14 febrero 2016

Sin cuernos y sin rabo




Cuando éramos niños, nos pintaron al demonio como algo desagradable: un ser esperpéntico (con cuernos, con rabo, con una lengua roja), del que teníamos que huir porque nos engañaba y nos invitaba a hacer cosas malas… También nos decían que había no sólo un demonio, sino muchos, y que eran unos ángeles que, por lo visto, desobedecieron a Dios y fueron expulsados del paraíso. Y que, al parecer, ahora se dedicaban a ofrecernos tentaciones y más tentaciones para que pequemos.
Luego, nos hemos hecho mayores y con nuestra fe, discretamente madura, hemos llegado a la conclusión de que en el ser humano existe una despiadada tendencia al pecado, llamada concupiscencia, y que, ante engañosos atractivos, corre el peligro de sucumbir en ellos. Y así hemos creado ídolos de barro, que nos subyugan, nos atraen con una fuerza irresistible y nos van alejando de Dios… Éstos son los demonios de hoy.

Jesús quiso ser semejante al hombre en todo, menos en el pecado. Y por eso permitió ser tentado por el diablo. Los frentes elegidos por el tentador fueron tres: el estómago (“Di que esta piedra se convierta en pan”), la ambición (“Te daré todo este poder, si te pones de rodillas y me adoras”)y la magia (“Si de veras eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo y sus ángeles te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece”). Y de los tres “asaltos” salió ileso.

Los demonios de hoy han crecido en número y se presentan con atuendos mucho más sofisticados. Así tenemos: la corrupción, disfrazada de honores y de poder; el deseo inconfesado de venganza; el egoísmo feroz que nos destruye; la intransigencia con quienes no piensan como nosotros; el pasotismo, que nos lleva a la comodidad de no preocuparnos por nada ni por nadie; la falsa humildad, con la que pretendemos engañar a los demás; la falta de sensibilidad ante la pobreza; la provisionalidad del amor, concebido como algo pasajero que se acaba por cualquier ventolera imprevista…
Lo más triste de todo es que ya nos hemos familiarizado con nuestros propios demonios, hasta el punto de convivir pacíficamente con ellos sin ningún rubor ni cargo de conciencia, sino más bien en régimen de cohabitación normal y amistosa… Hemos perdido esa sensibilidad que nos mantenía en pie y nos permitía ser elegantes con Dios, con nuestros prójimos y con nosotros mismos.
Siempre me ha llamado poderosamente la atención el hecho de que Jesús, el día en que nos enseñó a rezar con aquella oración preciosa, que todos guardamos dentro, a pesar de hacerla escueta y breve, encontró espacio para que nos dirigiéramos al Padre rogándole encarecidamente que no nos dejara “caer en la tentación”… Al parecer, Jesús, que conocía muy bien al demonio y también a nosotros, estaba pensando en toda esa colección de “demonios de hoy” y quería prevenirnos de sus ataques… Ya no tienen cuernos ni rabo ni aquella lengua roja y temblona que nos incitaba al pecado… Pero estemos alerta y andemos con cuidado. Porque ya no visten como esperpentos, pero, como diría un gallego, “haberlos, haylos”.
Pedro Mari Zalbide

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