15 febrero 2015

Entre el bien y el mal

La verdadera batalla en la que está enredado el mundo es el enfrentamiento entre el bien y el mal. Esto no es una batallita, ni la guerra de las galaxias, ni una guerra fría, ni siquiera templada. Estamos ante una guerra caliente de la justicia contra la injusticia, de la generosidad contra la mezquindad, de la verdad contra la mentira, de la salud contra el sufrimiento. Cuando en el Padrenuestro se pide “líbranos del mal”, se expresa algo importante, fundamental, actual.
En el evangelio de hoy, Jesús cura a un leproso, manifiesta que está al frente de esta lucha, de esta guerra y busca colaboradores. Jesús cura a un enfermo de lepra, ¿cómo?. Su primer paso para devolverles la dignidad es acercarse al enfermo, tocarle. Yo he tenido la oportunidad de visitar una leprosería en África. La enfermedad todavía no les había deteriorado demasiado. Tenían varias señales: en los pies, piernas, brazos, manos, rostro… Pero no provocaban abiertamente rechazo. Sin embargo, aunque me esforcé seriamente, no fui capaz de darles la mano, de estrechar sus manos al saludarles o al despedirme.
El leproso, en tiempos de Cristo, era un personaje trágico. El libro del Levítico, perteneciente al Antiguo Testamento, describe al leproso con rasgos escalofriantes: ”Andará harapiento, despeinado, gritando ¡Impuro, Impuro!, para que nadie se le acerque. Vivirá solo y fuera del pueblo, alejado de la familia. Era un apestado”. Más aún, la lepra era considerada como consecuencia de un pecado. Por tanto, era castigo de Dios. Así pues, el enfermo, además de enfermo, era pecador, era objeto de un castigo divino. De ahí que el curar de Jesús incluía borrar la enfermedad y perdonar los pecados.
A nosotros es también muy probable que nos afecten, no precisamente la lepra, pero si otras enfermedades, incluso contagiosas, físicas o morales, que debemos eliminar y para lo cual podemos contar con la ayuda de Jesús, a quien no le bastó con encarnarse, con acampar entre nosotros, sino que dio un paso más: quiso tocarnos. En la curación del leproso destacan dos detalles. Antes de ser sanado, el enfermo susurró la siguiente oración: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Una oración modélica, ejemplar por ser sencilla, espontánea, directa. Y el segundo detalle se refiere a que Jesús “sintió lástima”, tuvo compasión. Cualquier observador actual advierte que en varios ambientes religiosos se emplea, se utiliza más que antes la palabra compasión. Hoy se valora más, se siente más este concepto. Antes se apreciaba más la justicia (Dios justo y poderoso). No es que los creyentes actuales se hayan olvidado de esta virtud de la justicia, pero sí que la compasión en el ser humano y en Dios ha subido muchos puntos. En este cambio no cabe duda que ha influido notablemente el actual Papa Francisco, preocupado por ir a la periferia, por oler a oveja, es decir, por mezclarse con la gente. Si no sentimos compasión, amor por el enfermo, por el marginado, por el excluido, difícilmente “le tocaremos”.
Teresa de Calcuta, hablando de la vida, confesaba que la vida es combate, acéptalo; la vida es una promesa, cúmplela; la vida es algo precioso, cuídala. “Haz, Señor, que mis entrañas se conmuevan y mi corazón de un vuelco para no quedarme al margen. Hazme compasivo y tierno para poder así introducir en la historia esperanza y misericordia”
Que nuestra oración sea: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Josetxu Canibe

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