17 diciembre 2014

La octava anterior a Navidad

EL TIEMPO DEL ALUMBRAMIENTO
A partir del 17 de diciembre, la liturgia abandona, si procede, la serie de los días numerados según las semanas de Adviento, para celebrar una octava de preparación inmediata a la Navidad. En la liturgia de las horas, esa octava está marcada por el canto de las antífonas mayores «Oh», admirables textos litúrgicos en los que forman concierto los más bellos símbolos de la espera mesiánica.
Por ejemplo:
«Oh sol que naces de lo alto,
resplandor de la luz eterna

y sol de justicia,

ven y alumbra
a los que yacen en tiniebla
y en sombra de muerte.
El leccionario de la misa ha recogido estas antífonas como aclamaciones al evangelio. Por otra parte, a partir del 17 de diciembre la liturgia de la Palabra está basada en los relatos evangélicos; se trata de los «relatos de la infancia». Merece la pena considerarlos con especial atención.

LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA: SÍMBOLO O REALIDAD?
Ni reportajes históricos ni cuentos de hadas, los evangelios de la infancia revelan un profundo conocimiento de Cristo. Ni Lucas ni Mateo se propusieron escribir una biografía de Jesús niño, sino que ambos quisieron decir, cada uno a su manera, «quién» es este niño: nuevo Moisés, Hijo de David, Hijo de Dios. Cada uno escribió lo que la fe, alentada por el Espíritu, le había hecho descubrir a la Iglesia. En efecto, después de Pascua ningún discípulo miró ya a Jesús como antes; en adelante, cada uno podía contemplar su misterio y entender su misión. Así pues, los evangelios de la infancia encierran toda una cristología.
Pero no bastaba con comprender; era preciso, además, transmitir lo que el Espíritu había hecho descubrir. Pero ¿cómo expresar lo inefable? ¿De qué manera comunicar aquella experiencia arraigada en la resurrección del Señor? Los evangelios, como todos los autores bíblicos, tropezaron con un problema de lenguaje.
Y, a decir verdad, lo resolvieron con un arte consumado. Lucas y Mateo muestran una profunda comprensión de las Escrituras y de las tradiciones bíblicas; además saben utilizar el lenguaje simbólico. Así, cuando la estrella señala el camino a los magos, está saludando, como en cualquier lugar del antiguo Oriente, el advenimiento de un rey o de un dios, cumpliendo el antiguo oráculo de Balaán y, con mayor sutileza aún, horadando el espesor de la noche para anunciar que «sobre los que habitaban en tierra de sombras brilló una luz» (Is 9, 1). Cuando María marcha presurosa a casa de suprima Isabel, el rey David y toda Jerusalén van dándole escolta y, con Juan Bautista, proclaman su alegría al ver aproximarse a sus murallas la nueva Arca de la alianza. Y Jesús, cuando responde con pasmosa viveza a los escribas, anuncia las futuras controversias que acabarán llevando al Hijo del hombre a la cruz.
El lenguaje simbólico no es el pariente pobre de la literatura. Reemplaza al lenguaje de la razón donde éste sólo podría balbucear o quedar callado. Pero el símbolo oculta y, a la vez, revela. La vacilante aproximación de Moisés a la zarza indica también la incesante búsqueda del hombre en el camino del Absoluto, mientras que la llama que no consume el arbusto dice algo del amor respetuoso de Dios a su criatura.
Una excelente comparación sería, sin duda, la del lenguaje cinematográfico. En un artículo aparecido en la revista «Aujourd’hui la Bible», G. Becquet remite a una escena de la película «La Strada». Gelsomina está descorazonada; su amigo, el clown «II Matto», desearía hacerla entrar en razón. Pero, más que su inteligencia, lo que hay que conmover es su corazón. Entonces toma una piedra y dice a Gelsomina: «¡Hasta una piedra vale para algo!». Asíprosigue diciendo Becquet—,«esas palabras para los ojos que son las imágenes y los símbolos constituyen un lenguaje maravilloso para descubrir en las cosas y en los seres la profundidad que late debajo de las apariencias». El lenguaje científico sólo puede revelar una parte de la realidad; el símbolo sugiere la otra parte, porque habla a la imaginación del hombre. A esto obedece, sin duda, el que los evangelios de la infancia hayan entrado tan rápidamente a formar parte del patrimonio de la humanidad para servir de inspiración a artistas y a escritores de todos los tiempos.

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