16 junio 2015

Mc 4, 25-40 (Domingo XII de Tiempo Ordinario)

La conclusión serena y familiar de una jornada (v.35-36) contrasta con el imprevisto desencadenamiento de un huracán (v.37). El sueño de Jesús genera el pánico de los discípulos que intentan despertarle. Pero Jesús interpreta su intervención como un signo de cobardía y una falta de fe (v.40). Por el contrario, Jesús manda al viento y al mar, al estilo de los exorcismos: amenaza al viento e impone silencio al mar (v.39). Ejerce sobre los elementos naturales, que a veces en el AT son descritos simbólicamente como poseídos por el mal, el mismo tipo de poder del Creador que puede amenazarlos (Sal 104,7) y reducirlos al silencio (Sal 107,28-32). Pero los discípulos «se quedaron espantados» e intentan interrogarse sobre su identidad sin llegar a ninguna conclusión (v.41). Sin embargo, este pasaje tiene una fuerte carga cristológica, puesto que nos revela que Jesús tiene el mismo poder sobre las fuerzas del caos que caracterizaba al Señor de las huestes veterotestamentario. El fallo de los discípulos en reconocer a Jesús significa simplemente que su cercanía a Jesús no les absuelve de la necesidad de entrar más profundamente en el misterio y la paradoja del reino de Dios. Ellos, como la Iglesia de todos los tiempos, son invitados a continuar su camino hacia una fe más profunda en el Hijo de Dios. Una fe que transforme nuestro corazón e incida positivamente en nuestra acción.
Los cristianos estaban en aquel tiempo viviendo, quizá llenos de miedo, las «tormentas» del ostracismo y la persecución que podían llegar a «hundir» a la comunidad creyente (v.38). Este texto les da confianza para seguir viviendo su fe y dar testimonio de Jesús, sabiendo que Cristo ha vencido al «mundo». El poder soberano de Jesús, que domina las fuerzas de la naturaleza asociadas en el AT a la esfera demoníaca, constituye una garantía para los discípulos en su trabajo misionero entre los paganos. Este texto nos revela, pues, un mundo libre del miedo, desendemoniado, en el que el creyente de todos los tiempos podemos vivir y hacer presente la fe cristiana en el Hijo de Dios (Mc 1,1).
Luis Fernando García Viana

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