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19 octubre 2015

Sacrificios

Comentando la buena posición que ha alcanzado el hijo de una vecina suya, una persona me decía: “Desde luego, es que su madre se ha sacrificado para que el hijo pudiera estudiar y sacar esa carrera”. En lenguaje coloquial, solemos utilizar las palabras “sacrificar” o “sacrificio” para referirnos a actos de entrega movidos por el amor, como el caso de esa madre, o bien para indicar que se ha renunciado a algo para conseguir otra cosa mejor: deportistas que sacrifican su juventud para ganar la medalla de oro en una competición; científicos que sacrifican su vida familiar por una investigación o para descubrir un medicamento… Por tanto, para sacrificarnos necesitamos tener una fuerte motivación, ya sea por alguien a quien amamos, o por algo que da sentido a nuestra vida. Y por eso, aunque nos cueste esfuerzo y renuncias, nos sacrificamos porque nos merece la pena.
La Palabra de Dios de este domingo parece que sea más propia de Cuaresma que del tiempo ordinario, porque nos está hablando, de diferentes modos, del valor del sacrificio, pero dándole un mayor alcance del que humanamente solemos darle. Porque la palabra “sacrificio” proviene del latín “sacro” y “facere”, es decir, “hacer cosas sagradas”, hacer cosas por Dios o para Dios.

Jesús, en el Evangelio, tras la petición de los hijos de Zebedeo, que pretendían ocupar un puesto de poder, dice: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Es decir: el que quiera ser grande o el primero, que se sacrifique. Pero un sacrificio que va más allá de ser una virtud humana para abrirse a Dios: Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Los discípulos de Jesús de cualquier tiempo deben sacrificarse porque es lo que hizo Jesús por todos nosotros.
En el plano puramente humano, el sacrificio puede llegar a agotarnos, a que digamos “basta”: pensamos que hemos dado todo lo que podía-mos y que no se nos puede pedir más. Pero si el sacrificio, el “sacro facere” lo hacemos por Dios o para Dios, cuando nos duelan las renuncias y el esfuerzo, la 2ª lectura nos ha recordado que en esos momentos miremos a Jesús, porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Jesús nos invita a ir más allá en nuestro sacrificio por Dios o para Dios, no nos está pidiendo nada que no haya vivido Él, que no haya sufrido Él y con creces. Cuando el seguimiento de Jesús en el sacrificio se nos haga difícil, con mayor motivo debemos acercarnos a Él para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
En el plano humano, en algún momento podemos llegar a preguntarnos si tanto sacrificio merece realmente la pena. Y cuando, siguiendo a Jesús, nos sacrificamos por Dios o para Dios, también nos haremos esa pregunta en algún momento. Por eso la 1ª lectura nos ha recordado el sentido del sacrificio de Jesús, que cumplió la profecía de Isaías: cuando entregue su vida como expiación verá su descendencia… lo que el Señor quiere prosperará por sus manos… El camino del servicio, de la entrega, del sacrificio, cuando es por Dios y para Dios, es el camino del Reino, y eso sí que merece la pena.
¿Me he sacrificado por algo o por alguien? ¿A qué he tenido que renunciar? ¿Mereció la pena? ¿Hago “sacrificios”, cosas sagradas, por Dios o para Dios? ¿Es Jesús mi modelo en el servicio y la entrega? ¿A qué renuncio o tendría que renunciar por seguirle? ¿Me merece la pena este sacrificio?
En la oración colecta hemos pedido entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón.
Pues para lograrlo, hemos de incorporar a nuestra vida la dimensión sacrificial, pero en el sentido profundo de la palabra: “hacer cosas sagradas”, hacer las cosas por Dios y para Dios.
Si humanamente somos capaces de sacrificarnos por alguien a quien amamos o por algo que da sentido a nuestra vida y por eso nos merece la pena nuestro sacrificio, recordemos que Dios es Amor, y que en Jesús nos ha mostrado el sentido de nuestra existencia: compartir con Él la vida eterna en su Reino, y para demostrárnoslo, Él mismo se sacrificó por nosotros y, resucitado, se pone a nuestro lado en el camino del servicio y de la entrega para auxiliarnos. Por tanto, merece la pena nuestro sacrificio por seguir a Jesús, porque es el camino cierto hacia la Casa del Padre.

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