09 febrero 2015

Reflexión al Evangelio de hoy, 9 febrero




Fernando Torres Pérez cmf

      Leo las lecturas de este día. Y no sé a qué carta quedarme a la hora de hacer este comentario. No sé si quedarme con la primera frase de la primera lectura. Es el comienzo del libro del Génesis, el comienzo de todo. “Al principio, creó Dios el cielo y la tierra.” Pero también está la última frase del Evangelio: “Y los que lo tocaban se ponían sanos.”
      La primera frase nos hace pensar en el poder inmenso de Dios. La voluntad de Dios crea este universo y este mundo del que somos una pequeñísima parte en un pequeñísimo momento. Billones de años antes de nosotros tuvo lugar aquel momento inicial. Los cien tíficos lo llaman el “big bang” –la gran explosión–. A partir de aquel “bang” empezó todo. Hasta llegar a los que hoy conocemos porque estamos aquí. No lo sabemos todo todavía de esa historia. No conocemos el proceso en detalle. Pero todo él nos habla de una gran inteligencia. Se pueden escribir libros enteros, bibliotecas enormes, sobre el tema. El libro del Génesis lo sintetiza en una frase: “Al principio, creó Dios el cielo y la tierra.” No hace falta más. Hay momentos en que hay que parar la inteligencia racional y dejarse llevar por la contemplación. Esta frase nos pone en situación. Nos sitúa delante de Dios en aquel momento primerísimo. 

      Pero hay que seguir. Llegamos al Evangelio. El gran momento universal se ha concentrado en la historia. Nuestra mirada se concentra en una pequeña región, Galilea, de la Palestina de hace unos dos mil años. Cerca del lago de Genesaret. Pueblos y aldeas. Gente muy pobre. Enfermos. Necesitados. Abandonados por los poderes de aquel tiempo salvo para sacarles impuestos. Pero allí, en medio de ellos está uno que les da esperanza, que les salva. “Y los que le tocaban se ponían sanos.” 
      El Dios Creador se ha convertido en uno de nosotros. El amor que nos creó se ha convertido en amor cercano que toca y salva y cura. Dios no se ha quedado de espectador lejano de este mundo creado por él. Todo lo contrario. Se ha hecho uno de nosotros, se ha metido en este mundo, se ha sometido a sus leyes. Y ahí hace presente su amor creador, curador y sanador. Dios no ha dejado abandonada su creación. No nos ha dejado abandonados. Se acerca a nosotros. Nos toca. Nos acaricia. Hoy somos nosotros los portadores y testigos de ese amor para todos los que nos rodean.

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