19 octubre 2015

Nuestra vida como un servicio a los demás

imposible no tener conflictos en nuestra relación con los demás ...
Este diálogo con sus discípulos es una admirable lección de Jesús. Dos discípulos, los hijos del Zebedeo, le piden los primeros puestos en su reino. Los otros discípulos, que han escuchado a sus compañeros se indignan, posiblemente todos ellos están deseando lo mismo. Están pidiendo a Jesús lo que es una pretensión humana de ayer, de hoy, de siempre. Es la atracción del poder. 
“No sabéis lo que pedís”, Jesús les conoce a todos y una vez más quiere esclarecer su pensamiento sobre el significado de seguirle. “Yo no he venido para que me sirvan sino para dar mi vida en servicio a los demás, el que quiera ser grande, que sea el servidor”. 
Los deseos de quienes quieren seguir a Jesús no coinciden siempre con el pensamiento que Jesús tiene. El domingo pasado era el joven rico que deseaba también seguirle, ante la respuesta de Jesús: “reparte tus bienes”, el joven se aleja en silencio. Hoy, sus discípulos que desean primeros puestos, y cómo no, también los privilegios humanos de ocuparlos, Jesús abre con claridad su pensamiento, nos dice en qué consiste seguirle. Su respuesta: “he venido para servir, para poner mi vida en servicio de todos”. 
Seguir a Jesús será vivir en nuestra vida con los valores que Jesús vivió, poner la vida como un servicio para quienes nos necesitan. Es lo que orienta toda su vida, la vida de Jesús el profeta de Nazaret. A sus discípulos les costó entenderlo. El joven rico tampoco le entendió, ¿lo hemos entendido nosotros?

Jesús no condena el poder. En los evangelios leemos que Jesús señaló entre sus discípulos a Simón, llamándole Pedro, piedra, en él se apoyaría el grupo. 
En la Iglesia se ha presentado y justificado el ministerio apostólico, el sacerdocio, el episcopado, dotados de potestad, de autoridad. El problema puede radicar en el modo con que ejercemos el poder en el ministerio sagrado sobre los demás cristianos. Es posible que exista cierta confusión entre los seguidores de Jesús ante la rotundidad con que él exalta el servicio a los demás al hablarnos del poder y al encontrar testimonios opuestos a esta enseñanza suya entre nosotros. 
No solamente en tiempos recientes, también a lo largo de la historia, se han visto en la Iglesia de Jesús supuestos actos de servicio mezclados con búsquedas de poder, tratando incluso de sacralizar el poder. Recordemos cómo en la misma Iglesia desde el siglo IV, durante la alta Edad Media y en épocas posteriores se sacralizó el poder de los emperadores y se politizó o temporalizó el servicio espiritual de papas, obispos y abades dando lugar a que se creara así la más perfecta confusión de competencias, esferas y niveles espirituales y temporales. Cuántos casos se podrían enumerar.
Se ha llegado también a deformar el significado del Reino de Dios, un reino, que según dejó claro Jesús ante el tribunal de Pilatos, no es del estilo político de los estados y gobiernos de este mundo. 
Puede resultar también difícil comprender el observar que en algunos ambientes se trate de identificar el Reino de Dios y el triunfo de la Iglesia. Ante las palabras de Cristo, hemos de tener bien claro, que todos sus seguidores, pueblo, jerarquía, comunidad eclesial, hemos de estar ante todo al servicio del deseo de Dios, del Reino de Dios en este mundo, sin confundirlo con la gloria mundana de la Iglesia, y menos aún, con los intereses temporales de la misma.
No olvidemos las palabras clave de este diálogo de Jesús, que hemos escuchado en el evangelio de Marcos, Jesús resume el sentido último de su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos”.
Jesús no se quedó en palabras. Aun sabiendo que él era el Señor, su vida fue una sucesión de actos de amor, de entrega y de servicio para todos, que culminó con su muerte en cruz, la mejor expresión de su vida de servicio fiel y total a la humanidad.
Los cristianos si queremos ser seguidores suyos, hemos de pensarlo; ser seguidores de alguien que ha ido dando su vida día a día por los demás, significa que hemos de entender nuestro vivir diario como un servicio, como un don continuado. 
No temamos, servir es algo que enriquece, que crea vida, que libera y salva personas. Tal vez sea éste el secreto más importante de la vida y el más ignorado. Se vive intensamente la vida solo cuando la regalamos, cuando se ayuda a vivir a otros. ¿ Puede haber algo más grande que ayudar a vivir?
Convenzámonos, el testimonio profético que ha de manifestar la Iglesia, las comunidades cristianas y cada cristiano como discípulo de Jesús, ha de ser un estilo de vida, una voluntad de servicio, y no de poder, de estar al servicio de todos los seres humanos, que en definitiva es estar al servicio del reino de Dios. Este es el contenido y la finalidad básica del evangelio de Jesús, del plan salvador de Dios para el mundo.
Por eso, el mejor testimonio de la comunidad creyente en medio de nuestro mundo y la auténtica novedad del cristianismo hoy día será volver a las fuentes del evangelio, es decir a la persona y doctrina de Jesús, servidor paciente de pobres y oprimidos.
Busquemos el servir gratuito y generoso: está bien elegir en nuestra vida una “profesión de servicio”, pero si queremos de verdad servir, comencemos a servir ya desde ahora, convirtamos nuestro vivir en actos de servicio gratuitos en la vida normal que cada uno tenemos, seglares laicos y eclesiásticos. 
Abramos los ojos: junto a nosotros viven tantos que necesitan ayuda, servicio: ancianos muy solos, personas muy desorientadas en sus vidas, personas que necesitan que compartamos con ellos nuestros bienes, materiales o del espíritu. Veamos cómo las grandes crisis en nuestro mundo con consecuencias duras, que todos conocemos, están provocadas por un ansia ilimitada de poder por todos los beneficios que éste suele acarrear. Trabajar por el Reino de Dios es hacer posible la justicia, la paz, ayudar a quitar el sufrimiento y que todos los hijos de Dios vivan con dignidad. 
Jesús repetidamente nos lo dice, veamos nosotros cómo es posible hacer de nuestra vida un acto de servicio, cómo podemos también todos nosotros ir dando nuestra vida día a día, cada uno en su trabajo, profesión, familia…
Las palabras evangélicas que hoy hemos escuchado nos ayudan a comprender, en este domingo de misiones, a los que, en verdadero acto de servicio, presentan con sus vidas la palabra y la vida de Jesús a quienes aún no le conocen.
No lo olvidemos, los misioneros, más de 700 de aquí, de nuestra diócesis, repartidos por todo el mundo, nos estimulan con la entrega total de sus vidas a ir entregando también la nuestra, en la medida de nuestra generosidad.
Aceptemos la modestia que exige el servicio y el talante de servir, no confundamos palabras, Jesús no habla de servilismo, de siervo, ni de sirviente, Él es servidor. Jesús dice que el poder no es para disfrutar de honores, privilegios, es para poner la vida ayudando a vivir a aquellos a los que se gobierna.
Dios nuestro padre, trata a cada uno con amor y según lo que necesita. Ahí está la clave de lo que quiere llevar adelante Jesús en su vida, aunque sea pasando por la cruz. Es posible que un Dios que sirve a los hombres no sea apreciado ni tenido como tal por los poderosos, pero según nos dice Jesús, ese Dios que sirve, como si fuera el último de todos, merece ser tenido por el Dios de verdad.
José Larrea Gayarre

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