21 noviembre 2014

Hoy es 21 de noviembre, viernes de la XXXIII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 21 de noviembre, viernes de la XXXIII semana de Tiempo Ordinario.
Cada momento de oración es un momento privilegiado para constatar que Jesús está esperándote para darse. Sin prisa, pero sin pausa, preparas tu corazón para que se llene de la presencia del Dios amor. Él te invita a descalzarte para entrar en la tierra sagrada de tu intimidad.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 19,45-48):
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos.”»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
En este pasaje del evangelio vemos a Jesús que echa del templo a los vendedores. Lo que era lugar de oración lo han convertido en lugar de comercio, donde algunos, a la sombra de la religión, se enriquecen explotando a la gente sencilla: “Mi casa –les dice- es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos.” Esto Jesús no lo tolera y lo denuncia. Con esta acción profética Jesús reprueba una religiosidad construida sobre formalismos y ritos vacíos de amor y de misericordia y justicia, en que habían convertido el culto que se daba en el templo. En Jesús se inaugurará una nueva forma de culto, basado en la misericordia y la justicia. En el culto de la nueva alianza no tendrán sentido los sacrificios de animales. Cristo es el Cordero de Dios sacrificado en la Cruz de una vez para siempre, que cada día, en la eucaristía, se entrega y se hace alimento para nuestro caminar. Señor, hoy me pregunto, cómo valoro y celebro la eucaristía. ¿Qué supone para mí celebrarla? Comer y beber tu Cuerpo partido y roto y tu Sangre derramada por amor ¿es para mí, Señor, una llamada a hacer lo mismo, entregándome al Padre y a mis hermanos, en “el altar de la vida cotidiana”?

San Lucas dice que “ Todos los días enseñaba en el templo.” En la Nueva Alianza, el culto se centrará en la oración y en la escucha de la Palabra: “El pueblo entero estaba pendiente de sus labios”, dice san Lucas. La gente sencilla estaba de su lado y le escuchaba atentamente. Los sumos sacerdotes y escribas, no; a ellos no les interesaba su mensaje ni lo que hacía. Su actitud ante el tempo ha aumentado su hostilidad contra Jesús. Por eso, traman eliminarlo: “Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio … ¡Qué actitudes tan dispares, Señor!… Y yo, ¿cómo escucho tu Palabra: acogiendo con gozo tu mensaje, como una liberación, o “poniéndole pegas” y buscando cómo “escaparme” de sus exigencias?
Señor, en cada eucaristía, quiero estar pendiente de tus labios, escuchando y acogiendo tu Palabra, como aquella gente sencilla del pueblo. Y acogerte en tu Cuerpo partido y tu Sangre derramada, que me entregas para alimentar tu vida en mí. Y después, vivir en la “obediencia” a la Palabra escuchada. Éste es el culto que el Padre espera de nosotros. Un culto “realizado”, no sólo en el templo, sino en el santuario de la vida de cada día y revestidos de los ornamentos del traje de trabajo. María, Madre de Dios y Madre mía, ruega por mí. Enséñame a escuchar la Palabra de Dios y a guardarla, meditándola, en el corazón, como tú hacías. Ruega para que viva adorando al Padre en espíritu y en verdad todos los momentos de mi vida.
Jesús no pide cosas imposibles a los que quieren seguirle. Nos pide confianza y amor absoluto. Es ciertamente más sencillo decirlo que hacerlo. No serán tus fuerzas las que aseguren el seguimiento de Jesús, sino dejarte transformar por Dios mismo, al entregarle con generosidad tu corazón. Invita a Jesús en este momento a entrare en tu corazón y que sea él quien lo transforme, cada día.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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