13 septiembre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 13 septiembre

Queridos amigos:
Tal vez más de un padre o madre cristianos hayan oído decir a sus hijos o hijas:
“Mamá, papá, eso que tú nos dices en casa, en la calle no nos sirve.” Sí, la vida es otra cosa y nadie como los jóvenes experimentan la presión de la sociedad y sus valores frente a lo que sus padres les enseñan en casa. ¿Deben callarse los padres a la hora de inculcar principios y valores a sus hijos? ¡De ninguna manera! Por supuesto, hay que dialogar y hacer ver la verdad y la belleza de lo que en casa se les enseña.

Desde esta perspectiva tenemos que leer las palabras de Pablo en un tema muy actual de aquella primera comunidad cristiana de la ciudad de Corinto, ciudad grande, puerto de mar y con fama de comportamientos públicos nada recomendables.
El tema de la participación en los banquetes del culto en los templos de los paganos a nosotros nos resulta extraño, como les comentaba ayer. Pero la enseñanza sobre la libertad y el amor cristiano son de suma actualidad
Cometeríamos un error si atribuyéramos a las palabras de Pablo un sentido de condenación o menosprecio de las religiones paganas sin más. Lógicamente, el Apóstol no llama divinidades y demonios a aquellos ídolos de madera o mármol delante de los cuales tenían lugar las ceremonias de la gente devota de Corinto. Pablo no era tonto. Sabía muy bien que aquellos banquetes no eran inocentes reuniones cívicas o folclóricas a las que un cristiano convencido podía atender sin peligro de su fe. Los «verdaderos demonios» a los que allí se daba culto eran los demonios de la injusticia y de la explotación de los pobres.
Pablo presenta la eucaristía, centro y eje de la comunidad, como la expresión de una especie de parentesco «carnal», de misteriosa «consanguinidad» con el Señor. En la eucaristía se efectúa la comunión con Dios y con los hermanos y hermanas. El pan único que comemos lo simboliza y la comida en común lo realiza. «No pueden beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no pueden compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios», concluye Pablo.
Finalmente, retomando el asunto de la libertad, el Apóstol repite otra vez que la caridad impone un límite a la libertad: yo me siento libre, pero no quiero que mi hermano sufra por mi forma de actuar. Es decir, por encima de mi libertad personal y mi forma de pensar, hay algo más importante que es el amor y el bien que tengo que hacer a mi hermano.
Jesús nos dice hoy en el evangelio: “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto.”           Y también: “¿Por qué me llamáis "Señor, Señor" y no hacéis lo que os digo?”

Con mucha facilidad se proclama a Jesús como «Señor», pero sin ningún compromiso, ni siquiera con el mínimo de sensibilidad por sus exigencias más sencillas  como tratar a todos por igual y dar una mano al que nos pide ayuda. Podemos llenar estadios para proclamar a los cuatro vientos nuestra fe en el poder de Jesús; pero cuando vienen las exigencias, el testimonio y los compromisos, todo queda en nada y  se desmorona nuestro compromiso cristiano  como la casa que fue construida sobre la arena.
Fe, renuncia y compromiso, son tres actitudes que manifiestan  la fe auténtica del discípulo.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

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