12 junio 2016

Homilía Domingo XI de Tiempo Ordinario

1. Situación y contemplación
El Evangelio de hoy es susceptible de diversos niveles de lectura. A la luz de la primera lectura (la acusación del profeta Natán al rey David por su adulterio), la clave de lectura sería el perdón de los pecados. Tema de fondo: del pecado reconocido y del perdón agradecido surge siempre la vida.
Pero no conviene separar esta dimensión religiosa de su contexto socio-religioso. Jesús contrapone la actitud de la pecadora a la del fariseo intachable, y desenmascara a éste, acusándole de dureza de corazón. El no es el profeta que ha venido a salvar a los justos, sino a los pecadores. Más, con Jesús el Reino establece una ruptura radical entre una religión de la Ley, que sirve para defenderse de Dios y condenar a los hombres (¿qué tiene que ver con el Dios salvador de la Biblia?), y la experiencia gozosa del Amor que redime porque no juzga, porque acoge y perdona.
El Evangelio termina, significativamente, aludiendo a las mujeres que acompañaban a Jesús y los Doce. Es un tema que resalta Lucas en su Evangelio. También en esto, Jesús fue revolucionario, sin pretender por ello hacerlo «feminista» antes de tiempo.
— Aceptó la compañía de mujeres, lo que era inconcebible para un rabino.

— Aceptó a la mujer como discípulo, otra novedad (cf. Lc 10,3842).
— En aquella sociedad discriminatoria, donde la mujer estaba desamparada ante los tribunales, pues su testimonio no era válido (por ejemplo, en el caso de divorcio; Lc 16,18 y Mt 19,1-12), Jesús llamó a las mujeres a que fuesen los primeros testigos de su Resurrección (cf. Lc 24).
Es un tema de moda, pero de enormes consecuencias. Allí donde la persona humana no alcanza un valor absoluto e incondicional, allí aparece el mensaje de Jesús, denunciando «el orden establecido» y anunciando un futuro nuevo de justicia y libertad.
Jesús lo hace con la pecadora de la manera más delicada, reivindicando su dignidad de persona por encima de la Ley y valorando cada uno de sus gestos de amor.

2. Reflexión
No quisiera caer en una fácil demagogia feminista. Pero ignorar este problema en la Iglesia y en la sociedad me parece grave.
Son siglos de cultura machista y discriminatoria, que las religiones mantuvieron. El principio paulino de que en Cristo ya no hay hombre ni mujer, libre ni esclavo (cf. Gál 3,28), ha tardado siglos en ser aplicado. En la Iglesia católica el retraso es mucho mayor que en la sociedad, pese a los panegíricos idealistas de la mujer (típicamente reforzadores de la ideología del varón célibe).
La cuestión es social: acceso real a los órganos de decisión y nuevos modelos de intercomunicación.
La cuestión es cultural: los roles internalizados de lo masculino y femenino, incapacidad para liberarse de los condicionamientos de la tradición.
La cuestión es espiritual. En el inconsciente colectivo de hombres y mujeres quedan muchos mecanismos de rivalidad y defensa. El varón siente la amenaza de la mujer con sus artes y la mujer considera al varón como un bruto racionalista e instintivo. La sabiduría de Gén 3 comenzó ya a percibir las consecuencias del pecado en las relaciones de hombre y mujer.
Por eso, lo confieso, me parece insuficiente la reivindicación femenina de lo laboral y socio-cultural. Tengo la sensación de que se sigue inspirando en lo más negativo de la cultura machista, su autonomía reaccional, es decir, su miedo a la entrega incondicional del amor.
Por supuesto, que la solución no es dejarle a la mujer en casa, dedicada a lo «femenino» (tareas domésticas e hijos), sino alcanzar la igualdad social a todos los niveles, pero descubriendo niveles más hondos, los no condicionados por los roles culturales: la dignidad de la persona humana y el misterio del dos-uno en el amor.

3. Praxis
Cuando la mujer acceda a la autonomía, pero no pierda su capacidad de vinculación afectiva, de ser en el otro…
Cuando el varón se libere de sus miedos inconscientes, y sepa, igualmente, «abandonarse» en el otro…
El trabajo estará enriquecido por la colaboración y la pareja será el milagro de la unión igual en la diferencia.
Es decir, que «lo cortés no quita lo valiente».
Javier Garrido

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