13 noviembre 2011

Reflexión




Por Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase un árbol muy viejo que parecía haber sido tocado por el dedo de Dios porque siempre estaba lleno de frutos. Sus ramas, a pesar de sus muchos años, nunca se cansaban de dar frutos y era la delicia de todos los viajeros que por allí pasaban y se alimentaban de sus frutos.
Un día, un comerciante compró el terreno en que estaba el árbol y edificó una valla a su alrededor. Los viajeros le dijeron al nuevo dueño les dejara alimentarse de los frutos del árbol como siempre lo habían hecho.
"Es mi árbol, es mi fruta. Yo lo compré con mi dinero", les contestó. A los pocos días sucedió algo sorprendente. El árbol murió. ¿Qué causó esa muerte repentina? Cuando se deja de dar, se deja también de producir frutos y la muerte aparece inevitablemente.  
El árbol empezó a morir el día en que la valla empezó a subir. La valla fue la tierra que enterró el árbol.
El cuento de Jesús, llamado de los talentos, suena a juicio, a premio y castigo, a escándalo, a regreso del dueño. De los dos primeros empleados nos dice el evangelio que fueron "fieles en las cosas pequeñas" y el dueño les confió responsabilidades mayores y los asoció a su gozo. Fieles en la ausencia de su señor. "Fieles en las cosas pequeñas." ¿Cuáles son esas cosas pequeñas? Sus posesiones, su hacienda, su dinero, las cosas materiales. Fueron fieles, arriesgados y multiplicaron el capital del dueño y fueron felicitados y recompensados. ¿Somos así nosotros? ¿Nos puede felicitar el señor por ser fieles en las cosas pequeñas? Ustedes saben que la sociedad premia sólo a los mejores, a los triunfadores: Premia con el Nobel, con el título de MVP, con el guante de oro, con medallas, el rookie del año, el empresario del año... Sigue leyendo...