17 octubre 2014

Para la homilía del Domingo día 19 de octubre

Dar a Dios lo suyo
Una pregunta capciosa que no es pregunta, sino un intento de poner en evidencia a Jesús, le sirve al Maestro, que enseña el camino de Dios con franqueza, como ocasión para invitarnos «a dar a Dios lo suyo», lo que le pertenece. El pasaje del evangelio no va dirigido tanto a distinguir dos órdenes de realidad o ámbitos de vida: el secular, del Cesar y el espiritual, de Dios. No son dos mundos que puedan ponerse en la misma línea o en el mismo horizonte. La imagen del César en la moneda, indica que la cuestión de los impuestos es un problema de las cosas penúltimas, donde está en juego las relaciones humanas para la convivencia ciudadana. La imagen de Dios grabada en el interior del hombre y en el corazón del mundo muestra cuál es el sentido último de toda la realidad, donde se juegan las decisiones decisivas de la vida humana. La respuesta de Jesús es una afirmación inequívoca de la soberanía y la primacía de Dios. Por eso plantea una exigencia sin límites que comprende todos los ámbitos de la vida. Dios no es el Señor y soberano de una parte del hombre o de un ámbito de sus actividades. Dios es el Señor del mundo y el Señor de la historia.

Así se pone de relieve en la primera lectura del profeta Isaías cuando se nos habla de Ciro, rey del impero persa, pagano, que será cauce e instrumento de la acción salvífica de Dios para Israel y testigo, aun sin saberlo, de la soberanía del Señor. El poder y la autoridad de Ciro, la política del imperio, el tributo al César, los impuestos… son cosas que nos competen a los hombres como ciudadanos y miembros de un Estado, pero hay que situarlos como cuestiones penúltimas de la vida humana. La cuestión última y decisiva es la cuestión de Dios, es decir, el reconocimiento y la confesión de su señorío, de su primacía sobre todas las cosas, «dar a Dios lo suyo».
Este Dios único, Señor del mundo y de la historia, es también el Señor de la Iglesia y de la misión. Por eso san Pablo, en el comienzo de la Carta a los Tesalonicenses, da gracias a Dios Padre por la vida de los creyentes, descrita desde una existencia vivida desde las virtudes teologales: el trabajo de la fe, el aguante de la esperanza, el esfuerzo del amor. Esta forma de vida es la expresión concreta y encarnada de que el evangelio ha sido anunciado con palabras y la fuerza del Espíritu. A Dios hay que devolverle todo lo que antes nos ha dado con profundo agradecimiento; y al mundo, a todas las gentes, hay que ofrecerle el Evangelio con la fuerza del Espíritu y con alegría desbordante, certeza irrompible y convicción profunda (pleroforia) para que así pueda plantarse la vida cristiana en cada rincón del mundo y pueda ser confesado el señorío de Dios.
Ángel Cordovilla Pérez

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