03 junio 2016

Domingo 5 junio: Homilía

Los textos del Antiguo Testamento y del Evangelio que escuchamos en la liturgia de hoy proceden de siglos muy distantes. Llama la atención que tengan un esquema narrativo muy semejante. Suele ocurrir cuando el tema de fondo no es ocasional sino que hunde raíces en la misma existencia humana. Nos tenemos que preparar para escuchar algo que nos importa no adjetiva sino sustantivamente. 
El debate en ambos textos gira en torno a la vida y la muerte. ¿Puede haber algo más serio? Estamos estresados por muchas preocupaciones, inquietudes y deseos. Pero hay un interrogante básico que concede o quita valor a todos los demás. La vida y la muerte pugnan en la escena humana con su propio equipo: vida, salud, dignidad, justicia, libertad, amistad, paz, muerte, enfermedad, guerra, esclavitud, soledad, depresión… Nuestra superficialidad, quizá nuestros miedos, intentan sin mucho éxito distraernos y acallar la gran cuestión de la existencia humana. ¿Serán las fuerzas de la vida y su acompañamiento capaces de superar las fuerzas de la muerte con el suyo?
 
Los creyentes nos planteamos en último término si Dios es un Dios de la vida, al servicio de la vida, que trabaja en todo y en todos para la vida, o es un Dios que amenaza con la muerte o al menos que es impotente ante ella. 
En los textos de la liturgia de hoy, el profeta Elías –y su Dios-, y Jesús –y su Padre- se encuentran cara a cara con la muerte. 
Dos viudas despojadas de su hijo 
En ambos relatos el personaje central es una viuda. Sabemos que las viudas en el mundo judío son el prototipo de la debilidad, del desvalimiento, de la insignificancia social. No son nadie. Su situación económica es fatal, están socialmente marginadas, son irrelevantes humanamente. Lo único que les queda, su riqueza existencial, lo que alimenta su ilusión, es la vida de su hijo. Constituye la única razón de ser para esa existencia marginal. Es todo el lujo que la sociedad les permite como alivio de su pobreza. Por eso, para las dos viudas que hoy nos salen al encuentro, la irrupción de la muerte radicaliza hasta extremos que quizá no imaginamos en nuestro tiempo la cuestión humana sobre la vida y la muerte. 
El evangelista lo describe de manera significativa con un buscada gradación: estaba muerto – el hijo – único –de una madre – viuda. Cada palabra refleja razones crecientes para la angustia y el dolor. 
No llores 
El desenlace vuelve a aproximar ambos relatos. «El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió»; «El muchacho muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre». La reacción de los testigos en las dos escenas es de sorpresa, de reconocimiento de una presencia profética y de alabanza a Dios. 
Hay sin embargo una diferencia fundamental en ambas ocasiones que pone en la pista de la novedad inaugurada por Jesús. 
Elías invoca a Dios y argumenta para que no “castigue a la viuda que le hospeda haciendo morir a su hijo”. El profeta utiliza su derecho como tal a una recomendación ante el “Señor, Díos mío”, el que da la vida y la muerte, para que elija la vida en atención a los méritos de «esta viuda que me hospeda». 
Jesús se encuentra con el cortejo de la muerte cuando va de camino por la vida. Le impacta. Se le enternecen las entrañas al ver a la viuda (el niño muerto ya no era sujeto de sufrimiento) y le dice: no llores. Se siente afectado directamente por el desvalimiento de la madre viuda de un hijo muerto y no necesita otra argumentación que su propia compasión. 
Sucede de inmediato la acción que conduce a la vida, porque Jesús es el Hijo. Cuando su corazón se conmueve, es el Padre el que lo hace en él y por tanto no necesita más argumentos para actuar. Jesús es el rostro, el corazón, las manos, los pies de Dios, que no es Dios de vida y de muerte, de salvación y de condenación, sino sólo de amor y de vida. 
Elías se dirige a Dios: «No castigues». Jesús se dirige a la viuda: «No llores». El resultado en ambos casos es la vida. Pero ¡cómo ha cambiado el conocimiento de Dios desde Elías hasta el que nos trasmite el Hijo! 
Un gran gentío también hoy 
Lucas sitúa un notable gentío en el entorno de cada uno de los dos personajes principales, Jesús y la viuda. No se trata sólo de un coro griego que acompaña la escena sino que adquiere carácter simbólico. Ni esa viuda es un caso aislado ni Jesús es alguien coyuntural en la historia. Son muchos los desvalidos que siguen llorando, son muchos aquellos a quienes Jesús ha llamado como discípulos para que continúen su misión. 
¿Quiénes forman hoy el gentío de los desvalidos, quiénes sienten rota su existencia, quiénes lloran? ¿Por qué motivo están más afectados? ¿Cuáles son hoy las mayores heridas de la humanidad, que sólo a veces visualizamos cuando mareas humanas transitan un mundo dominado por la globalización de la indiferencia? 
¿Y qué hacemos los seguidores de Jesús? ¿Nos dejamos conmover en las entrañas que necesitan gritar un “no llores”? ¿O gastamos el tiempo para discutir una mínima coma en los documentos eclesiásticos o en los debates pastorales? Los discípulos de Jesús se caracterizan no por saber argumentar a Dios ni sobre Dios sino sobre todo por dejarse conmover como Dios, como Jesús. 
Jesús Mari Alemany Briz, S.J

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