05 junio 2016

Se lo dio a su madre

... Pastoral para Laicos: La resurrección del hijo de la viuda de Naín
En este domingo se impone la cercanía temática entre la primera lectura y el evangelio. En ambos acontecimientos se hace patente la presencia y la palabra de Dios y se manifiesta clara la identidad de quienes la llevan a la práctica.
Se le removieron las entrañas
Con todo merece la pena observar los rasgos propios del relato evangélico. Se trata de Jesús que camina con «sus discípulos y mucho gentío» (v. 11). También la mujer viuda es acompañada por «un gentío considerable» (v. 12). Se acentúa la iniciativa misericordiosa del gesto de Jesús, al que se designa por primera vez en el evangelio de Lucas como Señor: «Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: no llores. Se acercó al ataúd…» (v. 13-14). No había precedido ruego alguno de la mujer. En este caso Lucas, como también Marcos lo hace con frecuencia, nos ofrece la clave que explica y da el verdadero sentido a esas acciones que nosotros llamamos comúnmente milagros: «Al verla le dio lástima». Lucas emplea aquí el mismo verbo que usa al hablar de la compasión del samaritano (cf. 10, 33) y que literalmente significa: «Se le removieron las entrañas». Eso es lo que experimenta Jesús al ver el dolor de esta pobre, la viuda.

Lo importante no es el prodigio, el poder sobrehumano, sino la acción que brota de la bondad misericordiosa de Jesús: ante el sufrimiento humano: compasión, consuelo, cercanía, compromiso personal y eficaz. Bondad que genera vida y transforma las actitudes de quienes la acogen: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar» (v. 14-15). La bondad de Jesús no se queda en el sentimiento, es fuerza de vida: levanta y hace hablar. Es una bondad con incidencia y eficacia históricas Lucas no olvida, además, el detalle tan humano de Jesús: «Y se lo entregó a su madre» (v. 15). El llanto desconsolado de la mujer era lo que le había conmovido.
Hoy también muchas madres y mucha gente del pueblo pobre; acompañan la muerte, física o moral, de sus hijos jóvenes, maltratados por el hambre o por la muerte temprana, por la falta de trabajo y de oportunidades, o porque sucumbieron desesperados ante la droga o los caminos violentos. Hoy muchos jóvenes se encuentran paralizados, como muertos, ante la inseguridad de su futuro y la falta de lugar para ellos en la sociedad, sin que tengan la oportunidad de hablar y ser escuchados. La actitud de Jesús señala a la comunidad cristiana un camino: el de la bondad que lleva a la ayuda eficaz, comprensión cercana, aliento y estímulo que los haga levantarse, decir su palabra, caminar con iniciativa con y dentro de su pueblo.
La visita de Dios
La acción de Jesús, como también la de Elías, no sólo suscitó admiración, sino reconocimiento y alabanza de Dios. En el evangelio, Jesús no es un taumaturgo que obra prodigios; es «un gran profeta» por el que «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7, 16). Las acciones en las que Jesús concreta eficazmente su bondad y misericordia para con los que sufren son reveladoras del Reino de la bondad gratuita de Dios para con su pueblo, son evangelio creíble que insta a la conversión para hacerse hijas e hijos del Padre de la misericordia. Un poco antes de nuestro relato, en el sermón de la llanura, Lucas recordaba la gran propuesta de Jesús: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
También en el caso de Elías, su acción de solidaridad efectiva dando vida al niño de la viuda que le había acogido en su casa, permite que la mujer reconozca que es «un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad» (1 Re 17, 24).
Como Pablo, cada cristiano, y toda la comunidad eclesial, ha sido llamado por gracia para «revelar a su Hijo en mí, para que yo le anunciara a los gentiles» (Gál 1, 16). En un pueblo que cada día lleva a enterrar a tantos de sus hijos no hay otra forma de anunciar la buena noticia de la visita de Dios en Jesucristo y la verdad de su Palabra que la misericordia hecha práctica efectiva de solidaridad y de vida.
Amor y perdón
La defensa plena de respeto, y por eso mismo liberadora, que Jesús hace de la mujer pecadora y arrepentida ante el fariseo Simón, nos dice tal vez más sobre la identidad de Jesús y el perdón de Dios que todas las hermosas parábolas sobre la misericordia que encontramos en el mismo Lucas. El fariseo Simón, descubierto en su mal pensamiento sobre Jesús y la mujer («si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando», v. 39), es llevado a emitir un juicio aparentemente impersonal: amará más «aquel a quien (se) le perdonó más» (v. 43). Con esta premisa Jesús ya puede explicarle que ante Dios las situaciones humanas de justos y pecadores quedan profundamente alteradas. La mujer, ciertamente «una pecadora» pública, y por tanto socialmente despreciada y marginada, se convierte en ejemplo de conversión y de actitud arrepentida porque ha acogido el misterioso y gratuito perdón del Señor. Simón, el fariseo justo, resulta juzgado, y precisamente desde los expresivos gestos de amor de aquella mujer, innominada, de la que sólo se conoce que era «pecadora» y que «sus muchos pecados están perdonados» (v. 47).
Varias cosas quiere dejar claras la respuesta de Jesús. El perdón viene de Dios gratuitamente, de su amor misericordioso, que se adelanta y es motivo del arrepentimiento humano. El amor mostrado por la mujer expresa la acogida del perdón. Así como la esencia del pecado consiste en despreciar «la palabra del Señor haciendo lo que a él le parece mal» (2 Sam 12, 9), la conversión se muestra.
Gustavo Gutiérrez

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