18 noviembre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 18 noviembre

Zaqueo era un sinvergüenza, un corrupto de entonces, uno de esos tipos que hacen daño a la sociedad, especialmente a los más desfavorecidos; de esos que deberían estar en prisión, como otros muchos, por sus delitos fiscales. Un malo malísimo y además cobarde, pues no se atreve a dar la cara, se sube al árbol para mirar desde la distancia a Jesús, no de frente.
¿Cuál fue su salvación? ¿Qué le hizo cambiar? Dejarse alcanzar por Jesús, aceptar su auto invitación. Volvamos un momento a la lectura del Apocalipsis que hoy nos presenta unas acusaciones muy duras a las comunidades de Sardes y Laodicea: “conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto”; “conozco tus obras, y no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente, pero como estás tibio y no eres frío ni caliente, voy a escupirte de mi boca”; “aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo”.

Duras acusaciones, ¿verdad? A nadie nos gusta que nos pongan delante de nuestros defectos o miserias, pero lo que Dios nos recuerda hoy a a través de su Palabra, está escrito en la última frase del Evangelio de hoy: “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Es decir, hasta las actitudes más miserables, hasta el pecado más inconfesable, la mancha más oscura de nuestra alma, puede ser sanada. La misma lectura del Apocalipsis nos da claves: “ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir”; “acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi palabra: guárdala y arrepiéntete”; “el que salga vencedor se vestirá todo de blanco, y no borraré su nombre del libro de la vida”; “sé ferviente y arrepiéntete”. “A los que yo amo los reprendo y los corrijo”.
Quizá nuestros defectos o miserias no sean tan graves, no lo sé; lo que importa es que toda actitud desnortada, errónea, pecaminosa, puede ser transformada por la Gracia de Dios, si y sólo sí, la dejamos trabajar en nosotros a través, entre otras, de las actitudes que nos propone hoy el Apocalipsis. Nuestra oración de hoy nos invita a mirar lo que no nos gusta ver, pero que está ahí, nuestras zonas más oscuras. Jesús también quiere llegar hasta dentro y sanar de raíz. ¿Por qué? Nos lo ha dicho el libro de la Revelación, “nos reprende y corrige porque nos ama”.
Precisamente el final de la primera lectura del Apocalipsis es precioso: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”. Eso hizo Jesús con Zaqueo, llamar a su puerta y entrar a su casa a comer. Y esa visita…, ¡le cambió la vida!
Vuestro hermano en la fe:  
Juan Lozano, cmf.

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