23 enero 2014

Reflexión: Hoy es 23 de enero

Hoy es jueves, 23 de enero.
Señor, vengo a este rato contigo. Un rato en intimidad. Y sin embargo no estoy solo. Compartiendo esta oración hay miles de personas en todo el mundo y leyendo este mismo evangelio hay millones. En el evangelio de hoy se ve a gente muy diversas acercándose a ti. Gente de distintas procedencias, de edades diversas, de diferentes ideologías. Pero todos te buscan, igual que yo hoy.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 3, 7-12):
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Frente a la oposición y rechazo de los escribas y fariseos a Jesús y su mensaje, que hemos contemplado estos días anteriores, el evangelio de hoy nos presenta el eco vigoroso de la actividad y el mensaje de Jesús en la gente. Han oído hablar de “las cosas que hacía” Jesús y de todas partes acuden a él. No sólo de Galilea, sino de Judea, de Jerusalén, del otro lado del Jordán, y de las cercanías de Tiro y Sidón. Es decir, gente judía y gente pagana. Y es que ¡cómo llaman las obras! Jesús no sólo anuncia un mensaje liberador, sino que libera. Y las obras que hacía proclamaban que venía del Padre y que su mensaje era de Dios...
Lo sabemos todos: la fuerza de la palabra está en las obras que la acompañan. No basta decir cosas maravillosas; hace falta obrar, vivir lo que se enseña. Las palabras pueden conmover, impresionar, pero lo que arrastra, lo que convoca es el ejemplo, la vida. ¡Qué necesidad tengo, Señor, de volver una y otra vez sobre esto, porque fácilmente me quedo en las buenas palabras!
Cuentan que en una reunión de sacerdotes se preguntaban por la causa de que no “llegara” a la gente lo que decían en sus homilías. Cada uno exponía lo que pensaba: que si el lenguaje usado no lo entendía la gente, que no se preparaban bien, etc. A uno de los sacerdotes que escuchaba en silencio le preguntaron: “Y tú, ¿qué dices?” Contestó él: “Yo no sé si la gente entiende o no nuestro lenguaje; pero sí he comprobado una cosa: que la gente no cree hasta que no ve obras…” ¿No es lo que nos falta, a veces, a los cristianos? Hablamos de Dios, pero ¿ven las obras de Dios en nosotros? Seguramente muchos de los que oían a Jesús no entenderían lo que decía; pero veían sus obras: Jesús anunciaba un mensaje de amor, y daba amor, era compasivo con los que sufrían, remediaba su sufrimiento, se preocupaba más de las necesidades de la gente que de su propio descanso… ¡Ah, Señor, si los que lo pasan mal, los que buscan consuelo, los que no ven sentido a su vida, los que viven angustiados… vieran una actitud semejante en nosotros…!
La gente buscaba a Jesús. Tal vez la búsqueda de algunos no fuera del todo desinteresada. Pero la de otros sería sincera… Y yo, ¿le busco? ¿Es limpia y sincera mi búsqueda? Yo también he visto y oído lo que hace: sana a los que se acercan a él con fe, que los cambia, que los transforma. Voy a él con corazón limpio para pedirle que me sane de cuanto me impide seguirle más generosamente y vivir su mensaje de amor y misericordia, entregándome a los que sufren: gente sola, triste, desanimada y abatida, enferma y con otras muchas enfermedades… Concédeme, Señor, que mi vida de entrega y preocupación por los que sufren refleje cada día más tu vida entregada.
Vuelvo a leer el evangelio y descubro un Jesús capaz de convocar a la gente más diversa. Probablemente eso daría lugar a discusiones y encontronazos. Sin embargo el tono de este pasaje es gozoso y valiente. Todos te seguían Señor y eso era lo importante.
Ahora puedo pedirle a Dios esa misma alegría en la diversidad, que nos conceda unos ojos capaces de descubrir lo que nos une a grupos aparentemente tan diferentes. Una misma experiencia y búsqueda de Dios.
Sumo Sacerdote de la nueva Alianza.
Jesús, Hijo único, Primogénito de los muertos,
veneramos en ti
la realización cabal del hombre.
Por tu vida y por tu muerte sabemos
que el único sentido de la vida es la vida.
Al reconocer en nuestra existencia de hombres
el misterioso cumplimiento de tu Pascua,
te pedimos:
haznos pasar a la otra vertiente,
al mundo nuevo
que con tu obediencia nos abriste.

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