14 febrero 2016

Saber alejarse

Como dijimos el Miércoles de Ceniza, este año la Cuaresma ha empezado pronto, y es-te primer Domingo coincide con la Campaña contra el Hambre que organiza Manos Unidas el segundo domingo de febrero, y que este año lleva por lema: “Plántale cara al hambre: siembra”. Hay una fórmula de bendición de la mesa que dice: “Da pan a los que tienen hambre, y hambre de Ti a los que tienen pan”. Porque el hambre es, desde luego, gana y necesidad de comer, pero también apetito o deseo ardiente de algo. Y Manos Unidas, como Asociación de la Iglesia Católica, nos recuerda que por un lado debemos “declarar la guerra al hambre” de alimentos, pero también debemos atender en nuestro mundo el hambre de Dios, el deseo ardiente de Dios.
Y la coincidencia de fechas ha hecho que hoy, en el Evangelio, hemos escuchado que Jesús estuvo cuarenta días por el desierto: Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Jesús experimenta el hambre físico y de este modo nos mueve a reconocerle presente en todos aquellos que padecen hambre en el mundo; recordemos sus palabras: Tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25, 35). Por eso hacemos nuestro el lema de este año: Plántale cara al hambre: siembra, porque Jesucristo nos pide que demos de comer a los hambrientos, que acabemos con el hambre en el mundo. Y para eso hace falta sembrar.

En primer lugar, sembrar buenas semillas, con buena tierra y buena agua, sembrar capacidades en las personas que padecen hambre, y ahí entrarían muchos proyectos que Manos Unidas está realizando en todo el mundo. Pero también hace falta sembrar responsabilidad y solidaridad entre los Estados, y sobre todo, sembrar en cada uno de nosotros un corazón solidario. Por eso Manos Unidas centra todo su trabajo en dos actividades complementarias: la sensibilización de la población, para que conozca la realidad de los países en vías de desarrollo, y el apoyo y financiación de proyectos.
Pero Jesús también nos ha recordado: Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”. La 1ª lectura nos ha recordado que el hombre no está solo en esa lucha contra la pobreza y el hambre. En su necesidad, el pueblo siente “hambre de Dios” y se dirige a Él: Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. Dios no permanece indiferente a la historia de los hombres, sino que siente compasión de los débiles y necesitados. Por eso especialmente en este Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el Papa Francisco nos hace una llamada: Hay momentos en los que de un modo más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre (Misericordiae vultus 3). Para “plantar cara al hambre de Dios”, también debemos sembrar: sembrar en nosotros la misericordia de Dios para ser luego sembradores de esa misma misericordia del Padre. Por eso nos pide el Papa: Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Que nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nues-tra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad (15). Y Manos Unidas es el instrumento de la Iglesia para que este deseo se lleve a la práctica.¿Alguna vez he pasado hambre, o conozco a alguien que haya sufrido hambre? ¿Tengo hambre de Dios? ¿Qué significa para mí la campaña de Manos Unidas? ¿Cómo participo en ella? ¿Estoy “sembrando” para luchar contra el hambre de alimentos? ¿Y para satisfacer el hambre de Dios?
El destino del mundo depende de lo que sembramos. El mal que asola a gran parte de la humanidad lo estamos provocando porque sembramos actitudes que descartan, a gran parte de la humanidad, y además porque no sentimos hambre de Dios. Hagamos nuestro el lema de Manos Unidas: Plántale cara al hambre: siembra. Y puesto que no sólo de pan vive el hombre, sembremos en nosotros la Palabra de Dios, descubramos su misericordia, para saber ofrecer ayuda material a quienes no tienen pan y, además, poder saciar el hambre de Dios en quienes sí tienen alimentos pero siguen buscando un verdadero sentido a sus vidas.

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