15 junio 2016

Domingo 19 de junio: Homilías

CONFIANZA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- PARA MÍ, CRISTO, EN ESTA VIDA, FUE UN MESÍAS SUFRIENTE

Por Gabriel González del Estal

1. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día. El pueblo judío no entendía que el Mesías tuviera que ser un Mesías sufriente. Tampoco lo entendían los ancianos de Israel, los sumos sacerdotes y los escribas. Tampoco lo entendían así los discípulos de Jesús, los apóstoles, cuando antes de la Ascensión le preguntaron: Señor, vas a restaurar ahora el reino de Israel? (Hechos, 1,6), o cuando, después del segundo anuncio de la Pasión, según nos dice el evangelista Lucas, “ellos no entendían lo que les decía; les estaba vedado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto (Lucas, 9, 45)”. Para todos ellos, el Mesías de Israel sería un Mesías triunfante, vencedor, que establecería en Israel un verdadero reino de Dios, universal, sin sufrimientos, sin dolor, sin muerte. Pues bien, los cristianos creemos ahora que nuestro Mesías, Jesús de Nazaret, sí fue, mientras vivió en este mundo, un Mesías sufriente; sólo después de su resurrección comenzó a ser para siempre un Mesías triunfante. Entender esto, y aceptarlo, es muy importante en la vida cristiana, porque, de hecho, nuestra vida tiene mucho más de sufriente, que de triunfante, mientras vivimos en este mundo; nuestra vida aquí en la tierra siempre termina vencida por la muerte. Jesús, para nosotros, es un modelo de vida más humano que divino, como modelo a seguir aquí en la tierra, porque a Dios no lo podremos ver nunca en este mundo y porque Jesús es para nosotros, mientras vivimos en este mundo, el rostro humano de Dios. Aceptemos a Jesús como Mesías sufriente y, en medio de nuestros sufrimientos y dolores, vivamos con gozo y esperanza, en la certeza de que si seguimos en esta vida al Cristo sufriente, también vamos a estar para siempre, después de esta vida terrenal, con el Cristo glorioso y triunfante.


2. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. En esta lectura del profeta Zacarías, el profeta, en los últimos años del siglo VI a. c., escribe palabras de consuelo y ánimo a un pueblo vencido, hablándoles de la posible restauración de la ciudad soñada, Jerusalén, y de un hijo único, “al que traspasaron”, acordándose, sin duda, del “siervo de Yahvé”, del profeta Isaías. Sí, les dice el profeta, “aquel día se alumbrará un manantial a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén”. Como sabemos, para nosotros, los cristianos, este siervo de Yahvé ha sido y es Jesús de Nazaret, nuestro Mesías. De hecho, el evangelista se refiere a él como “al que traspasaron” (Jn 19, 37). Pidámosle ahora nosotros a Jesús, con palabras de profeta Zacarías, que derrame sobre nuestra sociedad un espíritu de gracia y clemencia, un manantial de agua pura, que limpie nuestros pecados y nuestras impurezas. Buena falta nos hace.

3. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Estas palabras de san Pablo a los Gálatas se citan frecuentemente, para fundamentar la unidad de todos los cristianos, y de todas las personas, en general; el cristianismo es una religión universal, sin distinción de fronteras, razas o lenguas. Por el bautismo todos somos una comunidad de hermanos, hijos de un mismo Dios. Esta verdad, que siempre ha sido necesario afirmar y defender, debemos predicarla y proclamarla ahora con fuerza, ante tantos actos de terrorismo fundamentado, al menos, nominalmente, en creencias religiosas. El Dios que predicó Jesús de Nazaret, su buena nueva, su evangelio, debe ser amado y predicado siempre como un Dios de justicia misericordiosa, de amor universal a todas las personas, sean hombres o mujeres, de aquí o de allá. En este año de la misericordia, prediquemos siempre nuestra fe y nuestro amor a Dios misericordioso.

2.- PERDER, O GANAR LA VIDA

Por José María Martín OSA

1.- ¿Quién es Jesucristo para mí? Lucas no dice donde ocurrió esta escena del evangelio de hoy. Sabemos por los otros sinópticos que fue en un lugar cercano a Cesarea de Filipo. Sin embargo, Lucas, es el único que nos habla de que Jesús estaba orando. La oración de Jesús al Padre es una señal de su relación singular con él, en la que nadie puede inmiscuirse. Jesús tiene conciencia de su dignidad y de su misión, sabe quién es y lo que ha venido a hacer en el mundo. La gente está dividida en sus opiniones respecto a Jesús: unos dicen que es el Bautista revivido, otros que Elías o alguno de los antiguos profetas. Jesús interpela directamente, personalmente, a los suyos, a los que ha elegido y reunido en torno a su persona. La fe es una respuesta personal al misterio de Cristo que nos interroga. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado. Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Y tú, quién dices que soy yo? No se trata de contestar con palabras bonitas aprendidas del catecismo, se trata de responder con la vida. ¿En tu comportamiento en el trabajo, en casa, en la vida pública, tienes presente lo que Jesús espera de ti? ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este propósito, no te equivocarás, pues aunque aparentemente pierdas tu vida, encontrarás la vida de verdad, la que Él te ofrece

2.- El secreto mesiánico. Jesús prohíbe a sus discípulos que vayan diciendo a la gente que él es el Mesías de Dios. Jesús advierte a sus seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay misterios que deben desvelarse poco a poco. El pueblo judío no estaba preparado aún. No tenía la madurez suficiente para comprender el mensaje de Jesús y su relación con Dios Padre. Incluso sus propios discípulos pensaban en un Mesías que restableciese el honor de Israel y lo librara de la opresión extranjera. La suerte que Jesús está dispuesto a correr entregando su vida hasta la muerte de cruz, es elevada a norma de conducta de cuantos quieran seguirle como discípulos. Sólo así puede llegar a la gloria de la resurrección, sólo así resucitarán con él los que creen en él. Porque vivir es dar la vida, y retener la propia vida para ponerla a salvo es morir sin remisión

3.- "Quien quiera venir tras de mí, que se niegue a sí mismo..." Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús: nuestros egoísmos, inmadurez, tonterías... Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestras pequeñeces, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga aún es de poco peso. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullo, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento. Requiere de un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total. Hoy la Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita voceros que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad. Cargar con la propia cruz es asumir el compromiso que cada uno tiene de luchar por hacer un mundo mejor a pesar de los contratiempos y de las incomprensiones.

4.- Quien pierda su vida, la ganará. Quien vive sólo para él, en su burbuja, en su pequeño mundo, se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en sí mismo y aferrarse a los miedos y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar. En cambio, quien esté dispuesto a abrirse, a sacrificarlo y a darlo todo por amor, lo ganará todo. Obtendrá la felicidad plena, el encuentro con Dios Padre para disfrutar de su amor inmenso. Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana y espiritual.

3.- HOY NOS DIRIGE EL SEÑOR LA MISMA PREGUNTA

Por Antonio García-Moreno

1.- PROMESAS QUE SE CUMPLEN. "Derramaré sobre la dinastía de David..." (Ml 12, 10). Una vez más Dios consuela a su pueblo con grandes promesas. Así trataba de mantenerlos en su amor, les ayuda a que no se desanimen ante las dificultades que se les presentan. Sobre todo en esa desesperación que puede provenir de la propia limitación y miseria. Los pecados y faltas del hombre pueden alzarse como una muralla que los separa de Dios, como un peso muerto que impide levantar el vuelo hacia lo alto.

Ante esa pesadumbre interior de quien teme el castigo divino o quizá su desprecio, ante ese desconsuelo íntimo, Dios habla de su clemencia. Él actuará, nos dice, no según su justicia sino conforme a su misericordia. Sin merecerlo, sólo porque él es bueno y compasivo, seremos tratados con benevolencia... Las promesas hechas a los israelitas se cumplieron. En efecto, él mismo, hecho hombre, vino hasta Jerusalén para hablarles y hablarnos, de perdón y de paz, para ofrecerse como víctima de expiación por todos los pecados del pueblo. Cargó con aquel tremendo peso que aplastaba al hombre y caminó a duras penas hasta el monte del sacrificio.

"Me mirarán a mí, a quien traspasaron" (Ml 12, 10). Traspasado de pies y manos, cosido con clavos al madero de la cruz. Levantado en alto como trágica bandera. Alzado como estandarte sangriento. Todos pudieron verle, todos le miraron con estupor. Los ángeles, quizá, se taparían el rostro para no ver al Hijo de Dios colgado de la cruz, desnudo y herido... Ya lo había dicho Jesús a Nicodemo. Lo mismo que la serpiente de bronce en el desierto, así sería levantado el Hijo del hombre, para que todo el que le mirara con ojos de fe quedara salvado.

 En cierto modo el Señor sigue colgado de la cruz, levantado en alto para que todos los hombres podamos verle, mirarlo y asombrarnos, llenarnos de pena por haberle clavado, nosotros, sí, con los punzantes clavos de nuestros pecados. Muchos lloraron al verle entonces y muchos llorarían después, a lo largo de los siglos, ante el sacrificio doloroso que expiaba nuestro pecado. Así se cumplía y se cumple el presagio del profeta. Retablo de dolores ha sido llamado el Calvario. Vamos a contemplarlo para llenarnos de compunción y arrepentimiento, de dolor de amor, de propósitos firmes de enmienda, de sinceros deseos de rectificar, de anhelos de desagraviar. Crecer además en la esperanza y en el amor, a quien tanto nos ha querido que ha entregado su vida por nosotros.

2.- ¿QUIÉN ES ÉL PARA TI? "Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Lc 9, 20). En más de una ocasión nos refieren los evangelistas, sobre todo san Lucas, que el Señor se retiraba a orar, a veces con noches enteras pasadas en oración. El pasaje de hoy nos dice, en efecto, que Jesús estaba orando a solas. De esta forma nos enseña con su vida lo que nos enseña también con sus palabras. Podemos afirmar que la necesidad de orar es uno de los puntos fundamentales de la doctrina de Jesucristo. Basados en esta enseñanza los maestros clásicos de la vida espiritual han valorado en mucho la oración, respiración del alma en frase de algunos de ellos. Santa Teresa de Jesús llegaba a asegurar la perseverancia final a quienes dedicasen cada día un cuarto de hora a la oración. Sin mí nada podéis hacer, dijo el Maestro. Y es verdad. Sólo quien está unido a Dios puede dar valor y sentido a su vida: orar es, en definitiva, unirse íntimamente con el Señor. Tratarle, quererle y dejarse querer.

 A continuación Jesús pregunta a los discípulos quién dice la gente que es él. Después les pregunta qué piensan ellos. El Señor distingue entre sus discípulos y los que no lo son. Un detalle que no carece de importancia, que nos ha de llenar de alegría y, al mismo tiempo, de afán de superación. Nosotros, los que hemos sido bautizados, no somos extraños a Dios sino sus propios hijos. Una verdad que nos coloca en la esfera de la predilección divina. Hemos de tomar conciencia de esta realidad, no para enorgullecernos sino para llenarnos de gratitud, de grandes deseos por corresponder con generosidad y alegría.

La gente no sabía quién era el Señor. Pensaban algunos que era un gran profeta, o Elías que había vuelto. Ignoraban la grandeza de Jesús, no sospechaban que tenían delante al Mesías, a ese que habían anunciado los profetas de Yahvé, el Esperado durante siglos con anhelo y esperanza, el Rey de reyes, el Hijo de Dios hecho hombre. Los apóstoles, en cambio, le reconocieron y le siguieron llenos de entusiasmo y de amor. Creyeron tan seriamente en él que no les importó dejarlo todo con tal de seguirle, dispuestos a todo lo que fuera preciso por serle fieles siempre.

Hemos de pensar que también a nosotros, los discípulos de Cristo de ahora, nos dirige el Señor la misma pregunta. Pero la respuesta que hemos de dar no puede reducirse a palabras. Sólo nuestras obras, nuestra vida misma, podrán dar testimonio de lo que Jesús es para cada uno de nosotros.

4.- CONOCER PARA DECIR

Por Javier Leoz

Cuando Francisco convocó el Año de la Misericordia, lo hacía desde un convencimiento: la falta de conocimiento por parte de muchos católicos de la persona de Jesucristo y, por supuesto, una forma de revitalizar, recuperar, consolidar y llegar al fondo de las verdades más fundamentales de la vida cristiana: el amor reflejado en la Misericordia.

1.- En un mundo que avanza, técnica y racionalmente a un ritmo de vértigo, los católicos hemos de dar respuesta no tanto a los interrogantes que la ciencia nos plantea (aunque también) sino más bien, primero, testimonio de lo que creemos. Para ello, asimismo el Papa Francisco, al iniciar su pontificado, nos indicaba como pistas de actuación aquello de caminar, edificar y testimoniar (o confesar).

Es aquí donde, a muchos católicos, nos dan por goleada –no tanto porque no sepamos responder a muchos retos que la sociedad nos plantea- sino porque, en realidad, existe un desconocimiento o desinterés por aquello en lo que creemos o en Aquel en el que hemos sido bautizados.

Posiblemente si en una encuesta, a pie de calle, nos preguntasen ¿Quién es para usted este o aquel político? ¿Qué significa para su vida éste o aquel cantante, artista o deportista? ¿Qué supone para su forma de pensar este escritor o aquel filósofo? ¿Por qué admira a ese presentador o divo televisivo….? Tal vez, digo yo, enseguida brotarían decenas de respuestas.

¿Ocurriría lo mismo si nos preguntasen qué es para ti Jesús de Nazaret? El silencio, la timidez o el bloqueo mental y verbal, posiblemente, sería la única respuesta.

2.- Hoy, en este Año de la Misericordia, es Jesús quien nos interpela: ¿Quién y qué soy yo para ti? ¿Ya significo algo? ¿Se nota en tu forma de pensar, ver y actuar? El peligro, como siempre, son las respuestas fáciles y hechas: Tú eres el Hijo de Dios; Tú naciste en Belén o, como mucho, Tú moriste en la cruz.

Jesús, además de réplicas de cortesía, quiere conciencia y consciencia de lo que llevamos entre manos. Nosotros no creemos en algo, sino en Alguien. Un Alguien que, en los momentos más aciagos o felices de nuestra existencia, aporta valor, coraje o gratitud. Alguien que, con el nombre de Jesús, necesita adhesiones firmes y no simples verdades memorizadas (aunque en esto también estamos muy deficientes) que denote que, nuestra fe y confianza en Él, no sólo es un cumplir un expediente con bautizo, comunión, confirmación o boda por la Iglesia….sino que, a la hora de la verdad, es decisivo cuando estamos en el trabajo, en el ocio o en la familia.

3.- ¿Quién es Jesús para nosotros? Si bendecimos la mesa al mediodía, podremos decir que es Aquel que nos invita a dar gracias al Padre por los alimentos recibidos. Si perdonamos y amamos, concluiremos que es Aquel que nos exige hacer lo que Él hizo. Si la eucaristía de cada domingo es necesidad (y no obligación) podremos contestar que, Jesús, es la cita más deseada y añorada de la semana. Si en nuestra casa, además de la caja tonta que es la televisión, conectamos con la Palabra de Dios o nos asomamos a alguna revista cristiana…podremos concluir que, además de las cosas del mundo, nos interesa todo lo relativo a Jesús.

Con la espontaneidad a la que siempre Francisco nos tiene acostumbrados ya hace tres años nos decía que, los cristianos, después de descubrir a Cristo no podíamos vivir con “cara de pepinillo de vinagre”. Tal vez porque, entre otras cosas, no es cuestión de decir con palabras “quién es Cristo para mí” sino, con el semblante, las obras y el rostro esperanzado…demostrar que, Cristo, es ALGUIEN importante y esencial en nuestra vida.

4.- ¿QUÉ QUIERO DE TI, SEÑOR?

Vida, de la que tú me  ofreces, 

o muerte, segura, cierta que  yo persigo

y que en el mundo vivo a  todas horas

Alegría, que brota desde el  fondo de las personas,

o sonrisas, que en  surtidores de mentiras,

me refugio en el hombre que  errante, busca

¿QUÉ  QUIERES SER PARA MI, SEÑOR?

Respuesta que calme mis  heridas,

mi soledad y mi  desconcierto,

mi egoísmo y mis  debilidades…

o, por el contrario, 

dulces que, hoy dulcifican  mi paladar,

pero que mañana me dejan  insatisfecho

con ansias de más de lo  efímero

y sin referencia a lo eterno

¿QUÉ  QUIERES SER PARA MI, SEÑOR?

Verdad, que se abre como un  abanico

frente a tanta mentira

O, falsedades, que añoro y  me seducen

para no complicarme  demasiado mis años

¿QUÉ  QUIERES SER PARA MI, SEÑOR?

El Hijo de Dios, que me  ofrece VIDA ETERNA

o, por el contrario,  simplemente

hombre que sale al encuentro  del hombre

sin más pretensión que  llenarle de satisfacciones.

QUE  SEAS PARA MI, SEÑOR

Ilusión que me empuje a  trabajar por tu Reino

Fe que me ayude a sentirte  siempre presente

Esperanza que me anime en el  desaliento

Amor que haga desplegar lo  mejor de mí mismo

Ayúdame, Señor, en este Año  de la Misericordia

a descubrir este tesoro que  llevo entre manos.

Un tesoro que, tal vez por  el paso del tiempo,

no lo veo con claridad o  hasta lo he olvidado.

Un tesoro, la fe, que por  mis falsas seguridades

digo conocerlo cuando, en  realidad, vivo muy lejos.

Amén.

5.- UNA RESPUESTA DESDE LO MÁS HONDO DE NUESTRO CORAZÓN…

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Siempre que llega este evangelio, siempre que nos toca comentarlo nos sentimos impresionados la pregunta que hace Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. En la narración de San Lucas el Maestro ha preferido hacer una primera pregunta más general sobre su persona, más para centrar mejor la opinión de los apóstoles. Y ello, tal vez, para centrar mejor la atención de los apóstoles respecto a lo fundamental, a la opinión tenías sus amigos más cercanos.

--Es verdad que Jesús de Nazaret vivía en medio de un torbellino de opiniones. La novedad de su vida y de su mensaje eran más que evidentes. Y eso, en cierto modo, tenía muy confundidos a sus coetáneos.

--Es verdad, asimismo, que eran tiempos de espera. El pueblo judío intuía que estaba cerca la llegada la llegada del Mesías.

--Es verdad que, en tiempos de Jesús, estaba acuñada la idea de que sería el salvador de Israel, en el sentido de liberaría al pueblo escogido de la tiranía romana.

Y todo ello –claro—no era la imagen que Jesús ofrecía. Pero el portento de sus milagros, su autoridad a la hora de enseñar al pueblo todo ello estaba conmoviendo profundamente a muchos de los que habían tenido contacto con él.

2.- No es cuestión –por supuesto—de obviar esa circunstancia histórica que, por otro lado, es muy importante. Pero, ciertamente, la pregunta de Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tiene, digámoslo así, tiene vida propia y permanencia en el tiempo y el espacio. Es una pregunta que está haciendo Jesús de Nazaret a todos con los que se han topado con Él desde que la pronunció en tierras palestinas hace más de dos mil años hasta nuestros días.

3.- Nos la hace a todos, a ti y a mí, con una cierta frecuencia. Y si no somos capaces de contestar nos la repetirá una y otra vez. Realmente, debemos contestarle. Debemos buscar una respuesta en nuestro interior que, si se puede, presida nuestras vidas. Si no sabemos que es Jesús para nosotros, probablemente, estaremos mal, estaremos en un limbo de falta de sintonía y de entrega. Difícilmente, seremos cristianos aunque nosotros nos creamos que sí.

4.- Sin duda, habrá –hay-- una respuesta comunitaria. La Iglesia a lo largo de los siglos ha intentado definir quién es Jesús. Y lo ha hecho con fuerza, con ganas de fijar ese contenido para que no haya dudas. Está definido con fuerza teológica en el Credo. Pero tendrá que haber una respuesta personal, única, exclusiva… de todos y cada uno de nosotros. No se trata, por supuesto, de que cada uno cree una versión de Jesús, del Cristo. Pero si es cierto que hemos de recibir en nuestro corazón el influjo de una respuesta, inspirada --¿y por qué no?-- por el Espíritu Santo que se convertirá en piedra angular de nuestro mundo interior que compartimos con Cristo.

5.- No creáis, ni por un momento, que esas aproximaciones a la respuesta directa del Espíritu, al incluir la vía transcendente, es un exceso de pietismo o una tendencia a lo exclusivamente místico. No, no lo es. La relación con Jesús no puede ser exclusivamente histórica o antropomórfica. No es un líder terreno tan solo. No, solamente esto, no. Es el Hijo de Dios, y es Dios, y, entonces, en algún momento de nuestras vidas transcenderá en nosotros su verdadera naturaleza. ¿Y cuándo? Pues habrá muchas personas que no les llegue enseguida esa respuesta maravillosa, como hay muchos convertidos y conversos que jamás una luz esplendorosa les ha derribado del caballo.

6.- Pero todo ello es cuestión de esperanza, de humildad y… de estar atentos. Jesús cuando hace una pregunta espera una respuesta. No pretende que la pregunta en cuestión se quede en el aire, sin más. Por ello es importante que nos dispongamos a responder, y que nuestra respuesta venga animada por una fuerza interior que no es propia del todo. Esperemos pues que Jesús, en un momento dado, nos haga la pregunta y que nosotros, con la gracia de Dios, seamos capaces de contestarla desde lo más hondo de nuestro corazón y de nuestra alma.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

CONFIANZA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- No os voy a hablar del lugar donde transcurre el episodio del evangelio de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores. Me he referido a él en muchas ocasiones y tengo la sensación de que vosotros me leéis habitualmente. Seguramente es vana ilusión imaginarlo, pero así es. Aun así os advertiré que está situado a pocos kilómetros del Líbano, a los pies de la cordillera que lleva su nombre, bajo heleros de nieves perpetuas hasta hace pocos años, manando allí mismo agua que surge de entre las rocas. El Jordán nace y sale brincando sin parar.

2.- Debemos suponer que para llegar a allí, partieron de la baja Galilea, calculo que el viaje supondría unos 80km a pie. Un tan largo trecho da para muchas conversaciones y comentarios. También para discusiones. El camino y el paraje donde se encuentran ahora es solitario. En un lugar que había sido de interés pastoril, en sus cercanías, se estaba edificando una población moderna, dedicada a un romano ilustre: el emperador. Pero era un rincón tranquilo, con rincones aptos para encuentros personales, sin agobios.

3.- Hoy en día no es así, pero de todos modos se puede gozar del silencio y soledad, si uno se aleja un poco de la piscina y los pocos establecimientos comerciales que hay allí. He visto por el entorno animales salvajes, damanes concretamente, y córvidos revoloteando y por las cercanías sé que hay jabalíes y cérvidos. Conozco a excursionistas que gozan constatando que han llegado a su meta y parten de inmediato, añadiendo a su memoria el nombre del lugar donde han estado, coleccionando en su cerebro lo que considera éxitos. Correcto deporte sin trofeos, no lo niego.

4.- La actitud del Señor es muy otra. Sin duda están sentados en el suelo de tal manera que les permite hablar entre ellos, todos con todos. Es la hora que muchos aprovechan para cantar, de explicar chistes o de compartir preocupaciones e ilusiones. Muy legítimo. A la gente de hoy en día le falta tranquila comunicación personal. Es preocupante el manejo continuo del móvil. Dicen que escuchan a los de su entorno, pero, como máximo, oyen lo que se dice, sin asimilarlo, ni retenerlo, casi siempre.

5.- Es preocupante esta actitud, no se trata de que el “telefonino” y sus prestaciones estén o no de moda, lo alarmante es que se establecen barreras trasparentes, que incomunican, sin que se note, a las personas que conviven. Es más fácil, me lo han comentado algunos, no es experiencia mía, desnudarse e ir a una playa nudista, que explicar lo que a uno le pasa, le angustia o le entusiasma, a un amigo o a un consejero espiritual de confianza.

6.- Tales actitudes son preocupantes y al resultar con frecuencia patológicas, para solucionar el conflicto interior, muchos acuden al sicólogo, al siquiatra, o a terapias de grupo, que hay que pagar y son más aburridas. Nunca procuran la felicidad que comporta un amigo. (Me estoy refiriendo a situaciones que no son de gravedad clínica).

7.- Jesús no era así. Ha escogido amigos y se confía a ellos. Digo escogido y no que tiene. La amistad no es una posesión, es donación gratuita compartida. Les quiere contar sus planes, lo que piensa va a ser su futuro. Antes de hacerlo desea saber qué concepto tienen de Él. A todos nos gusta conocerlo. Se lo pregunta a bocajarro. Primero solicita que le digan qué piensan de Él los otros. No se irrita, ni se vanagloria al escuchar las respuestas. Implican reencarnación, que es cosa que no está incluida en su programa, ni doctrina. Pero no lo condena, no hace falta, ya lo sabrán otro día. En realidad, lo que más le interesa es saber qué piensan ellos mismos de Él. Según sea su respuesta continuará hablándoles como hasta ahora, o lo hará de otra manera.

8.- Por lo que dice el texto, le contestan libremente y con desparpajo y esto a Él le gusta. Considera que son dignos de conocer sus planes. No de que cada uno conozca individualmente sus planes, sino de que ellos, que desea sean su futura comunidad o iglesia, estén enterados de lo que le espera en el futuro. Para que desde ahora lo comenten y asimilen. Los políticos ofrecen proyectos atractivos, ellos mismos se procuran asesores para que les ayuden a comunicarse, con gran atractivo personal. El Maestro no es así. Una vez ha comprobado que su opinión personal no es del todo desacertada, les comenta con algún detalle lo que le ocurrirá, pero les pide silencio. Es una forma de que asimilen mejor sus proyectos.

9.- El “míster” profesional somete con frecuencia a entrenamiento a puertas cerradas. No solo resulta útil para que el equipo adversario desconozca sus técnicas, sino que jugando de esta manera sabrán hacerlo mejor conjuntamente cuando llegue el momento. Lo que les cuenta no es proyectos deslumbrantes, ni facilidades para el futuro. Hoy diríamos que su hablar no es políticamente correcto. Pero el Evangelio no sigue los mismos derroteros que un partido político, o la venta de un producto comercial, recién puesto en el mercado.

10.- Nunca os rijáis, mis queridos jóvenes lectores, por criterios de márquetin, cuando se trata de vivir de acuerdo con la vocación a la que habéis sido llamados. Y es que en este terreno, estar dispuestos a perder, es tener asegurado el éxito. Renunciar a ganar, es segura victoria. La paradoja cristiana que no hay que olvidar. Si sois fieles a ello, vuestra vida será una aventura apasionante. Fue martirio de unos de los allí presentes aquel día, dificultades de otro, incomodidades de sucesivos discípulos. Así es la Iglesia a la que pertenecemos.

LA HOMILÍA DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

¿CON EL MANTO PERO SIN JESÚS?

Por Javier Leoz

--Atrás quedó la Pascua... y en el amanecer de aquel gran día nos regaló rescoldo de VIDA que se impone sobre la muerte

--Atrás quedó Pentecostés... y nos dejó como secuela la fuerza, el empuje del Espíritu para el apostolado

--Atrás vislumbramos la Trinidad... y nos quedamos sorprendidos ante ese Misterio que es familia y amor en el Padre con el Hijo y el Espíritu

Y, todavía hoy, se sostienen en el aire los compases musicales, el aroma del incienso y el tributo que se hizo homenaje a un Jesucristo que saltaba del templo a las calles en destellante custodia haciéndonos entender y comprender que la fe hay que vivirla, no entre muros, y sí comprometidamente en el mundo con la fuerza de la Eucaristía.

1.- Y, después de todo esto, viene la pregunta del millón: ¿quién dice la gente que es Jesús? ¿qué dices tú y qué digo yo sobre Jesús? ¿nos dice algo Jesús en la vida ordinaria? ¿nos preocupa de verdad, interesa al mundo el saber algo sobre la vida y la persona de Cristo?

La fiesta, de Juan Bautista, es una llamada a sentir la mano de del Señor sobre nosotros. ¿Qué será de Jesús si lo silenciamos en nuestra vida? ¿Qué será de Jesús si, tan sólo, nos quedamos en la exaltación de unos valores pero sin referencia a Dios?

Juan el Bautista, sin su despuntar hacia el Señor, se quedaría como aquel que estuvo vagando por el desierto y alentando la esperanza de un pueblo.

Muchos obispos de España nos alertan sobre un intento de “oficializar la laicidad”. Lo cierto es que resulta difícil (casi tanto como encontrar una aguja en un pajar) dar con cristianos militantes que den razón y defiendan la vida cristiana en sus respectivos lugares de trabajo. Resulta raro y extraordinario descubrir a cristianos enfrentándose con respeto, pero con firmeza, a una realidad que con pretensiones de desmoronar todo lo que suene a cristiano. Tal vez no es que muchos bautizados no demos razón de nuestra esperanza... lo peor de todo, es que, tal vez, no la damos porque no tenemos experiencia profunda y real de la presencia de Jesús en nuestras vidas.

2.- Tal vez, la vida de muchos de nosotros los cristianos, se puede parecer un poco al instinto del avestruz que esconde la cabeza bajo su plumaje o incluso entre la tierra creyendo que así pasará el peligro.

No nos podemos contentar ni quedar satisfechos con una referencia cultural al hecho religioso. Es la hora de provocar, en sentido positivo, un interés hacia la persona (no solamente histórica y sí también divina) de Jesús. Como Juan el Bautista, en toda su vida, lo hará y lo señalará.

Es el momento de preguntarnos, a los que todavía quedamos en el interior de los templos, sobre nuestro conocimiento y sobre la idea que tenemos de Jesucristo:

¿Cómo vamos a dar testimonio de Alguien desconocido?

¿Cómo vamos hablar de aquello que desconocemos?

¿Cómo vamos a entusiasmar si primero no lo sentimos y no lo vivimos?

¿Cómo vamos a vivir de su presencia si no nos preguntamos cómo es ni hacia dónde va?

¿Cómo lo vamos a sentir si preguntamos de todo y por todo, menos las más de las veces, por aquello que es importante?

¿Cómo nos va a contestar el Señor quién es... cuando, tal vez, ni nos hemos molestado en interesarnos por El?

3.- Con más urgencia que nunca, ha llegado el momento de preguntar a quienes se acercan hasta nosotros para bautizar o comulgar, contraer matrimonio o confirmarse, recibir la unción, recibir el orden sacerdotal o simplemente confesarse; y tú.... ¿qué dices de Jesús? ¿Ya significa algo para ti o, por el contrario, te has quedado con su manto pero perdiste su persona?

Que San Juan Bautista, llamado a ser pregonero y altavoz de un Jesús que colmó de alegría su misión, nos ayude también a nosotros a interpelarnos: “qué será de mi vida cristiana si no doy testimonio de ella”.

Nota: la habitual oración del Padre Leoz, como final de su homilía aparece esta semana como epílogo la Misa Familiar

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