Desde que Tú te fuiste
no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos
echando inútilmente
las redes de la vida,
y entre sus mallas
sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas
y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra
¿Estaremos ya muertos?
¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?
¿Quién recuerda la última vez que amamos?
Y una tarde Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del viejo cofre
las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón,
levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría
José Luis Martín Descalzo![](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_tZgj_pzMyqL3KEGcwnXqxwxP0sFR6x3aWrfSLJNt2gms6W7-aOIrIDkOGxdja-cJyaOwoeLuGX79XGvvvmbuIPIUOnjlKB5m9u6VasK0LMiSE4CMQYFo4dRWhs0fRJfn1dniR7dTZ5Eza-PSEwE-hlTsOVoOc_Wy5F51vtSDKDskNR7HeWVbZMTA=s0-d)
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