20 julio 2014

Reflexión: Recompensa

En una reunión se habló de los problemas con las drogas del hijo de unos conocidos, y en un momento dado uno de los presentes dijo: “¿Cómo es posible que de esa familia haya salido un elemento así? Porque los padres son modélicos, y los otros hermanos tan trabajadores…” Seguro que conocemos algún caso así: todos son hijos de los mismos padres, han crecido bajo el mismo techo, han recibido la misma atención y educación, y han tenido prácticamente las mismas oportunidades. Pero cada uno toma un camino en la vida, unos para bien, y a veces otros para mal.

La presencia del mal, en sus múltiples manifestaciones e intensidades, es un misterio. A veces se puede prever su presencia, observando las consecuencias de determinados comportamientos y actitudes, pero a menudo se presenta sin saber cómo, y nos sorprende. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, trigo y cizaña aparecen mezclados. Y nos preguntamos: ¿De dónde sale la cizaña?
Nuestra tendencia natural ante la presencia de la cizaña, del mal es también la que recoge el Evangelio: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Y por supuesto que hay que luchar contra el mal, pero debemos hacerlo al estilo de Dios. Y su estilo nos sorprende: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Y esta respuesta trastoca nuestros esquemas; pero es una llamada a que, ante el misterio del mal, nos adentremos en el Misterio de Dios, y su actuar frente al mal.
Lo hemos escuchado en la 1ª lectura, que merece la pena leer y orar despacio: Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder… Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
Dios, precisamente porque es Todopoderoso-misericordioso, permite la presencia de la cizaña sin arrancarla. Y así demuestra su poder, porque aunque la presencia del mal seguirá siendo un misterio, por Él la cizaña puede llegar a ser trigo limpio, y constantemente invita al arrepentimiento.
Y quizá este actuar de Dios nos pueda escandalizar en algún momento, pero la Palabra de Dios también nos invita a pensar en nosotros mismos. También encontramos en nosotros mismos el trigo y la cizaña mezclados, y seguramente más cizaña que trigo. ¿Qué habría sido de nosotros si Dios no nos hubiera dado la oportunidad de arrepentirnos para ofrecernos su perdón, si Dios no fuera, como hemos escuchado en el Salmo, bueno, clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal?
La propia experiencia ha de ser una llamada a ser testimonio humilde de la transformación que Dios ha obrado en nosotros y puede obrar en todos los que se acerquen a Él con sincero arrepentimiento, testigos por propia experiencia de que por obra del Espíritu Santo en nosotros, la cizaña puede convertirse en trigo limpio.
¿Cómo suelo reaccionar ante la presencia del mal, de la cizaña, en mi entorno y en la sociedad? ¿En qué ocasiones quisiera que Dios arrancase de raíz la cizaña? ¿Cuál es en mí, sinceramente, la proporción entre trigo y cizaña? ¿Qué experiencia tengo del perdón recibido de Dios, puedo hacer mías las palabras del Salmo y afirmar que es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal? ¿Con qué frecuencia recibo el sacramento de la Reconciliación para transformar mi cizaña en trigo?
Humanamente, ante el misterio del mal, en nosotros y sobre todo cuando se presenta más crudamente en nuestro entorno y en la sociedad, nuestra primera reacción es desear y pedir que sea arrancado de raíz. Pero como decía San Pablo en la 2ª lectura: nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Por eso, frente al misterio de presencia de la cizaña propia o ajena, pidamos al Espíritu Santo que interceda por nosotros, y que teniendo presente nuestra experiencia personal, aprendamos del Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, que el justo debe ser humano. Que nunca nos falte la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento, y que con su gracia, la cizaña puede llegar a ser trigo limpio.

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