19 noviembre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 19 noviembre

A cada uno de nosotros se nos han dado unos talentos, unas cualidades muy personales a través de las cuales estamos invitados a crecer y hacer crecer en felicidad. Son nuestras “diez onzas de oro” que Dios nos has repartido. A lo largo de la vida, en nuestro proceso de crecimiento personal vamos descubriendo, a través de éxitos y fracasos, cuáles son esos talentos qué sólo cada uno tenemos como seres únicos, originales e irrepetibles que somos. Diez onzas diferentes para cada uno. Hemos sido creados por Dios y arrojados a la inmensidad de la vida y, en nuestra inicial desnudez, Dios nos ofrece la posibilidad de vestirnos con estos dones, que son herramientas para hacer de este mundo y de nuestra vida, no una pasión inútil –que diría Sartre- sino un pequeño paraíso en la tierra.
Ahora bien, a menudo no descubrimos todo ese oro que nos ha sido entregado, en ocasiones codiciamos el oro –los talentos- de los demás, “Ah, si yo fuera como fulano, o tuviera las cualidades de mengano…” Y corremos el riesgo de que se nos pase la vida sin haberla vivido, sin haber puesto a trabajar esos talentos que Dios nos ha regalado. En la parábola con la que hoy oramos, Dios condena al holgazán y es duro con él. “¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?”  Es decir, ¿por qué no negociaste con los dones que te he dado? Es cierto, el miedo nos paraliza en muchas ocasiones: no puedo, no soy capaz, no es para mí, no tengo fuerzas, no merece la pena… y perdemos ocasiones para crecer, para amar, en definitiva para generar riqueza a nuestro alrededor. Y perdemos el tiempo y perdemos la oportunidad de vivir de manera original. Y nos empobrecemos, porque “al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
No debemos olvidar que el Creador nos ha dotado con lo necesario para ser y hacer felices a los demás, y por lo tanto no necesitamos nada más que poner en funcionamiento nuestro oro, nuestros talentos, que son nuestras herramientas para vivir.
Debemos confiar en Él. La primera lectura del Apocalipsis nos ofrece a un Dios triunfante junto con su corte celestial, porque Dios es un Dios de victoria. Sentado en su trono donde el brillo del jaspe y granate representa la suprema belleza, el arco iris que le envuelve representa su suprema alianza con la humanidad, las vestiduras blancas de los ancianos y las coronas de oro representan la resurrección y la victoria. Juan nos presenta una escena donde Dios es vencedor y la Iglesia que le sirve le alaba y le canta llena de alegría. No olvidemos el recordatorio del último libro de la Biblia: Dios y su Reino vencerán al final de los tiempos, por lo tanto pongamos nuestras “diez onzas de oro” a trabajar aunque los resultados no sean inmediatos, ya producirán intereses…
Vuestro hermano en la fe:  
Juan Lozano, cmf.

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