16 febrero 2015

Comentario al Evangelio de hoy lunes, 16 de febrero de 2015




Fernando Torres Pérez, cmf
       El mal, su presencia casi constante entre nosotros, en nuestra historia, ha sido un misterio desde siempre. No me refiero sólo al mal como enfermedad o muerte. Además está el mal de las rencillas, odios, venganzas. Ese mal que se mueve entre las familias y los hermanos, entre los vecinos y los compañeros de trabajo, entre los pueblos y las naciones. Es lo que el redactor del Génesis quiso expresar con la historia de Caín y Abel. No son nuevas las guerras ni las guerrillas. Ya entonces, Caín mató a Abel. Y la culpa le persiguió para toda su vida. Y parece que desde entonces la sangre sigue llamando a la sangre. 
      ¿Por qué? No tenemos respuesta. Los hechos están ahí y cualquiera que haya leído un poco de historia se habrá quedado horrorizado de lo que hemos sido capaces de hacernos unos a otros. En el pasado lejano, en el cercano, en el presente.

      Entonces, ¿hay esperanza? Sí, sin duda. Hay un hecho en esa primera lectura que debemos tener presente: Dios no quiere la muerte del criminal. Caín es protegido por una señal divina para que nadie lo mate. Es que nuestro Dios, el que nos ha creado, el que se nos ha manifestado en Jesús como Padre de todos los vivientes, es Dios de Vida y no de muerte. No quiere nuestra destrucción sino que lleguemos a nuestra plenitud. Por eso los creyentes afirmamos la esperanza. 
      Termino con un testimonio de esperanza. Con las palabras que hace unos cuantos años, en los 90, pronuncio una mujer en el funeral por su marido. Era policía y había sido asesinado por la mafia en el mismo atentado que había costado la vida al juez Falcones. En medio del dolor terrible que sentía, causado no sólo por la muerte de su marido sino por el mucho dolor y sufrimiento causado por la mafia en su guerra contra el Estado, sus palabras fueron de perdón y esperanza. Hasta dar esperanza a los mismos mafiosos que habían cometido el atentado. Les ofrecía su perdón y les invitaba a cambiar. Si tienen oportunidad de escuchar ese testimonio, háganlo. Impresiona sentir el dolor y al mismo tiempo la presencia profunda de la fe que llama a la esperanza y a la vida. 
      Para nosotros: no se trata de negar el dolor y el sufrimiento. Es imposible. Pero hay que seguir afirmando la esperanza porque creemos en Jesús. Ese es nuestro signo. ¿Qué otro signo nos hace falta que Jesús muerto por amor nuestro?

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