03 junio 2016

Un Dios liberador

1.- Triunfa la vida. El relato del evangelio tiene una estrecha relación con la primera lectura. Dos personajes se encuentran en una situación similar. Dos viudas que pierden a sus únicos hijos y dos desenlaces similares: el hacer revivir a los jóvenes. Las lecturas de hoy son un canto a la vida. Dios quiere la vida, por eso devuelve la respiración al hijo de la señora que había hospedado en su casa. Al profeta Elías. Jesucristo se enfrenta a la muerte y la vence. El hijo de la viuda de Naín vuelve a la vida. Es un reto, el de vencer a la muerte, al que Cristo no se ha resistido nunca. No en vano, Él dijo que había venido para que los hombres tuvieran vida y la tuvieran abundantemente. Esta vida que Cristo traía y quería no es solo una vida del más allá, sino también una vida de acá, una vida en el mundo pensado y creado para todos los hombres y en donde todos los hombres tienen derecho a encontrar su hogar. Trabajar en favor de la vida es un reto de nuestro mundo a todos los hombres de buena voluntad. Es un reto para todos los cristianos.

2.- Al servicio de la misericordia. Jesús con su propia autoridad devuelve la vida al joven y a su madre, cuya viudedad significaba su muerte social. El poder de Jesús es fuente de Vida para las personas. No consagra las pautas humanas que a tanta gente impiden hoy desenvolverse como personas, e incluso vivir, y vivir dignamente. Jesús, en su actuación, hace presente a Dios. Dios se presenta con una actitud benigna, es un Dios que se enternece por la situación negativa a la que los hombres reducimos a muchas personas, que denuncia nuestra inhumanidad y nos llama a superarla, porque ya ha comenzado El a realizar los signos de que ese nuevo mundo que podemos hacer ya ha iniciado. Es un Dios más humano que los propios hombres. Todo se convierte en una gran pregunta para cada comunidad y persona cristiana. ¿Dónde están nuestros signos que demuestren nuestra aportación al crecimiento de este nuevo mundo?
3.- Dios libera y salva. Esta es la gran noticia que tenemos que divulgar. Los primeros versículos del evangelio de hoy giran en torno a la madre viuda. La muerte de su hijo es, en realidad, su propia muerte: ella será, a lo sumo, sujeto de compasión y de limosna, pero desde ahora carece de identidad; sin su hijo varón no es nadie. Por eso, la atención del autor no se centra en el milagro físico, sino en la viuda. Cuando recalca al final “y se lo entregó a su madre”, Lucas no quiere indicar simplemente un delicado gesto humanitario de Jesús; su intencionalidad es más profunda: Jesús restituye y hace posible la identidad personal que los ordenamientos humanos imposibilitan y a veces niegan. Este es el Reino de Dios, el nuevo ordenamiento humano que Jesús trae de parte de Dios. La parte final del evangelio muestra el modo en que los presentes así lo captan y lo manifiestan. Está teniendo lugar una visita importante: Dios, por medio de su Profeta, que es el Hijo de Dios, “ha venido a liberar a su pueblo”. En razón del visitante la visita resulta sobrecogedora. No se trata del miedo psicológico, sino de ese contener sobrecogido la respiración al caer en la cuenta de la categoría del visitante. Es uno de los aspectos característicos de la experiencia religiosa bíblica. Dios libera y salva, esta es la gran noticia que tenemos que experimentar y difundir nosotros por todo el mundo. Por eso cantamos con el Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.
Por José María Martín OSA

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