14 febrero 2016

Primer Domingo de Cuaresma

Deuteronomio 26 es considerado como un resumen de la Historia de la Salvación contada por Israel en la fiesta de las primicias. Una especie de credo: la historia de Dios con su pueblo.
— Los orígenes, los padres que hicieron la aventura de salir de su tierra, confiando en el Dios que les había prometido una tierra.
— Situación de opresión y esclavitud; súplica.
— Amor fiel de Dios y liberación. Acontecimiento salvador.
— Cumplimiento de la promesa. Don de la tierra. Agradecimiento.
¿Qué nos dice esto a los cristianos de hoy? 
A la mayoría, nada, porque ignoran casi todo del Antiguo Testamento. En todo caso, les resuenan leyendas fantásticas de la infancia, cuando oían admirados la Historia Sagrada.
Sin embargo, es nuestra historia, mi historia. Aunque no sea de raza judía, pertenezco a la tradición religiosa judía, pues la Iglesia es el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza y, como tal, sólo existe en cuanto enraizado en la Antigua Alianza.

La historia de Jesús de Nazaret, por definición, es el Cumplimiento de la etapa anterior. La Pascua de Jesús es la realización plena del Reino anunciado por los profetas de Israel. Se celebra, precisamente, en la misma época de la fiesta de las primicias. Si es llamada Pascua es porque culmina la Pascua anterior, de la salida de Egipto. Y, aunque el don no es una tierra, sino el Espíritu Santo, es porque el Mesías Jesús no asegura la propiedad de los bienes, sino la relación justa de todos los bienes, los materiales y los espirituales.
Descubrir nuestras raíces judías no es cuestión de información, sino de madurez en la fe, de devolver a la experiencia espiritual de su dinamismo histórico, concreto. Precisemos.
¿Cuándo se tiene una fe capaz de dar unidad a la vida entera? Cuando no consiste en sentimientos más o menos intensos que reaniman deseos generosos, sino cuando hay una historia de comunión con Dios. Y esa historia no es meramente interior. Abarca desde la infancia hasta ahora.
Tiene acontecimientos significativos de salvación. Se estructura en un proceso, cuyas claves son la confianza en los momentos críticos y la promesa de Dios, siempre fiel. El don se da a través de esa historia concreta, y se experimenta como liberación y transformación. El don supremo es Dios mismo, la gracia de su amor incondicional y de su presencia salvadora.
El cristiano que no puede contar su historia personal como historia de salvación sabe muy poco de Dios.
Para que la experiencia de la historia sea de salvación hace falta haberla releído, como Israel, como historia de la Alianza, del amor fiel de Dios, de modo que incluso lo negativo pueda ser visto y celebrado como camino de Liberación y de dones mayores a largo plazo. 
¿Hay algún capítulo de tu historia que quieras arrancar del libro de tu vida, con el que no estás reconciliado? No se puede plantear bien el futuro si quedan temas pendientes del pasado.
No estará mal aprovechar esta Cuaresma para enfrentarse con este tema central de la propia historia.
Vuelve a leer la primera lectura y recita en oración el Credo cristiano. Si te fijas bien, como Israel, tampoco la Iglesia se refiere a Dios en su trascendencia celeste, sino al Dios salvador en la historia. Y cuenta los acontecimientos decisivos: creación, encarnación, muerte y resurrección, don del Espíritu Santo, vida actual del Pueblo de Dios.
Como en los ciclos A y B, el Evangelio de hoy es el de las tentaciones de Jesús en el desierto, comienzo de la Cuaresma o cuarentena de Jesús en el desierto. 
Con un orden distinto en la descripción de las tres tentaciones, Mateo y Lucas se parecen mucho. Para profundizar, cf. ciclo de Mateo, pp. 62-63.
Aplicación posible.
También Jesús tuvo que releer su historia en el desierto a partir de su experiencia vocacional en el Jordán. Las respuestas de Jesús a las tentaciones reflejan el sentido de su vida: la obediencia al Padre, más allá de la posesión, del poder e incluso de la gloria espiritual.
J. Garrido

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