22 septiembre 2018

VIGESIMOQUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B) He venido a servir

Por segunda vez Jesús anuncia que la hostilidad que su predicación del Reino encuentra entre los grandes de su tiempo lo llevará hasta la muerte.

¿Quién es el mayor?
Marcos es el evangelista que recuerda con más frecuencia lo difícil que fue para los apóstoles creer en Jesús y aceptar las exigencias de su seguimiento. «Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle» (9, 32). Jesús se propone ayudarlos a dar el salto definitivo, «¿de qué discutíais por el camino?», les pregunta (v. 33). No obstante, los discípulos «no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante» (v. 34). Ser compañeros cercanos de un maestro seguido por la multitud ya era un prestigio para estos modestos habitantes de Galilea; se preguntan ahora, en medio de su confusión, qué lugar tendrán en el cambio que Jesús promete. Es más, cada uno codicia (cf. Sant 4, 2) la mejor tajada.



No es que no hayan entendido que el Señor propugna una transformación en el orden religioso. Lo grave es que incluso en ese terreno puede presentarse la ambición del prestigio y el poder. No es necesario creer en un reino temporal para caer en esa actitud. Lo vemos entre nosotros todos los días. La búsqueda de honores, el deseo de ser el centro de decisiones, la autocomplacencia en la autoridad de que se está investido, son tentaciones existentes al interior mismo de la Iglesia. Se trata de una profunda perversión del mensaje del Señor que nos recuerda, una vez más, que la marca de sus seguidores es ser «el último de todos y el servidor de todos» (v. 35).


Sin hipocresía
En un gesto de tipo profético Jesús toma a un niño, es decir, a alguien que los adultos no valoraban, y afirma su profunda identificación con él (cf. v. 36). Quien recibe a un 'insignificante' lo recibe a él mismo y a su Padre (cf. v. 37). El texto nos recuerda el célebre Mt 25, 31ss. El servicio a todos debe comenzar por el servicio a los últimos de la sociedad.

Esta es la sabiduría «que viene de arriba» (Sant 3, 17). No estamos sólo ante una postura interior; debe traducirse en obras, en «buenas obras» (v. 17). «Su fruto es la justicia», resultado de la acción de los artesanos de la paz (v. 18), es decir, del shalom de Dios que significa vida, integridad. Esa debe ser la sabiduría de los discípulos del Señor, sin la hipocresía (cf. v. 17) de quienes mantienen un lenguaje de servicio cuando en verdad ejercen la autoridad en su propio beneficio.

Esa actitud encontrará resistencias. Quienes están habituados a la codicia harán la guerra a los que buscan vivir así (cf. Sant 4, 2). Aquellos que no viven la autoridad como un servicio sino como un mero instrumento de poder y de dominación, someterán «a la prueba de la afrenta y la tortura» (Sab 2, 19) a los creyentes. Dudarán de la veracidad de sus palabras y actos (cf. v. 17) y los hostilizarán «para comprobar su moderación y apreciar su paciencia» (v. 19). Llegarán incluso a condenarlos «a muerte ignominiosa» (v. 20). Es lo que sucede a Jesús en manos de los que abusan —incluso con pretendidas justificaciones religiosas— del poder que tienen. A ellos el Señor opone el testimonio de su manera de entender la autoridad: como un servicio. El Señor nos invita a todos, sin excepción, a seguir su ejemplo.

Gustavo Gutierrez

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario