20 julio 2015

Comentario al Evangelio de hoy, 20 julio


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Fernando Torres Pérez, cmf
       Tuve un familiar que me repetía muchas veces aquello de “en comunidad no muestres habilidad”. Que es mejor “lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Muchas otras cosas me decía. Pero todas iban en la misma dirección: es mucho mejor seguir en lo de siempre, no intentar cambios, dejar las cosas como están para ver como quedan, antes que asumir los riesgos de un cambio que no sabemos a lo que nos va a llevar. 
      Algo así era lo que pensaban muchos israelitas ante la propuesta de Moisés, de Dios en el fondo, de liberarse de la esclavitud de Egipto y de ponerse en camino hacia una Tierra Prometida que nadie había visto nunca. ¿Quién era ese Moisés? O mejor, ¿quién se creía que era? Porque no había hecho nada más que hablar y hablar. A algunos les había convencido. Pero ellos lo único que veían en el horizonte era el desierto. Y el desierto no era y es más que un lugar de muerte. ¿Quién les aseguraba que esa Tierra Prometida no era más que el sueño de un loco? ¿Por qué iban a tener que seguirle? En Egipto serían pobres y esclavos pero al menos era su casa. Más vale servir a los egipcios que morir en el desierto. Moisés al fin no había dado ninguna señal convincente de que sus promesas fueran algo más que palabras vanas y vacías. Es verdad que había hecho algunos milagros con aquello de las plagas pero...
      Pasamos al Evangelio y encontramos la misma desconfianza, la misma voluntad de seguir en lo que se está y no querer asumir ningún riesgo. Jesús habla del Reino de Dios, invita a sus oyentes a vivir de otra manera. Sus palabras son promesa de vida. Pero nada se consigue si la persona, cada persona, no asume el riesgo de salir de su zona de egoísmo para dar la mano al hermano y comenzar a construir el Reino. 
      Por eso, le piden a Jesús una señal. Quieren estar seguros de que el riesgo merece la pena. Pero Jesús les dice que ya han tenido bastantes señales, que no hay más ciego que el que no quiere ver. Y que él, Jesús, es el gran signo de Dios, de su amor para con todos nosotros. Y que hay que asumir el riesgo porque, la fe nos lo dice, la Tierra Prometida, el Reino, están ahí. 

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