18 octubre 2015

Homilía Domingo XXIX de Tiempo Ordinario

En alguna otra ocasión hemos reflexionado sobre la necesidad de que la transmisión de la Revelación se haga por parte de la Iglesia, manteniendo la inmutabilidad de su mensaje, en un lenguaje adecuado a la mentalidad de los que la reciben para que pueda ser captada en toda su riqueza. Un principio general de la comunicación es que la terminología que se emplea debe ser la misma por parte del emisor y del receptor. Lo contrario lleva irremisiblemente a un dialogo entre besugos. 
El Papa ha sido sensible a esto en la E.G. cuando dice: “Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. Y continúa “Los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Pues en el depósito de la doctrina cristiana una cosa es la substancia […] y otra la manera de formular su expresión”
Alentados con estas palabras pensamos que han de entenderse convenientemente las tres ideas centrales que contienen los textos que acabamos de escuchar: El modo como Jesús nos reconcilió con el Padre, el remedio que nos ofreció para quitar el pecado del mundo y la razón de ser de su venida a la Tierra.
En cuanto al primer punto. Lo Revelado es, como verdad de fe, que Jesús nos ha salvado. El cómo lo ha hecho tal vez haya quedado muy matizado por conceptos pre-evangélicos, paganos, que inevitablemente han dejado su huella en la exposición y, consiguientemente, en su correcta comprensión. 

En la actualidad no se entiende que un Dios que es infinitamente bueno y misericordioso, que nos enseña a llamarle Padre, que nos ama hasta el extremo de perdonarnos como el padre del hijo pródigo, sea tan tremendamente cruel con su Hijo Jesús como para exigirle que le ofrezca su vida de la manera más espantosa en el Gólgota, como reparación de los pecados de los hombres. A la sensibilidad actual esta crueldad le repugna, no la entiende y, pienso, que acertadamente. Recordemos que en el episodio de Abraham, Dios rechaza los sacrificios humanos. “No sacrifiques a tu hijo” No parece lógico que luego Él se lo exija a su amado Hijo. 
Jesús murió, como muere y morirá, por desgracia, todo aquel que quiera defender siempre y en todo la verdad, la justicia y el bien. Jesús amo y defendió todo eso frente a los poderes que propugnaban todo lo contrario: la violencia, la mentira, la injusticia. Le pasó lo que le tenía que pasar: lo eliminaron. Esa es la razón de ser de su espantosa muerte. El Padre no la planeó, simplemente la permitió como permite otros desatinos de los humanos. Nos ha hecho libres y esas son las consecuencias.
En lo referente a que vino a quitar el pecado del mundo. ¡Claro que Jesús ha venido para quitar el pecado del mundo! Pero no con un procedimiento cruento sino ideológico: con el mandato del amor. Amémonos todos y se habrá acabado el pecado en el mundo. Si amo cuidaré de mis padres, si amo santificaré a Dios, si amo no mataré, si amo no utilizaré al otro miembro de la pareja como un simple objeto usable, si amo no robaré, si amo no levantaré falso testimonio ni mentiré, si amo no codiciaré los bienes ajenos, ni la mujer del prójimo. Si amo puedo hacer lo que quiera porque siempre es bueno lo que es conforme con el amor que debo a Dios y al prójimo. Lo dijo Jesús: a eso se reduce la Ley y los Profetas. Fue San Agustín quien dijo: ama y haz lo que quieras. ¡Claro!
No nos sintamos “comprados” con la sangre de Jesús sino vacunados con unas enseñanzas capaces no solamente de entusiasmarnos en superar la tentación del pecado sino también de abrirnos a las más formidables perspectivas de la vida humana aquí en la tierra y del triunfo eterno allá en el cielo. 
Finalmente el tercer punto: La razón de su venida al mundo. Jesús vino al mundo como expresión del amor que nos tiene. San Juan en el Evangelio nos dice que nos amó hasta el extremo. Vino para que tengamos vida abundante viviendo conforme a sus enseñanzas evangélicas, para que estemos alegres esperando el definitivo encuentro con el Padre y para que si por flaqueza alguna vez caemos sepamos que Dios sigue siendo nuestro Padre misericordioso y no nuestro tiránico juez.
Vino para darnos ejemplo de cómo hay que vivir si queremos hacerlo dignamente, sin claudicaciones, sin miedos, sin traiciones a nuestros mejores ideales. Hoy se ha extendido un dicho tremendo: todos tenemos un precio. Nos retiramos de nuestros compromisos, cambiamos de principios a lo estilo de Groucho Max, Jesús no. Jesús fue todo un hombre, de una pieza, sin fisuras. Lo dijo, sin darse cuenta de todo lo que decía, Pilatos aquel primer Viernes Santo: Ecce Homo: Aquí está el hombre. Eso es lo que Él quiso ser para todos y cada uno de nosotros: Un referente, como se dice ahora; un ejemplo se dijo siempre.
Así es como se cumple y se entiende mucho mejor lo que nos decía San Pablo: por su entrega, la de Jesús, se ha ganado una descendencia: la de sus seguidores, la de los cristianos de todo el mundo dispuestos a seguirle fielmente. 
Esforcémonos cada uno de nosotros en formar parte de esa descendencia. AMEN
Pedro Saez

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