11 octubre 2014

Para el Domingo 12 de octubre

¿Quiénes pueden entrar en el Reino de Dios? El evangelio habla: los aparentemente “limpios” están sucios; los manchados están “limpios”. Pero también entre estos últimos hay quienes no llevan el traje de fiesta de la vida. No valen. Parecía que eran, pero no lo son. Cuando en la Iglesia hablamos de “la opción preferencial por los pobres” podemos caer en un error: optar por los pobres para que salgan de su pobreza y… se hagan ricos. ¡Extraño modo de “integrar” a los “excluidos” del sistema, integrándolos en él… De pobres a consumidores, de excluidos a excluyentes. ¿De qué se trata, pues? ¿Cuál es el “vestido de fiesta” del banquete de la vida? LA SOLIDARIDAD.

UN TEXTO
“El reino nos congrega a todos en la mesa del Padre (Le 14,15-24), en la única mesa que existe. A nosotros nos gusta sentir a la comunidad reunida celebrando la fiesta alrededor de Jesús resucitado, que ya ha reconciliado toda la historia en su persona. Trabajar con éxito en comunidad por el reino de Dios nos conduce a la fiesta. Pero antes de la fiesta es necesario experimentar que los instalados en sus pequeñas posesiones (afectos o bienes de la tierra) rechazan la invitación a una fiesta donde los bienes y los afectos se comparten. Después hay que salir por las calles y plazas para invitar a personas limitadas, a todas las marcadas por diferentes tipos de cegueras y cojeras, para dialogar con cada una y comunicarle el regalo de la invitación sin coacción alguna. Y después hay que ir más lejos, fuera de las ciudades, por senderos y caminos, donde se mueven los que deambulan por los márgenes de la ciudad, para «insistirles» una y otra vez -ante su reticencia, comprensible por tantos engaños- en que acudan a la fiesta. No es posible formar una comunidad verdadera sin tener en cuenta a cada una de las personas en esta cultura de lo masivo; y sólo podemos ser personas dentro de una comunidad evangélica que nos libre del aislamiento y el individualismo” (Benjamín González Buelta, Orar en un mundo roto, Ed. Sal Terrae, Santander 2002, p.126).
UN POBRE RICO
Un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, observó un carro de oro que entraba en el pueblo llevando a un rey sonriente y radiante. El pobre se dijo de inmediato: «Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí, lo sé. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo».
En efecto, el rey, como si hubiese venido para ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte. Entonces, de repente, el rey extendió la mano hacia el pobre y le dijo: -¿Qué tienes para darme? El pobre, muy sorprendido y muy desilusionado, no supo qué decir. «Es un juego -se preguntó- lo que el rey me propone. Se burla de mí. Seguro que tiene una trampa o un acertijo. ¡¡No puede ser que me esté pidiendo!!»
Entonces al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el pobre metió la mano en su alforja, que contenía unos puñados de arroz. Cogió un grano de arroz, y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja, el hombre pobre encontró un grano de oro. Fue entonces cuando se puso a llorar diciendo: «¿Por qué no /e habré dado todo mi arroz?» (R. Tagore).

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