14 marzo 2014

Homilías 2-III Domingo Cuaresma, 23 marzo

1.- EL ENCUENTRO CON JESÚS TRANSFORMA NUESTRA VIDA
Por José María Martín Sánchez OSA
1.- Cristo esta cansado del camino y tiene sed .El pasaje del Evangelio de hoy nos narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana, a quien Él le pide de beber. Esta mujer era sin duda una mujer desenvuelta, pero de mala fama, probablemente una persona que procuraríamos evitar si asistiera a la misma iglesia que nosotros. Y sin embargo, Dios, en su Providencia dirige las cosas de tal forma que esta mujer mundana, superficial y probablemente inculta, recibe una revelación extraordinaria, pues Jesús le habla de términos de gran profundidad y simbolismo.
Cristo, como nosotros, a veces se encuentra fatigado, Él era hombre y como tal tenía las debilidades que tenemos nosotros, excepto el pecado, sentía hambre, sed, cansancio... es por eso que El puede comprendernos. Es conmovedor ver al Maestro rendido por el camino y su tarea apostólica y sin embargo, listo para seguir salvando almas. La mujer va al pozo, donde se halla Jesús sentado. Le pide de beber, pero sólo como excusa para entrar en un tema más profundo. Judíos y samaritanos eran enemigos y se odiaban desde hacia miles de años, sin embargo, Cristo tiene con la samaritana un diálogo muy hermoso, lleno de ternura, para indicarnos que Él no excluye a nadie de su acción salvadora, sino que su amor se extiende a todas las almas y que a todos vino a salvarnos. Un detalle de la delicadeza de Cristo, es que inicia el diálogo con la petición, todo un Dios que pide un favor a una de sus criaturas: "dame de beber". La samaritana se asusta y no obstante le contesta, permitiendo así la acción de la gracia. Al dirigirse ella también a Jesús, que era judío, da el primer paso a su propia transformación. ¡Qué maravilloso ejemplo de disponibilidad y de olvido de sus enemistades!
2.- La samaritana también tiene sed, pero de felicidad. Cristo hace referencias al agua que Él nos dará y que verdaderamente nos quitará toda sed. Esta agua se ha visto como figura de su gracia que colma toda vida espiritual. La mujer vuelve a demostrar su disponibilidad y apertura al pedir al Señor del agua que promete. Cristo a su vez, aprovecha el interés de la samaritana para manifestarle su condición divina, que le permite ver hasta lo más profundo del corazón. Es así como el Señor conoce todas nuestras intimidades y nuestros secretos. La samaritana, ante el descubrimiento que Cristo le hace, podría haberse retirado avergonzada, sin embargo, inmediatamente le hace una confesión de su fe exclamando: "Veo que tú eres un profeta". Allí está el segundo momento de su conversión. Es precisamente en este aceptar a Cristo en nuestra vida en donde se fragua nuestra propia conversión.
3.- Reconoce en Cristo al Mesías y culmina su conversión. Tal vez nosotros no comprendemos la magnitud de esas palabras de la samaritana porque en realidad no tenemos idea de la enemistad que existía entre los dos pueblos, pero reconocer un samaritano que un judío era profeta, era un acto de humildad muy grande y que implicaba un vencimiento propio muy fuerte. Cristo, seguramente quedó conmovido ante esa actitud y aprovecha la ocasión para revelar a aquella humilde mujer una verdad muy importante: que Él era el Mesías. Y lo hace en forma breve diciendo: "Yo soy". La samaritana llega a la última etapa de su conversión. Ya ha reconocido sus pecados y ahora acepta la doctrina verdadera: reconoce al Mesías como al Hijo de Dios.
4.- Se convierte en “apóstol” de Jesús. Es entonces cuando la mujer, llena ya de la gracia divina, quiere participara a todos de aquello que ella ha experimentado y olvidándose del motivo que tuvo para acercarse al pozo, deja su cántaro y se dirige al pueblo a compartir lo que ha descubierto. Vemos aquí cómo toda conversión auténtica se proyecta necesariamente a los demás en un deseo de que participen también de la alegría que uno ha descubierto. ¿Nosotros hemos encontrado a Cristo? ¿Lo hemos llevado a nuestro prójimo? El Evangelio nos habla del fruto de la obra de la samaritana, pues dice que "por sus palabras muchos creyeron en Cristo". Ella fue así el instrumento que acercó a Cristo a sus hermanos, quienes ya convencidos empezaron a amar al Señor y a proclamarlo su Salvador. La lección para nosotros es clara. Nos habla del concepto que tenemos de nuestra propia piedad: probablemente trataríamos de evitar a una mujer como la de Sicar, dándola por un caso perdido. Jesús, en cambio, la escogió para convertirla y le indujo a hacer una confesión de fe. Cristo escoge en este caso para ser su apóstol a una mujer pecadora y extranjera, pero dispuesta a la conversión, abierta al cambio de vida y a la gracia. Pensemos que así como ella, nosotros, a pesar de nuestros pasados errores, podemos ser el instrumento para que Cristo llegue a muchas almas. Basta sólo que sinceramente nos arrepintamos y que estemos dispuestos a recibir su gracia y a convertirnos.

2.- Y YO QUIERO SER CÁNTARO
Por José María Maruri, SJ
1.- Y el Señor se sentó cansado en el brocal del pozo, como se hubiera sentado cansado en el bordillo de la fuente de la Puerta del Sol, junto a un barbudo vagabundo, a un hombre de tez morena y, tal vez, una obre mujer de las que se pasean por la calle Montera o Carretas, aunque todo ello podría ser completamente imposible si no terminan las sempiternas obras de la Puerta del Sol. Pero la imagen nos vale. (**)
--Jesús cansado, abrumado por toda esa multitud que pasa deprisa, o vende chucherías, o compra lotería
--Jesús abrumado porque esa multitud anónima para nosotros tiene cara, tiene rasgos muy conocidos, tiene su propia historia para Él, abrumado por el cariño hacia cada uno.
--Jesús cansado porque quisiera tener una conversación individual con cada uno y cada una, como con la samaritana, samaritanas muchas de esas que se sientan junto a Él en la fuente de la Puerta del Sol.
---Jesús cansado porque no llega a todos, porque es demasiado trabajo para Él solo. ¿No? Cansado porque la mayoría de ellos y ellas llevan tapados los oídos, por la necesidad de ganarse el pan de cada día, por no tener más expansión que tomar el sol sentados en la fuente, destrozados por la droga, viviendo sin rumbo en la vida.
Y sin embargo, el Señor sabe que mientras queda un poco de lucidez en esas cabezas que se agitan hay esperanza de que se den cuenta de su presencia allí, sentado en la fuente.
**Él sabe que esos ellos y ellas que alardean, tal vez, de no creer, en sus soledades acuden a un Dios… por si acaso.
**Él sabe que en esa multitud anónima para nosotros, que para Él si tienen cara, hay rincones de cariño y bondad hacia los demás, que son otras tantas lucecitas de esperanza, son muestras de la presencia del Dios del amor.
2.- Con cuántas samaritanas y samaritanos de nuestros días quisiera el Señor tener una larga conversación. Ellos y ellas que han visto roto su primer matrimonio más o menos culpablemente por su parte. Hombres y mujeres a los que Él tendría que decir: “Bien dices que no tienes marido o mujer porque con quien ahora vives no lo es”
--Samaritanos y samaritanos aprehendidos en la redes de la vida a los que Jesús no les negaría el agua que salta hasta la vida eterna, como no se la negó a la del evangelio
--Samaritanos y samaritanas que no han podido continuar un camino imposible de espinas y han rehecho sus vidas, doliéndoles el alma porque les dicen que su cantarillo ya no recoge agua viva.
Y Jesús les diría, les pediría por favor, que sea como sea, no rompan el cántaro contra el suelo, sino que sigan viniendo al pozo cada día, que allí siempre estará Él, abrumado y esperando.
Todos somos samaritanos o samaritanas ante el Señor. Pase lo que pase, que vengamos al pozo con el cántaro entero por si algún día el Señor nos lo llena.
3.- En esta escena hay cuatro personajes: Jesús, la samaritana, los apóstoles y el cántaro. Y yo quiero ser cántaro. Señor un cántaro de arcilla humana con corazón, de arcilla enrojecida por la vergüenza de lo que de mi se podría decir y no se dice. Cántaro que traen a Ti vacío de de buenas obras, traído y llevado cada día por la inseguridad de mis propósitos, pero sobre todo quiero que mi dueña se olvide de mi, dejándome a tus pies, junto al brocal del pozo.
(**) La Puerta del Sol, el centro más característico de Madrid que, en estos días, soporta unas obras interminables para la construcción de una estación subterránea del ferrocarril de Alta Velocidad

3.- LA SED DEL ALMA Y LA SED DEL CUERPO
Por Gabriel González del Estal
1.- Es muy importante que tengamos sed. Sed de Dios, por supuesto. Hambre y sed de Dios hasta en los tuétanos y en las entretelas del alma. El problema más grave del hombre de hoy es que ya no siente sed de Dios, es que ha empezado a vivir sin sentir la necesidad de Dios. El que no siente sed de Dios no busca a Dios, busca aplacar su sed en otros manantiales distintos de Dios. Porque sed del alma, sed sicológica, tendremos siempre, desde el momento mismo en que empezamos a sentir y a pensar. Pero no toda la sed del alma es sed de Dios y, cuando no es Dios el que sacia nuestra sed, intentamos saciar la sed del alma en manantiales efímeros y casi siempre contaminados. Nacemos sedientos del agua física, del agua que quita la sed del cuerpo, y también nacemos sedientos del agua sicológica y espiritual, del agua que sacia la sed del alma. Nos pasamos la vida buscando manantiales donde saciar la sed del alma. La sed del cuerpo aquí, en Europa, todavía podemos saciarla fácilmente. Desgraciadamente, no ocurre lo mismo en otros muchos países, donde millones de personas sufren y mueren de sed física, sin que se nos remuevan las entrañas a nosotros, los señores del agua. Uno de los grandes problemas de los cristianos, en este momento, es, por una parte, despertar la sed de Dios, la sed del alma, en los países ricos de occidente y, por otra, saciar la sed del cuerpo, la sed física, en todos aquellos países que ven que el desierto les cerca y les ahoga irremediablemente. Es una tarea y una misión difícil y complicada, aquí y allá, pero, si los cristianos de hoy no ponemos todo nuestro empeño en realizarla, no habremos sabido estar a la altura de los tiempos en los que nos ha tocado vivir.
2.- ¿Está o no está el señor en medio de nosotros? Esto decían los israelitas cuando se morían de sed en el desierto. Esto mismo pueden decir hoy millones de personas en África; eso mismo pueden decir hoy en cualquier país del mundo tantas personas que viven marginadas y sin posibilidades de vivir una vida digna. A los israelitas les salvó Moisés, que actuó en nombre y con el poder de Dios. ¿Quién salvará hoy a los millones de personas que se mueren de sed en África y a tantas personas que se mueren de soledad y miseria en el mundo? Es evidente que cada uno de nosotros no podemos hacerlo todo, pero también es evidente que cada uno de nosotros puede hacer algo. Si damos de comer a un hambriento o de beber a un sediento y lo hacemos con el espíritu y el amor de Jesús de Nazaret, seguro que esas personas descubrirán que Dios sí está en medio de ellos.
3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el espíritu Santo que se nos ha dado. La esperanza de la que aquí nos habla San Pablo es la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Esta esperanza, nos dice el apóstol, no puede defraudarnos porque no se basa en nuestros méritos, sino en el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Es un espíritu de amor, el Espíritu Santo, el que nos salva, es el Espíritu de Cristo que, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros. Este espíritu de amor, este espíritu de Cristo, es el que debe animar la vida de los cristianos, estando siempre dispuestos a animar, a dar vida, a este mundo pecador en el que vivimos. El encontrar oposición y enemistad en el mundo que nos rodea no sólo no debe nunca desanimarnos, sino que debe animarnos a trabajar con más intensidad, si cabe, por el Reino de Dios. Porque no trabajamos en busca de una recompensa personal; trabajamos por amor a Cristo y a su Reino.
4.- Dios es espíritu y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y en verdad. Para poder adorar a Dios en espíritu y en verdad es preciso haber bebido previamente el agua de Dios, el agua de la vida que Cristo nos da. El agua que Dios nos da, y que se convierte dentro de nosotros en un surtidor que salta hasta la vida eterna, es el amor. Cuando sabemos amar al prójimo con el amor de Dios, con el amor con que Cristo nos amó, se borran automáticamente en nosotros las distinciones entre judíos y samaritanos, entre católicos y protestantes, entre blancos, negros o amarillos. Amaremos al que más lo necesite, sin preguntarle si adora a Dios en el templo de Jerusalén o en el monte de Garizín. Amar a Dios y darle culto en espíritu y en verdad es amar al prójimo como Dios le ama, como Cristo nos amó. Esto es lo que aprendió la samaritana después de haber bebido del agua que Cristo le había dado, esto es lo que ella les dijo a sus paisanos, los samaritanos. Por eso, cuando llegaron a verlo (a Cristo) los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Sería maravilloso que las personas a las que nosotros hablamos nos pidieran encarecidamente que nos quedáramos con ellas.

4.- DAME DE ESA AGUA...
Por Antonio García Moreno
1. La sed.- Bajo el sol tórrido del desierto, la sed se acrecienta y las reservas de agua se van terminando. Y todavía faltaba mucho para llegar a la tierra que manaba leche y miel, todavía el horizonte se perdía lejano, agreste y reseco, calcinado y polvoriento. El pueblo se queja, protesta y murmura contra Moisés.
La falta de agua es como una obsesión para aquellos hombres que caminaban penosamente por el desierto, sin ver el momento de terminar su camino. Y esa situación viene a ser típica, figura expresiva de las ansiedades del hombre, símbolo de la angustia que puede devorar el alma... Cristo dirá en la cruz: Tengo sed. Y en aquel momento se juntan en él la sensación penosa del que está deshidratado, y el tormento moral de verse clavado en una cruz por aquellos a quienes entregaba su vida. Jesús quiso gustar el sabor amargo del dolor, físico y moral, de todos los hombres. Esa sed indefinida que nos atormenta a veces en lo más hondo de nuestra vida. Sí, también nosotros caminamos a veces por el desierto, sedientos, sufriendo vivamente, anhelando el descanso de nuestras fatigas, deseando alcanzar el consuelo de la Tierra Prometida. Escucha entonces, Señor, nuestro lamento, limpia nuestras lágrimas, sacia nuestra sed.
Moisés camina hacia la roca del Horeb, llevando consigo el cayado de los prodigios. Yahvé le ha prometido que de la roca brotará agua suficiente para calmar la sed del pueblo... Sigue el simbolismo del agua que calma la sed, recordándonos momentos de la vida de Cristo, trayéndonos a la memoria realidades que han de remover nuestra vida muerta, cansada y sedienta.
Jesús descansa en el brocal del pozo de Jacob. Es mediodía, está muy cansado y tiene sed. Espera que llegue alguien y le dé de beber pues no tiene con qué sacar agua. Pero cuando llega la samaritana, Jesús muestra una sed distinta, un deseo vehemente de librar a esa mujer de su pecado. Entonces es la samaritana la que tiene sed y pide de beber. El Señor le promete un agua distinta de la que había en aquel aljibe.
Dame de beber -dice esta mujer-. Dame de esa agua... Nosotros también te lo decimos, Señor. Nosotros, sedientos con una sed profunda, te rogamos que nos des a beber el agua viva que tú has prometido a los tuyos. Haz que se cumplan en nosotros tus palabras. Tú dijiste: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba quien cree en mí..." Y también: "El que beba del agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna".
2. Dame de beber, Señor.- El pasaje de la samaritana es uno de los más ricos en contenido humano y teológico. Uno de esos momentos en que podemos contemplar a Jesús en su vertiente de hombre que, como los demás, se cansa y ha de sentarse, tiene sed y pide de beber, aunque se tratara de pedir a una mujer que, además, era samaritana, circunstancia que en aquel ambiente era denigrante. Él superó los prejuicios de su época, tanto los de tipo social como los de índole religiosa, y entabla una conversación sencilla, y profunda a la vez, con aquella mujer de pueblo cuya vida era un tanto irregular. Precisamente por ese motivo Jesús se ha dirigido a ella, pidiéndole no sólo agua sino también el desahogo de sus gozos y sus penas.
El Señor ha leído en su corazón, y ella reacciona con humildad y con admiración. No se irrita al verse descubierta. Simplemente reconoce que está delante de un hombre de Dios, delante de un profeta... Jesús la escucha y le responde con paciencia y claridad. Le hace comprender que lo importante en el culto que se ha de dar a Dios, no está en el lugar donde se le tribute, sino que lo principal es el modo como ese culto y adoración se realice. Ha de ser un culto que brote del interior del hombre, movido por la acción del Espíritu en lo más hondo de su ser... Un culto, por otra parte, que sea verdadero, sincero, leal, nacido de un corazón enamorado. Un culto, por tanto, que no se limite a la palabra o al rito, sino un culto que repercuta en la vida cotidiana, haciendo de cada acto, de cada latido del corazón, un sí rendido y gozoso al querer de Dios.
La samaritana escucha atenta sus palabras. Le cree y le pide de esa agua viva que quita la sed para siempre. Aunque aún no conocía el don de Dios, ya se lo pedía con fervor: Dame de beber, Señor, y apaga esta sed que me devora por dentro, y me hace buscar entre los hombres lo que sólo en Dios se puede encontrar. Es una oración que debe resonar en nuestro corazón, para que también nosotros, sedientos siempre, la repitamos a Dios. Sí, Jesús mío, dame de beber, que me muero de sed.

5.- LA MUJER DE LAS PREGUNTAS
Por Gustavo Vélez, mxy
“Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar y cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial”. San Juan, Cáp. 4.
1.- Cruda y persistente fue la enemistad entre judíos y samaritanos. Los primeros adoraban a Dios en Jerusalén, los segundos en Garizim. Al pie de este monte, se encuentra hoy una aldea de nombre Askar, y allí cerca un pozo, resguardado por una capilla bizantina.
Jesús va de camino hacia Jerusalén. Luego de una extensa caminata, se detiene en territorio samaritano. “Cansado del camino, está allí sentado junto al manantial”, apunta san Juan. Aunque los rabinos de entonces enseñaban: “El agua de Samaría es más impura que la sangre de un perro”. Aprieta el sol del mediodía y una mujer de la vecina aldea llega, con su cántaro al hombro. Mira al desconocido, a quien reconoce como un galileo que va a la capital.
Nada acosa el silencio sino el cubo que, atado a un cordel, golpea el agua en la sima del pozo. La mujer ha llenado su cántaro y ya se marcha. Entonces Jesús interviene, diciéndole: “Dame de beber”. De inmediato, ella empieza a blindarse detrás de sus preguntas: “¿Cómo, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
2.- El Señor esquiva esas viejas discusiones religiosas y políticas. A quien ha venido a buscar agua, le ofrece otra limpia y fresca, “que salta hasta la vida eterna”. La samaritana trata de entender, pero a la vez se defiende: “Si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde has de sacarla?”. Bajo los signos del agua y de la sed, Jesús explica su proyecto de salvación. Pero la interlocutora no entiende más allá de su cántaro: “Dame, Señor, de esa agua y así no tendré que venir aquí para sacarla”.
Queriéndola elevar a otro nivel, el Maestro le toca el corazón. “Ve, llama a tu marido y vuelve”. La que ha buscado durante mucho tiempo paz, compañía, intimidad, sin lograrlo está desconcertada, pero continúa defendiéndose: “Yo no tengo marido”. Jesús le responde: “Tienes razón. Has tenido ya cinco y el de ahora no es el tuyo”. Como quien dice: Has empeñado tu ilusión con media docena de ellos, sin alcanzar lo que buscabas.
3.- La mujer agota sus pertrechos. Se refugia en lo tradicional, en lo externo. Le pregunta al extranjero: Al fin y al cabo ¿vale Jerusalén o vale Garizim? ¿De qué manera quiere Dios que le honremos? El Maestro derriba, con una sola frase, la plaza fuerte donde se atrinchera la mujer: “Dios es espíritu y quienes le dan culto han de hacerlo también en espíritu y en verdad”. Aquí se hace patente el Dios que Jesús viene a mostrarnos. Aquel que nos invita a adentrarnos en nuestra intimidad, más allá del calor del mediodía y de todas las fuentes, que no han saciado nuestra sed.
4.- Aviso para quienes nos pasamos la vida esquivando al Señor. Levantando un andamiaje de razones, de distorsionados sentimientos, de irracionales plazos, que retardan el encuentro salvador que Dios ofrece. El evangelista concluye: La mujer dejó abandonado su cántaro y regresó a la aldea. Les dijo a sus amigos: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será acaso el Mesías?”

6.- EL POZO QUE, TODOS, TENEMOS
Por Javier Leoz
Nos preocupa, sobre todo en España, la escasez de agua. Miramos hacia el cielo deseando que, el Señor, la envíe abundantemente porque, sin ella, es difícil vivir y, sin ella, todo –personas, animales y valles- se resecan.
1.- Lo mismo que la tierra tiene sed, algo parecido le ocurrió a Jesús. Estaba cansado, sediento y….pedía agua. Al borde de un pozo, la Samaritana, quería quedarse en lo superficial (que también es importante) pero Jesús le ofrece otro agua que es surtidor de paz y de vida interior, de felicidad y de dicha.
¿Dónde tienes tú el cántaro? Respondería la Samaritana. Decía, reclamaba y hacia como tantas veces, lo hacemos nosotros cuando ponemos trabas e inconvenientes a Dios para que El no actúe en nuestras vidas. ¿De qué estamos sedientos? ¿Del agua cristalina y fresca? ¿O de algo más? El mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, están/estamos saturados de todo y, a la vez, de nada. Sentimos que no nos falta lo necesario para vivir y, en un sentimiento encontrado, percibimos que nos falta siempre un “algo” para ser felices.
Es entonces cuando, Jesús, entra en acción. No nos ofrece el agua embotellada o etiquetada que el negocio nos vende. Jesús, consciente de la sed del hombre, esa sed que no es apagada por la frescura del agua corriente, nos lleva a una fuente que calma nuestra ansiedad y sed de Dios. Entre otras cosas, sentarse junto al pozo de Jesús, implica –además- sentarse frente a la verdad de uno mismo. Y, esto, ¡cuánto nos cuesta!
2.- Todos, también los que estamos preparándonos a los días santos de la Pascua, tenemos un pozo donde y en el que encontrarnos con el Señor.
. El pozo de la oración. En él, el Señor, nos moldea y nos habla. Es un pozo en el que, el corazón que busca a Dios, se abre de tal manera, que el Espíritu obra maravillas en él.
. El pozo de la Eucaristía. Cuando nos acercamos a ella sentimos que, además de mitigar la sed, el Señor nos alimenta y fortalece para seguir batallando en la vida.
. El pozo de la Palabra. Al acercarnos al pozo de la Palabra sentimos que el Señor nos interpela con la misma fuerza que a la Samaritana. Parece como si, ésta o aquella Palabra, estuviera expresamente indicada, dicha y diseñada para cada uno de nosotros. Como si Dios, al igual que lo obró en la misma Samaritana, tuviera especial interés en despertar nuestra sed por El y para El.
. El pozo de la Iglesia. Muchos hermanos nuestros, amigos y conocidos, prefieren buscarse sus propias fuentes para creer y esperar. Pero ¿Quién nos ha dado de beber, con pasión de madre y gratuitamente, el agua del Evangelio, del amor de Dios o de los sacramentos que incentiva y da vida a nuestra fe? El pozo de la Iglesia. En él nos sentamos para escuchar la Palabra; para ponernos en paz con Dios por el sacramento de la reconciliación; para recibir el pan de la Eucaristía o para compartir, lo mucho o lo poco que tenemos, con los más necesitados.
3.- Frente a un mundo hambriento y sediento de lo superfluo, la Samaritana, representa esa parte interior, que todos nosotros poseemos, y que está llamada a despertar, cuidarse y descubrirse por el encuentro personal con Jesús.
Está bien que, como necesitados del agua natural, la pidamos a Dios pero, de igual manera, miremos un poco más allá; profundicemos bajo las aguas del simple pozo de nuestra existencia y…busquemos ese Espíritu que nos puede dar vida y tonificar totalmente, de arriba abajo, lo que somos, pensamos y realizamos.
  • 4.- TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA
  • Soy caminante en busca de lo alto
  • y por ello tengo sed, no tanto de beber,
  • cuanto de llegar a Dios.
  •  
  • ¡TÜ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
  • Mi camino, cansado y abatido,
  • son pasos que conducen hacia alguien:
  • ¿Estarás al final, Jesús?
  • Mi camino, sabiendo que Tú esperas,
  • sé que será sendero que conducirá
  • entre pruebas y llantos
  • alegrías y penas, al pozo de la amistad
  •  
  • ¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
  • Sentarme junto a Ti, Señor,
  • es contemplar la grandeza y la pobreza de mi vida
  • es entender que, Tú, como nadie
  • pones sobre la mesa aquello que , de mi vida,
  • muy poco o nada, me interesa pregonar ni ver.
  •  
  • ¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
  • ¿Cómo me darás de ese agua viva?
  • ¿Cómo la sacarás, Señor?
  • ¿Dónde tienes un cántaro?
  • ¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor!
  • Yo soy el vaso y el cántaro
  • con los cuales sacarás, para mí y para los demás,
  • el agua viva que brota a chorros
  • de la fuente de tu costado.
  •  
  • ¡TÜ, SEÑOR, ERES EL POZO DEL AGUA VIVA!
  • Entra, Señor, en el pozo de mi alma:
  • es hondo, como el de la Samaritana
  • con fragilidades, como la vida de la Samaritana
  • con sed de agua limpia, como la de la Samaritana
  • con sed de Dios, como la de la Samaritana
  • Entra, Señor, en el pozo de mi alma
  • Y que, como la Samaritana, pueda decir también
  • He estado con Jesús…y sabe todo lo que he hecho
  • Amén.


7.- JESÚS Y LAS MUJERES
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Es de suponer que los relatos de los Evangelios tenían que sorprender –y mucho—a los primeros cristianos, tanto en el ambiente pagano, como dentro del pueblo de Israel. Y mucho más tuvieron que hacerlo cuando todavía no eran más que un reducido número de fieles que intentaban organizar su fe mediante el mejor conocimiento de Jesús de Nazaret, del Señor Jesús, mediante una primigenia tradición oral. Y esto viene a cuento ante la escena de la Samaritana, ante el largo y notable desarrollo de todo el relato. Las mujeres apenas pesaban en la sociedad de aquellos años. Y, desde luego, durante muchos siglos después, muy poco o casi nada. Apenas aparecían en los libros, en las historias corrientes, a no ser que fueran reinas o prostitutas. Pero las mujeres van a estar presentes, muy presentes, en los ejemplos catequéticos que Jesús va poniendo a lo largo de su vida pública. Ahí están Marta y Maria de Betania. María Magdalena a quien se aparece por primera vez, aun siendo mujer. Asimismo, la maravillosa escena de la mujer pecadora, cuando intentan apedrearla y Él, Jesús de Nazaret, escribe en el suelo.
Y la realidad –no nos engañemos—es que siguen sorprendiéndonos a todos. Tienen los evangelios esa condición de sorpresa que marca y llena. Y es, sobre todo, porque no se han adaptado a las convenciones de una época, ni han tenido en cuenta las formalidades humanas de “construir” la vida, sólo la voluntad de Dios. Por eso, millones y millones de personas se han visto iluminadas por unos relatos, por unas historias, diferentes y muy gráficas. Historias que marcan, se fijan a martillazos en nuestra memoria y conforman –y forman—la vida propia a partir del momento en que se descubren. No deberíamos pasar ni un solo día sin consultar, sin releer, los evangelios; porque, asimismo, cada nueva lectura es un descubrimiento, una nueva visión de algo que, hasta entonces, parecía muy conocido.
2.- Personalmente, creo que no habrá otra escena evangélica que haya tantos inspirado comentarios –libros enteros—como la del pozo de Sicar. Y es que se presta a ello. Jesús llega cansado y sediento a la cercanía del brocal de un pozo. Tiene sed y pide de beber. Allí una mujer saca agua. Habrá reconocido, enseguida, a un judío piadoso, por, probablemente, todo lo que acompañaba el atuendo de las personas religiosas judías –filacterias en el manto, por ejemplo—y, claro, se sorprende que un judío le hable a ella que es samaritana. Y, probablemente, le sorprendiera más por ser mujer. En estos momentos, esta mujer no podría adivinar “lo que se le venía encima”. Descubrir la verdad sin reservas que iba a comprometer incluso a la totalidad de sus creencias –como el lugar del culto—o todas sus diferencias religiosas, étnicas y políticas –como la larguísima confrontación entre samaritanos y judíos. Pero, sobre todo, conocer el Mesías, a un Mesías diferente, que solo hablaba de concordia, de amor, de paz. El “otro” Mesías, el que describían las leyendas religiosas de entonces era un personaje que conquistaría con el uso de la fuerza y hasta de la magia.
Pero tampoco podía suponer la samaritana que su vida iba a cambiar totalmente porque esa agua de eternidad que le iba a dar el desconocido que acaba de conocer, daría sentido a toda su existencia a partir de ese mismo momento. La mujer iría de sorpresa en sorpresa hasta quedar totalmente desconcertada. Pero no nos engañemos, algunos aspectos –o muchos—de nuestra conversión personal están llenos de elementos desconcertantes, imprevistos, casi imposibles, vistos con los ojos de la vida anterior, vivida hasta ese momento. Ya, cuando el desconocido descubre su vida es un autentico shock. Primero porque al no ser de la zona no tiene por qué saberlo. Segundo, porque, asimismo, es una vida azarosa, vergonzosa. Son cinco maridos. No uno solo. Y el último no es ni siquiera su marido.
3.- Es verdad como dicen muchos expertos y exégetas que la samaritana en esos momentos se convierte en apóstol, en anunciadora de la verdad y del Reino de Dios. Y por ella creerían muchos en Samaria que, ya para nada, tienen que ir al Templo de Jerusalén ha a adorar a Dios. También muchos comentaristas se refieren a la sorpresa de los apóstoles ante el importante diálogo que mantiene Jesús con una samaritana. Y todo el tema –sin duda maravilloso—del agua eterna que salta desde dentro son, asimismo, cuestiones dignas de ser meditadas. Todas ellas nos dan claves importantes dentro de este impresionante evangelio de San Juan que hemos escuchado hoy. Todo es sencillamente sublime y necesita de mucho trabajo por nuestra parte para entenderlo y aprovecharlo.
La primera lectura, del capítulo 17 del Libro del Éxodo hace referencia también a la sed, a la sed del pueblo errante por el desierto. Será Moisés, quien siguiendo las indicaciones de Dios, sacará agua de las piedras. Y lo hará en el lugar de Massá y Meribá emplazamiento que quedará en la historia colectiva del pueblo de Israel como lugar de afrenta y vergüenza por haber tentado a Dios. El agua que Dios les dio calmó los ánimos y el pueblo inició el arrepentimiento por su mala conducta ante Dios. Y el arrepentimiento es el camino principal de la Cuaresma. Pero no podemos llegar a la paz del arrepentimiento, solos. Necesitamos de la ayuda de Dios. La samaritana encontró a Jesús que le abrió el camino hacia la paz y el cambio. El pueblo errante necesitó, asimismo, de la intervención portentosa de Dios para saber que era Dios quien cuidaba de él. Y su irá desapareció. Una ira que hizo temer a Moisés que podía morir apedreado. Massá y Meribá –lo que allí ocurrió—está presente en los salmos y es expresión de penitencia, aunque primero lo fe del rebeldía, cuando, todavía, Dios no había intervenido.
La presencia de Dios en nosotros llega en forma de amor, siempre. Por eso, San Pablo define también dicha presencia. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” No estamos solos. El Espíritu –tiene razón San Pablo—nos acompaña en la subida de este Cuaresma hacia la Semana y la Pascua.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

EL PAISAJE DE LA SAMARITANA
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Uno de los paisajes que más hubiéramos deseado que se conservara tal como era en tiempos antiguos, es al que se refiere el texto del evangelio de este domingo. Lamentablemente, no es así. El pozo profundo, sí se conserva, pero nada de su entorno nos evoca la escena. El manantial está situado en el interior de una cripta, que ella misma a su vez se abriga en una gran basílica, empezada a principios del siglo XX, a expensas de Rusia, según me cuentan, se paralizó cuando la revolución bolchevique, continuándose en la actualidad su construcción. Debe uno cerrar los ojos de la cara y, si le apetece, sacar agua desde un precioso brocal de mármol y beberla a sorbitos lentos. Se la servirá amablemente un clérigo ortodoxo, rodeado de estampas, cirios e iconos. Puede uno entonces, si le ha ayudado el gesto, entregarse a sus ensueños.
Si uno contempla el paisaje con los ojos interiores y evoca lo que tenían en sus mientes los dos interlocutores, su espíritu vibrará de emoción. Debéis saber, mis queridos jóvenes lectores, que muy cerca de aquí está la tumba de José, el hijo de Jacob. También está cercano el santo lugar de Siquen, allí donde empezó a revelar Dios a Abraham su proyecto de salvación. Donde fue seducida y violada Dina. Donde Josué dejo hincada una piedra, testimonio comprometedor de la lealtad del pueblo. A unos 11k se conservan todavía las ruinas de Samaría, la antigua capital. En el horizonte se levantan dos montañas mágicas y simbólicas: el Ebal y el Garizin, a este último se referirán los interlocutores. El lugar está situado a las afueras de la ciudad palestina de Nablus.
2.- Podréis escuchar muchos y diversos comentarios. La Palabra de Dios tiene tal profundidad, que por sus inmensos recovecos descubre uno ignotos tesoros. Os explicaré el encuentro del Maestro y la mujer samaritana a mi manera, que es, sin duda, uno de los modos que uno puede hacerlo. El evangelio de Juan es el más espiritual y simbólico de los cuatro, lo cual no le exime de ser histórico. Piensan algunos que es el más histórico de todos.
El antiguo pueblo escogido se había escindido, a la muerte de Salomón, en dos estados que habían alternado entre sí épocas de rivalidad, con treguas y pactos de amistad y ayuda. En la época del relato, ya que era territorio ocupado por los ejércitos de la ciudad de Roma, quedaba entre ambos una gran rivalidad y desprecio, que no llegaba a situación bélica. Cultural y económicamente los judíos disfrutaban de una situación mejor que la de los samaritanos. Pero el orgullo patrio era semejante.
No mucho más de 30 años tendría Jesús. Se había quedado sólo aquel día, en aquel lugar tan evocador, mientras los apóstoles habían ido a comprar alimentos a la ciudad próxima llamada Sicar. Nota el Señor que se acerca alguien. Levanta la vista, es una mujer de andar gallardo. Muy cerca está ya, cuando se agacha dispuesta a descolgar su cacharro y sacar agua por el ancho y profundo agujero.
Jesús, con amable jovialidad, le pide un poco de agua. Ella, extrañada y garbosa, con una sonrisa de signo diferente a la de Él, le espeta con disimulada sorna:
- ¿Qué clase de judío eres tú, que te atreves a hablar a una samaritana?
El Maestro no esconde su ironía y le torna la pelota:
- Si supieras quien soy yo, serías tu quien me pediría agua…
Continúa ella mordaz:
- ¿Ah, sí? ¿Sin cuerda ni cacharro, serás capaz de darme a mí agua de este manantial? ¿Quién te has creído que eres? ¿Te sientes más importante que Jacob, que excavó este pozo?
El Señor no se inmuta y, sin disimular, continúa en el mismo tono:
- Pues sí, mujer, yo podría darte tanta agua que no te sería preciso volver a buscarla, ni aquí ni a ningún sitio, ya que no sentirías de nuevo más sed.
La mujer no ha caído en la cuenta de que se está enredando y pronto no podrá escapar a la agudeza viril de su interlocutor e ingenuamente, le dice:
- ¡Anda!, dámela enseguida
Cambio de tercio a iniciativa de Jesús, que candorosa, pero pícaramente, le dice:
- Vente con tu marido y continuamos hablando
Sin darse cuenta la mujer de que ha bajado la guarda y sin tomar las precauciones con las que hasta entonces se había armado, contesta con sinceridad:
- No tengo marido
- Si ya lo sabía, le dice Jesús, has tenido cinco y el de ahora no llega a ser más que un amante
3.- El sonrojo ha inundado su rostro. ¡Qué vergüenza siente ahora! En lo más hondo de la intimidad personal, guarda ella un rincón secreto. En aquel escondite, se siente segura, pues nadie puede entrar allí. Este enigmático judío se ha colado, sin saber ella cómo. Se siente desnudada espiritualmente y, por un momento, derrotada. Sabe escaparse, se trata de un hombre, piensa inmediatamente, a ellos les apasiona ser reconocidos como algo importante y batirse en la palestra de la política. Allí, astutamente, le lleva ella.
- Admito que eres un hombre prodigioso, un profeta tal vez. Dime pues:¿es aquí arriba, en la cima del Garizin, donde nosotros vamos, o en Jerusalén, donde decís vosotros que hay que ir?
Ha tocado la fibra patriótica y el Señor no oculta sus convicciones:
- Seamos sinceros, la razón está de nuestra parte. Pero no te inquietes, de ahora en adelante, el sitio no es lo que importa. Para orar, para estar con Dios, lo importante es la actitud interior. Tal como uno es por dentro, es lo que condiciona. En cualquier lugar del mundo puede hacerlo.
La samaritana se ha dado cuenta de que su interlocutor no es peligroso. Entiende de hombres ¡tanto como entiende ella, desde sus experiencias y fracasos! Desde la intuición que no ha perdido, sintiéndose vencida pero no aplastada, dice audazmente:
- Tal vez ha llegado la hora del Mesías…
- Sí, tú con él estás hablando.
(En este momento la llegada de los discípulos rompe el encanto del encuentro. Les intriga aquella conversación de tu a tu con una desconocida. Le ofrecen comida y la rehúsa. Estaba diciéndole amablemente a aquella mujer lo que ásperamente había dicho al diablo en el desierto: que no sólo de pan y agua se vive. Experimentaba la mujer entonces, que la Palabra de Dios es el alimento del alma creyente. Ella no sabía que Él era el alimento que ella más necesitaba, pero no importa, aunque alguien coma sin saber la composición del bocado, también le aprovecha.)
3.- Aquellas palabras la han cambiado. De mujer libertina se ha tornado apóstol, sin calcularlo, ni saberlo. Huye corriendo. Cuenta a los suyos que aquel hombre prodigioso le ha hablado de sus más íntimos secretos. Ellos acuden. No importa que sea judío. A diferencia de los de la otra ocasión, estos le ofrecen alojamiento. El Maestro no desconfía ni desprecia a nadie, no es racista, ni clasista. Les predica con el mismo entusiasmo que lo pudiera hacer en su querida Galilea. El texto dice que era una mujer de vida licenciosa. Afirma también que quedó convencida de lo que el Maestro le dijo. Supo el Señor hablarla a ella como mujer, desde su realidad humana de varón. Con acierto, sin disimular nunca, pero con sagacidad. ¡Qué Jesús tan admirable podemos tener como íntimo amigo! ¡Qué suerte tenemos!
Desearía, mis queridos jóvenes lectores, que meditarais este episodio desde vuestra realidad. Que sacarais consecuencias de ella. Uno puede ser muy masculino al lado de una chica muy femenina, sin que tengan que sonar tonos eróticos. Mis imaginarias y amadas lectoras, desearía que estos escritos que redacto pensando en vosotras, os llevaran un mensaje de salvación e ilusión, como el que trasmitió Jesús a su ocasional compañera. No os avergoncéis de volveros coloradas, dejaos atrapar ingenuamente por Jesús. En mi oración personal os tendré en cuenta. Pediré especialmente por vosotras.

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