12 octubre 2015

Para seguir a Jesús es necesario compartir los bienes

Bella esta página el evangelio, difícil también de entender. Un joven, que se acerca con ilusión a Jesús, “maestro bueno, ayúdame”. Ante la respuesta de Jesús el joven se va. Los discípulos han entrado también a participar en el diálogo. No tratemos nosotros de razonar esta escena, solo de hacer nuestras las palabras que Jesús nos presenta hoy. Él nos ayuda siempre para comprender y seguir su palabra, son las últimas palabras que le hemos oído.
El joven, tenía garantizada la existencia feliz en esta vida y plantea un problema profundamente humano, busca en Jesús asegurar el más allá, cómo alcanzar la seguridad de la vida eterna. “He guardado los mandatos que Dios nos propone”. Jesús, sin añadir más preceptos, le mira con cariño y le dice: ”una cosa te falta, da tus bienes a los pobres y sígueme”. El joven no responde y se marcha entristecido. Comenta Marcos: “era rico”. Los discípulos, que pensaban en disfrutar de puestos en el nuevo Reino mesiánico, preguntan a Jesús: ”¿Entonces, es posible salvarse?”. “Es posible, les dice Jesús, Dios nos da la salvación”.
La propuesta de Jesús al joven les ha resultado nueva, original, pero Jesús ya la había propuesto. Seguir a Jesús, es más que el cumplimiento de unos mandamientos, es el amor incondicional. Los discípulos lo habían oído: “amaos como yo os amo” amar es la meta última del hombre, la superación de todo egoísmo. 

La radicalidad que exige Jesús, está en la búsqueda del bien del hombre por encima de todo. La grandeza del hombre es amar. “Vende los bienes, dáselo a los pobres, comparte tus riquezas y sígueme”. Será la entrada en el Reino de Dios, al humanizarnos amando.
El joven no comprende. Los discípulos tampoco. ¿Y nosotros comprendemos? Conocemos las seguridades para ser felices en el acá, ¿pero conocemos las del más allá?. 
Pueda ser que pensemos, que nos basta con cumplir los preceptos que nos dicta nuestra conciencia, pero Jesús ha fijado una condición decisiva para seguirle, Jesús no le dice al joven “reza y ven”, le dice “da, comparte y ven”.
Jesús al hablarnos de la plenitud del hombre, no da el pleno valor a las riquezas. En toda su enseñanza, Jesús dice que Dios no tiene cabida en quien está dominado por la ambición, ni por el dinero, que el apego a los bienes es un obstáculo para acoger a Dios, al impedirnos amar a los hombres como hermanos, como hijos de Dios, al no compartir con ellos nuestros bienes.
El “egoismo” es el obstáculo que impide alcanzar una meta verdaderamente humana, que nos obliga a buscar seguridades, para el más acá y para el más allá y buscando estas seguridades nuestras olvidamos a los demás, incompatible con el auténtico humanismo.
El proyecto que nos presenta Jesús, es reconocer que Dios creó el mundo para todos. El mundo es de todos y todos tenemos derecho a disfrutar de él y de sus riquezas para vivir. Mientras no compartamos solidariamente ese disfrute, estamos fuera del orden establecido por Dios, estamos apropiándonos indebidamente lo que también pertenece a otros. Dios quiere que los seres humanos, todos hijos de Dios, vivamos como hermanos entre nosotros y así podremos llamarle a Dios, Padre. 
En el diálogo con este hombre rico, que se declara cumplidor de la ley de Dios, Jesús nos dice que si queremos seguirle, hemos de mirar nuestra vida, mirar nuestros bienes, el mundo en el que habitamos. Todos sabemos, que este mundo próspero y rico en el que vivimos está rodeado del mundo trágico de la pobreza. Si en vez de movilizarnos para solucionar y resolver los problemas del mundo del hambre, de pandemias, de injusticias, nos movilizamos solo para defendernos nosotros, pensando solo en nuestros bienes ¿será este el humanismo que quiere Jesús?
Jesús nos interpela hoy como lo hizo con aquel joven, para que revisemos nuestros bienes, si nosotros en nuestra vida estamos acaparando bienes más allá de lo necesario solo para nosotros, sin compartir lo nuestro. 
Compartir, no es exactamente dar una limosna. Significa dar nuestro apoyo para que los que tienen el poder, lo orienten con eficacia y honradez para lograr de una vez desterrar las causas que provocan la pobreza, la miseria, que nuestro mundo del desarrollo económico y rico, sea por fin capaz de establecer unas relaciones comerciales, financieras justas, que permitan a los pueblos deprimidos desarrollar convenientemente sus riquezas y ser capaces de dar trabajo, educación y vida justa y digna a sus gentes, vivir en paz en sus países sin tener que verse obligados emigrar forzosamente para poder vivir, aunque eso nos obligue a nosotros, e incluso a nuestros pueblos, a una mayor austeridad en nuestra vida.
Compartir significa también socorrer a las personas que padecen junto a nosotros, a quienes sufren y pasan necesidad, sentirnos responsables ante las situaciones de pobreza cercanas a nuestra propia vida, y ver si no participamos, como este joven del relato evangélico, de un sentimiento de tristeza interior al encontrarnos ante la presencia de Jesús, nuestro hermano, hermano de todos los que sufren y vernos cerrados en nuestros bienes. 
Jesús nos habla hoy directamente a cada uno. Si pretendemos seguirle, tenemos algo que decir y hacer en todo esto, independientemente de nuestras opciones políticas, podemos también exigírselo a nuestros gobernantes.
Es triste el desenlace del encuentro del joven con Jesús, sus palabras al joven nos pueden resultar incomprensibles, como lo fueron para los apóstoles, pero su mensaje es esperanzador. La base para vivir la solidaridad cristiana, es la seguridad de que Jesús me ama, de que cuento yo con Él y Él con migo, esa fe en Jesús es lo fundamental para seguirle, para que Jesús nos seduzca y seamos capaces de hacer cuanto Él nos pide, y sin duda, sentirnos hermanos. 
Esta página nos abre a la esperanza. Jesús nos asegura que Dios nos da una ayuda tan poderosa que nos capacita para transformar nuestro mundo. “Todo es posible para Dios”. Jesús nos da su Espíritu, para eso vino y está con nosotros. 
Hoy nos ha dicho, que Dios, que lo puede todo, puede darnos un corazón generoso. Pidámoselo y podremos ser consecuentes al considerarnos cristianos, seguidores de Jesús. El quiere ayudarnos.
José Larrea Gayarre

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