISA DOMINICAL 1976, 16

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