04 septiembre 2014

Hoy es 4 de septiembre, jueves de la XXII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 4 de septiembre, jueves de la XXII semana de Tiempo Ordinario.

En los próximos minutos voy a abrir mi corazón a la presencia de Dios. Su palabra es luz que ilumina nuestro caminar en la vida y su espíritu sostiene nuestros esfuerzos. Busco el silencio interior para encontrarme, una vez más, con el Señor de la vida.


La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 5, 1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»

Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»

Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»

Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Hoy vemos a Jesús junto al lago de Genessaret, predicando. La gente ha acudido a oírle. Tienen hambre de su palabra. Tal vez para que le vieran todos, Jesús sube a la barca de Simón y le dice que la separe un poco de tierra, y desde allí enseña. Al contemplar esta escena, me pregunto si nosotros tenemos verdadera hambre de la Palabra de Dios. ¿Deseamos escucharla con el ansia de aquellas gentes que se agolpaban alrededor de Jesús? Dame, Señor, hambre de tu Palabra. Que la escuche siempre como si la oyera por primera vez. Que me deje enganchar por ella. Y que la guarde en el corazón, meditándola, como la guardaba y la meditaba tu Madre, María.

Cuando terminó de hablar, Jesús pidió a Pedro que se adentrara en el mar y echara las redes para pescar. Pedro no está con ánimos de pesca; en él hay desaliento, cansancio y frustración, y responde: -«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»  A Pedro –experto pescador-  la experiencia le decía que no era momento oportuno para la pesca; pero confiando en la palabra de Jesús, echó de nuevo las redes. Y su docilidad y confianza en la fuerza de la palabra de Jesús no quedaron defraudadas: la pesca fue muy abundante. ¡Qué lección de fe la de Pedro! … A veces, Señor, después de luchar día tras día contra mis defectos y  pasiones, de intentar que tú estés en el centro de mi vida y de mi familia…, al no conseguir casi nada, mi fe pierde fuerza y se apodera de mí el desánimo. En esos momentos, Señor, acércate a mí, y dime, como a Pedro: “echa la red.” Y que yo, como Pedro, confíe que tu palabra tiene fuerza para cambiarlo todo, y siga bregando.

En Nazaret habían rechazado a Jesús, porque no creían que pudiera traer nada nuevo. Pero Pedro y sus compañeros, ante hecho tan extraordinario, ven la fuerza de Dios actuando por Jesús. Y Pedro se siente indigno de estar tan cerca de él y dice: -«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»  Entonces Jesús lo anima y lo invita a irse con él para colaborar en su misión: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” Y “ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”. También a nosotros nos ha llamado el Señor para estar con él en su Iglesia,  colaborando en el anuncio e implantación del Reino de Dios y la salvación de los hombres… Como Pedro, también yo, Señor, me siento indigno y pecador; pero tú has querido contar conmigo.  Gracias, porque has confiado en mí. Aquí me tienes; aquí tienes mi corazón, mis deseos de amarte y de que todos te amen; aquí tienes mis manos, mi voz y mi pequeñez. Dispón como quieras, Señor. Dime qué cosas tengo que dejar para irme contigo.

La palabra de Dios hoy nos recuerda que nuestra vida se transforma cuando acogemos la presencia del Señor en nosotros. Al leer de nuevo estre fragmento del evangelio, fíjate en la actitud de los discípulos. De la desconfianza, pasan a la sorpresa y de la admiración pasan al seguimiento.

Ser cristiano no es una bella teoría. Es una experiencia que afecta nuestra vida. A nuestra manera de entender las cosas, a nuestra forma de pensar y relacionarnos, presenta al Señor tu deseo de vivir siempre abierto a su palabra, a su presencia. Preséntale tus temores, deja que sea él quien te anime a remar mar adentro siempre en la vida.

Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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