24 agosto 2015

Algunos no creen


creer


(Tomado de Alforjas de Pastoral)
Una persona, que desempeña un trabajo de entrega y dedicación a los demás, me comentaba un día hablando de temas religiosos: “A mí me gustaría poder creer, te lo digo de verdad. Respeto mucho a quienes tenéis fe, pero yo no he podido dar ese paso”. No negaba la experiencia religiosa que tienen otras personas en cuanto a sus manifestaciones y repercusiones en sus vidas, pero no podía creer que dicha experiencia estuviera fundamentada en un Ser trascendente.
Seguro que conocemos a bastantes personas así. Comparten nuestra vida, nuestra realidad, pero no han descubierto a Dios en esa realidad. Es lo que le pasó a Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen.
Jesús ha realizado sus signos y ha dicho sus palabras delante de mucha gente, pero no todos descubren en esos signos y palabras “espíritu y vida”; para algunos, los signos se quedan en un interrogante, y las palabras en simples palabras humanas. Y por eso desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Ante esa reacción, Jesús no intenta convencerles pa- ra retenerles a toda costa, sino que pregunta con claridad: ¿También vosotros queréis marcharos? Ante sus signos y palabras, cada uno de nosotros debemos tomar una decisión: ¿creemos, o no creemos?, ¿le seguimos o nos marchamos? La respuesta de Pedro es un modelo para nosotros: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. También nosotros creemos, pero no por eso deja de dolernos que haya quienes no creen. ¿Qué podemos hacer? Desde luego, lo primero, respetarles y no tratar de imponernos o convencerles a toda costa.
En este tiempo de nueva evangelización, el Magisterio de la Iglesia nos está ofreciendo muchas indicaciones. Los Papas Benedicto XVI y Francisco nos dicen en Lumen fidei 37: La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, co- mo una llama enciende otra llama. Por eso, lo primero que debemos tener claro, si les queremos “contagiar”, es lo que el Papa Francisco indica en Evangelii gaudium 266: no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo.
Y el siguiente paso es no olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo (265).
Si nuestra fe está impregnada de estas características, si es para nosotros un tesoro de vida y amor, nuestra propia vida será también “signo y palabra” para otros, porque como indica Lumen Fidei 21: Así podemos entender la novedad que aporta la fe. El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo. Mostraremos que nuestra vida se fundamente, por la fe, en el Amor que es Dios, en quien creemos.
¿Conozco a personas que quisieran creer pero no pueden? ¿Cuál es mi reacción con ellas? ¿He pensado alguna vez cómo sería mi vida sin Jesús? ¿El Evangelio es para mí un tesoro de vida y amor, responde a mis necesidades más profundas? ¿Mi vida refleja el Amor que es Dios?
Hoy es un día para que agradezcamos a Jesús haberle conocido, amado y seguido, haciendo nuestras las palabras de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y es un día para pedir también por todos aquellos que no creen: ojalá por nuestro testimonio se encuentren con Jesús; pero si no es así, como dice Lumen fidei 35: la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe.

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