03 octubre 2014

Recursos Domingo XXVII Tiempo Ordinario

• ¿Quiénes pueden entrar en el Reino de Dios? El evangelio habla: exclusión de los incluidos e INCLUSIÓN de lo excluidos. El “excluido” por excelencia, Jesús de Nazaret, es el primogénito de todos los incluidos, el “patrono” de todos ellos: «La piedra que desecharon los arquitectos…» Unos EXCLUIDOS INCLUIDOS.
UN TEXTO
Desde los esquemas valorativos de este mundo, el final de la vida de Jesús es un fracaso. Después del Viernes Santo, Jesús participa del silencio del Sábado Santo. Silencio del Dios que sigue «callando» en esta historia de fracaso y frustración para los más. Silencio de Dios sobre tantas utopías fracasadas, tantas ilusiones y proyectos que han sido devorados por la única realidad que aparece como eficaz: el poder y sarcasmo de los satisfechos, que, por tenerlo todo, no esperan nada. Silencio de Dios sobre tanta Bondad y Solidaridad diluida en la trama de egoísmos, injusticias, traiciones y vilezas. A Jesús lo ejecutaron, lo echaron de la «tierra de los vivos», y la historia de sufrimiento, injusticia, vileza y crimen siguió. Indudablemente, esto nos dice mucho sobre nuestro Dios solidario con los excluidos.

Pero, en un amanecer de domingo, los seguidores de Jesús dirán, con una profunda alegría, que el Crucificado vive. Que se les ha manifestado pronunciando una palabra de Ánimo y Consuelo… Expe- rimentan que sus vidas van cambiando. Pasan, de la frustración, al ánimo y la vitalidad. Cargan con el sufrimiento de su gente, y así lo alivian… No se ha dado un cambio mágico de la realidad injusta y sufriente del mundo; lo que se ha dado es la posibilidad de situarse en la realidad y en la historia desde la Vida. Ha cambiado el referente último de la historia de los excluidos: no es la muerte, sino la Vida.
En la vida, muerte y resurrección de Jesús se revela el Dios de vivos, no de muertos. No es un Dios legitimador del fracaso de Jesús y de los excluidos como él. Los que ejecutaron a Jesús no tenían razón…Los que se han quedado en el camino tienen futuro, los verdugos no tienen la última palabra sobre las víctimas; y éstas son afirmaciones teológicas. Se rompe el maleficio de «hay lo que hay», «esto es así, y no puede ser de otra manera», «sólo cabe esta política y este orden económico»; se rompen, al fin, las redes de muerte. (Toni Catalá, Salgamos a buscarlo. Notas para una teología y una espiritualidad desde el Cuarto Mundo, Cuadernos Aquí y Ahora no 21, Ed. Sal Terrae, Santander 1992, pp.21-22).
CINCO CACHORROS
Un vendedor estaba poniendo en la puerta de su tienda un letrero que decía: “Se venden cacho- rros”. Era un cartel muy atractivo, sobre todo para los niños, que les gustan tanto los animales. Así que … , no tardando mucho, un niño se colocó debajo del letrero y, después de leerlo, entró ilusionado a la tienda y preguntó al vendedor: «¿Cuánto cuestan los cachorros?». «Los hay de muchos precios. Entre 30 y 50 euros», respondió despreocupado. El niño metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas sueltas, mientras decía: «Tengo 2,87 euros. ¿Puedo verlos, por favor?» El señor sonrió y pensó en decirle al niño que se fuera, pero no había más clientes en la tienda y no tenía nada mejor que hacer.
Al mismo tiempo que pensaba todo esto, silbó y del fondo de la tienda salió corriendo una preciosa perra blanca seguida de cinco pequeños cachorros. Uno de ellos se estaba retrasando considerablemente. Venía el último y parecía que le costaba andar. El niño inmediatamente distinguió al cachorro rezagado… ¡era cojo! Interesado, preguntó: «¿Qué le pasa a ese perrito?» El vendedor le contó que el veterinario había dicho que tenía un defecto en la pata y cojearía durante toda su vida. De pronto, el niño se entusiasmó: «¡Ése, ése,… ¡. ¡Ése es el cachorro que quiero comprar!»
El vendedor, que no salía de su asombro, le dijo: «¿Ése? Si es ése el que quieres, no te preocupes… que te lo regalo». El niño se enfadó mucho. Miró al señor a los ojos y replicó: «No quiero que me lo regale. Ese perrito vale lo mismo que los demás y voy a pagárselo enterito. Si a usted le parece bien, ahora le doy 2,87 euros y luego 50 céntimos todas las semanas, hasta que termine de pagarlo. No puedo darle más porque es la propina que me dan mis padres». El vendedor intentó convencer al niño: «¿Pero no te das cuenta de cómo es ese perrito? Lo que pasa es que no te lo has pensado bien. ¿No ves que nunca va a poder correr, saltar y jugar contigo como los otros cachorros…? «
Pero el niño estaba seguro de lo que quería y, finalmente, el vendedor accedió a su propuesta. Mucho mejor, así se deshacía de aquel animal. Dicho y hecho. El vendedor cogió al cachorro cojo y se lo entregó. El niño se dio media vuelta y recorrió con el perrito en brazos la distancia que le separaba de la puerta de la tienda, mientras el vendedor miraba atónito la pierna torcida del niño sostenida por un gran aparato ortopédico.

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