08 junio 2016

Domingo 12 junio: Homilías

1.- LA PECADORA SE HABÍA PORTADO CON ÉL MEJOR

Por Antonio García-Moreno

HE PECADO. “Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl...” (2 S 12, 7). David era el más joven de sus hermanos, tan joven que cuando llegó Samuel a elegir rey de entre los hijos de Isaí, éste le presenta a todos menos a David, entonces simple pastor de ovejas. Demasiado niño para pensar en él como rey. Pero Yahveh se había fijado en él, le había elegido para la dignidad suprema del pueblo hebreo. David quedó, después de la unción, transido por la fuerza del Espíritu. Su brazo es fuerte y su puntería certera cuando se enfrenta con el temible filisteo. Después de su victoria sobre el gigante Goliat, vendrían otras muchas victorias, pues Dios estaba con él, luchaba a su lado sin que hubiera enemigo que se le resistiera. Pero luego David se olvidó de Dios. Lo mismo que nosotros hemos hecho tantas veces. Nos olvidamos fácilmente de la misericordia de Dios para con nosotros y le ofendemos. Reflexionemos en esta verdad y reaccionemos llenos de compunción y de deseos de expiar nuestro pecado.


EL FARISEO Y LA PECADORA. "Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa" (Lc 7, 36). Hoy encontramos a Jesús en casa de un fariseo. Él sabía que la invitación para que comiera en su casa, no era más que una ocasión para observarle de cerca, para ver si podía cogerlo en falta. Sin embargo, el Señor acepta la invitación como manifestación de su buena voluntad hacia todos, también hacia quienes le miraban con malos ojos. Se dio cuenta enseguida de la falta de corrección de aquel hombre principal que, aunque debía saber las normas de la hospitalidad judía, prescinde de aquellos detalles de cortesía que suponían cordialidad y benevolencia hacia el visitante. Pero Jesús no dijo nada entonces y disimulando se sentó a la mesa de Simón el fariseo.

Mientras estaban recostados según la costumbre del tiempo, una mujer se acercó a los pies de Jesús para besarlos, mientras lloraba copiosamente. Simón se da cuenta de que aquella mujer era una pecadora, una mujer de la calle, despreciada por todos, evitada en público y requerida quizá en privado, objeto de escándalo y motivo de vergüenza. Pero el Señor la deja que siga llorando mientras le enjuga los pies con sus cabellos y se los unge con un costoso perfume. Simón se escandaliza de lo que estaba ocurriendo, se persuade de que Jesús no puede ser un profeta, y mucho menos el Mesías, pues no sabía qué clase de mujer era aquella que le besaba entre lágrimas y suspiros. Es la misma actitud que muchas veces adoptamos también nosotros al juzgar con ligereza a los demás, al despreciar a quienes consideramos pecadores. Sin darnos cuenta de que a los ojos de Dios, esas personas que consideramos despreciables, son quizás más agradables ante el Señor y con un corazón más encendido y limpio de soberbia y de orgullo que el nuestro.

Desde luego en el pasaje que comentamos, Simón aparece ante la mirada de Jesucristo como un hombre que no le ha sabido comprender, que le ha tratado con indiferencia, que le ha mirado con prevención. Por el contrario, la mala mujer aparece acongojada y arrepentida, llena de amor y de fe por Cristo. Entonces el Señor habló y consiguió del fariseo que reconociera que la pecadora se había portado con él mejor que quien le había invitado a su casa, y no le había ofrecido agua para lavarse los pies, ni le había dado el beso de paz. El fariseo consideraba que nada tenía de qué ser perdonado, lo mismo que esos que demoran la confesión o la consideran innecesaria, sin darse cuenta de su condición de pecadores. En cambio, la pecadora, se llena de desconsuelo al reconocerse como tal, y no duda ni por un momento en postrarse a los pies de Jesús e implorar su perdón.

2.- EL REGALO DEL PERDÓN

Por José María Martín OSA

1.- Dios es misericordioso y no escatima su perdón. Por medio del profeta Natán, Dios reprueba la acción de David. Comete adulterio y asesinato. Lo que ha hecho con Urías es lo que hizo el rico de la parábola que el profeta Natán acaba de contar: teniendo cien ovejas, le quita a un pobre la única que tiene. Para el Señor no hay acepción de personas. Ante la injusticia del poderoso, se pone de parte del débil. Aunque los hombres callen por miedo, por no perder el favor de su Señor en el orden social y económico, por no complicarse la vida..., la palabra del Señor no calla y acusa al rey David. El encargado de comunicar el mensaje acusador será nada más ni menos que el profeta de la casa del rey, Natán. La ofensa cometida contra Urías es un delito contra el Señor, ya que las relaciones contra el hermano no son indiferentes a Dios. También a Caín le pide Dios cuentas de lo hecho con su hermano Abel. El Señor es el vengador del débil, pero no aniquila a nadie; si el hombre confiesa su pecado, Dios perdona. La palabra divina, incluso cuando castiga, busca la salvación del hombre. El Salmo 31 destaca la gracia liberadora de Cristo. Nosotros podríamos aplicarlo al sacramento de la Reconciliación. En él, a la luz del Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, con frecuencia ofuscada en nuestros días, y al mismo tiempo la alegría del perdón. Dios es misericordioso y no escatima su perdón... El cúmulo de tus pecados no será más grande que la misericordia de Dios, la gravedad de tus heridas no superará las capacidades del Médico, con tal de que te abandones en él con confianza. Manifiesta al médico tu enfermedad, y dirígele las palabras que pronunció David: "Confesaré mi culpa al Señor, tengo siempre presente mi pecado".

2.- La fe en Cristo es la que salva. San Pablo en la Carta a los Gálatas demuestra cómo la ley por sí misma no salva. Sólo salva la fe y las obras que nacen de ella. La justificación por la fe está contrapuesta al deseo o intento del hombre de conseguir su acceso a Dios a base de prestaciones para las cuales se apoya únicamente en sí mismo y no en Cristo. La ley del Antiguo Testamento, en cuanto tal ley, no daba la fuerza para cumplirla, y aun en el caso imposible de que se llegue a observar perfectamente, todavía no constituye, ella sola, un motivo suficiente para obtener la justificación en el sentido fuerte de la palabra, que es el que aquí se trata, es decir, de presentarse inocente ante Dios, unido con El, agradable a sus ojos. Por la fe establece el hombre una unión con el Señor, de tal manera que es él quien vive en la persona. La fe es mucho más que una mera aceptación de contenidos doctrinales o de paradojas y cuestiones incomprensibles. Supone en realidad la renuncia a apoyarse en uno mismo para que Cristo sea todo en uno.

3.- El perdón regalado. La mujer pecadora tiene una gran confianza en Jesús. Jesús la acoge con un amor que la transforma y entonces se despierta en ella un amor más grande. Otro amor que la purifica y la resucita, un amor inmenso que ha recibido un perdón inmenso. La palabra de Jesús crea una vida nueva. Cada vez que me confieso pecador, Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo amor, con la misma fuerza. La diferencia no está en Jesús sino en mí. El amor es consecuencia del perdón. La moral tradicional queda aquí en ridículo. Decía en rabino de la época que entre un justo y una prostituta había que mantener una distancia de dos metros. Jesús rompe todos los prejuicios. Habitualmente, el perdón aparece como la recompensan del amor y el amor como la causa del perdón. Aquí es a la inversa; el amor es la consecuencia, el fruto del perdón. El perdón es lo primero, no se da a cambio del amor, sino que es pura y simplemente regalado.

3.- A UN CORAZÓN CONTRITO Y HUMILLADO NO LO DESPRECIA EL SEÑOR (Salmo 51)

Por Gabriel González del Estal

1.- Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor. La justicia humana juzga a las personas por sus obras, no por el amor con que han sido hechas esas obras. Obras son amores, decimos, y no buenas razones. En los dos ejemplos que leemos en las lecturas de este domingo, vemos que Dios sí juzga a las personas por el amor que tienen. Al rey David y a la mujer pecadora que enjuga con sus lágrimas los pies del Señor, nosotros, la justicia humana, no los hubiéramos perdonado tan fácilmente. Desde el punto de vista humano es más fácil juzgar a las personas por las obras que hacen, que por los amores o motivos por los que hacen esas obras. Pero la verdad es que, si lo miramos bien, esto no siempre debe ser así: porque las obras de una persona están motivadas, en gran parte, por las circunstancias en las que esa persona ha vivido y vive. No podemos exigir las mismas obras a una persona que ha nacido y vive en un ambiente humanamente miserable, que a una persona que ha nacido y vive dentro de una familia y en un ambiente bueno y favorable. Al decir que Dios mira más el corazón de las personas, que sus obras, nos referimos a esto. Y, aplicado al perdón, la consecuencia también parece muy clara: debemos perdonar a toda persona que de verdad nos pide perdón. Porque en una verdadera petición de perdón siempre va implícito el propósito de la enmienda. Es seguro que el fariseo que invitó a comer a Jesús había hecho muchas más obras buenas, según la ley, que la mujer pecadora. Por eso no entiende el perdón tan directo y espontáneo que Jesús concede a esta mujer. El fariseo miraba las obras de la mujer; Jesús miraba directamente el corazón de la mujer. Y el corazón de la mujer era un corazón contrito y humillado; por eso, Jesús la perdonó tan cordialmente. ¿Hacemos nosotros lo mismo, en nuestras relaciones con los demás?

2.- David respondió a Natán: ¡He pecado contra el Señor! Natán le dijo: El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. El pecado del rey David, matando a su fiel servidor Urías, para quedarse con su mujer, Betsabé, es un pecado abominable y duramente sancionable. Sin embargo, cuando el rey reconoce su pecado y se arrepiente, Dios le perdona. Dios conoce el corazón humano y sabe que nuestro corazón, también el de un rey, es un corazón frágil e inclinado al pecado. El pecado, evidentemente, no se puede ni admitir, ni dejar sin sanción, pero se puede perdonar, aunque, a veces, nos resulte dificilísimo el perdonar. Perdonar no implica dejar de reconocer el pecado, ni dejar de pedir la sanción correspondiente al pecado. Aquí hablamos del perdón del corazón, no del perdón jurídico y legal, no de la pena de debe ser impuesta al pecador. Perdonar no es olvidar, ni dejar de reconocer la gravedad de ciertos pecados. El corazón debe estar dispuesto a perdonar siempre, hasta setenta veces siete, aunque deseemos de todo corazón que el pecador cumpla la justa condena de su pecado. Todos los días debemos pedir perdón a Dios de todos nuestros pecados, y de los pecados del mundo, y debemos hacerlo con un corazón verdaderamente contrito y humillado. El perdón es la otra cara del amor y sin amor el mundo se volvería cruel e inhabitable.

3.- Sabemos que el hombre no se justifica por la Ley, sino por creer en Cristo Jesús. Es este un tema muy recurrente en la teología del apóstol Pablo: lo que nos salva es la fe en Cristo, no el cumplimiento de la Ley mosaica. La fe en Cristo, para san Pablo, implicaba necesariamente fidelidad al evangelio de Cristo. Por eso, Pablo, que cree firmísimamente en Cristo resucitado, llega a decir, como leemos hoy en esta carta a los Gálatas, que ya no es él, sino que es Cristo quien vive en él. Sería maravilloso que todos los cristianos pudiéramos decir que es Cristo quien vive en nosotros. Hacia eso debemos tender, hacia la identificación de nuestro corazón con el corazón de Cristo. El corazón de Cristo fue un corazón manso, humilde y perdonador; en este año de la misericordia pidámosle que nuestro corazón se parezca lo más posible al suyo. Terminemos diciendo con el salmo responsorial de este domingo: perdona, Señor, mi culpa y mi pecado, dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

4.- ¿EN DEUDA CON EL SEÑOR?

Por Javier Leoz

Todos los domingos, nos traen algo nuevo. Y, también, todos los domingos, nosotros debiéramos de llevar, en respuesta y como compensación, algo al Señor. Hoy, el evangelio, tiene aroma de perfume. ¡Cuánto valora Jesús cuando, lo que hacemos, lo hacemos con y desde la fe!

1.- Todos somos deudores. No sé con quién, de quién… ni de cuánto. Del Señor sí que lo somos. Nuestra deuda no la hemos saldado del todo con El: ¡Ha hecho tanto por nosotros! El evangelio de hoy, nos habla del perdón de los pecados y, hay que reconocerlo, hablar hoy del pecado es poco menos que “provocador”. ¿Pecar? ¿Qué dices? ¡Eso está pasado de moda! ¿Pedir perdón? ¿Por? ¡Yo no he pecado!….nos contestan en cualquier círculo donde se debate el vértice religioso. ¿Es el hombre consciente de que peca? ¿De que rompe con ciertas normas, morales y éticas, que han sido el código de seguridad de nuestra fe y de nuestra sociedad? Posiblemente no.

2.- Hoy, como ayer, todos seguimos estando en deuda con Jesús. Algunos pensarán que no. Su autosuficiencia, o su religión a la carta, les hacen llegar a pensar que, en todo caso, como Dios es tan bueno ya comprenderá los deslices o contradicciones del ser humano.

Al reflexionar el evangelio de este XI domingo del Tiempo Ordinario, podríamos preguntarnos cada uno de nosotros:

-¿En  qué estamos en deuda con el Señor?

-¿Por  qué estamos con cuentas pendientes con el Señor?

-¿Por  qué no hacemos algo más para que se denote nuestro cariño a Jesús?

El movimiento se demuestra andando. Hoy, con esta sugerente lectura, el Señor nos pone en alerta: sólo cuando uno se siente perdonado, acogido, abrazado y querido es capaz de amar con todas las consecuencias.

Por el contrario, el rechazo, el alma solitaria, los recelos o las envidias, las murmuraciones o las críticas destructivas, los cortijos –en los que a veces caen instituciones, servicios y departamentos- producen deserción, frialdad y desconfianza. El Papa Francisco lo recordaba recientemente: muchos entienden su vida religiosa como un trepar y no como un servicio.

Al retomar el Tiempo Ordinario, es bueno entrar en la casa del Señor y derramar sobre El, el perfume de nuestra oración, el beso de nuestra adoración y las lágrimas de nuestro agradecimiento al Señor por permitirnos acercarnos a su mesa a pesar de arrastrar tantos kilos de contradicciones.

3.- ¿ME DEJAS, SEÑOR?

¿Acercarme a Ti, a pesar las  murmuraciones y críticas sobre mi vida?

¿Derramar el perfume de mis  obras, a pesar de hacerlo con cuentagotas?

¿Agradecer, con mi llanto,  tu presencia que me rescata y me renueva?

¿ME  DEJAS, SEÑOR?

¿Olvidarme de lo mucho que  me separa de Ti?

¿Acercarme, con un corazón  humilde, para que Tú lo restaures?

¿Lanzarme con pasión a la  búsqueda de tu rostro?

¿ME  DEJAS, SEÑOR?

Hoy, como aquella mujer,

también quiero pasar de la  oscuridad a la luz

de la debilidad a la  fortaleza

del pecado a la Gracia

de la muerte a la vida

del distanciamiento a la  comunión contigo, Señor.

¿ME  DEJAS, SEÑOR?

Hoy, como aquella mujer, a  la que no le tembló el pulso

quiero hacerme hueco en  medio de tanto obstáculo 

que me impide llegar a Ti

Sí; Señor

No sé si estoy totalmente  arrepentido

lo que sí sé, es que sin Ti,

el perfume de la vida me  sabe a poco

las lágrimas de cada día se  secan pronto

y los cabellos del prójimo

son utilizados para  arrastrarlos, cabello y prójimo, por el miserable suelo.

¿ME  DEJAS, SEÑOR?

Sólo te traigo, lo que en el  corazón tengo: AMOR

¿ME  DEJAS DÁRTELO, SEÑOR?

Y así, sólo así y entonces, 

podré de verdad…irme en paz. 

Amén

5.- EL ATEISMO CULTUAL

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Todos nuestros problemas nos llegan por falta de amor. Jesús de Nazaret trajo al mundo real, a la relación cotidiana de un pueblo muy religioso, la noción de que el amor era lo más importante y lo centraba en una idea total: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Lo primero se basaba en la declaración diaria en forma de oración: Dios Único sobre todas las cosas. Lo segundo estaba ya en la Escritura, el amor al prójimo no era una novedad pero estaba casi olvidado. La Ley del Talión que ahora nos parece tan inhumana era en el fondo una limitación de los términos de la venganza. Ojo por ojo. Diente por diente. Pero no vida por diente o cabeza por ojo. Había, pues, una relativa humanidad en la limitación de la venganza, pero no amor.

2.- A su vez, el uso del vocablo amor –y sus diferencias—estaba completamente mediatizado por sus usos más primarios, más básicos. Tal como el amor de una madre por su hijo, o el amor entre enamorados. Esa diversidad de amores trajo en las lenguas antiguas varias definiciones del amor. No parecía que todas esas definiciones sirvieran para expresar el amor de Dios por sus criaturas y mucho menos el amor humano por la divinidad. E, incluso, esas limitaciones en la naturaleza del amor de Dios han llegado hasta nuestros días y han limitado la expresión del amor divino en su definición humana. Tuvo que ser el papa emérito Benedicto XVI quien con una gran perspicacia y valentía dijese que Dios amaba a sus criaturas con el mismo amor apasionado como un hombre ama a una mujer, o una mujer a un hombre. Era el eros, condenado este sólo a la relación física –aun elevada—entre los humanos. Y es que siempre se ha tenido mucho miedo al amor total.

3.- Y todo esto sirve como introducción pero mejor matizar la escena evangélica de hoy en la que se contrapone la capacidad de amar del todo con el fariseísmo. Y si Jesús en lo más alto de su servicio a sus hermanos, hombres y mujeres, quiso revelarnos el amor total como substancia y naturaleza de Dios, también, de manera muy intensa y repetitiva quiso advertirnos sobre el fariseísmo, sobre la sublimación de la soberbia y de la norma sobre cualquier otra cosa. No fueron, solamente, las advertencias de Jesús de Nazaret sobre el fariseísmo posicionamientos concretos contra un grupo que, en un momento concreto de la existencia de la humanidad, había desvirtuado con mucha fuerza y energía la verdadera imagen de Dios. Se trataba de un peligro grave y permanente que tendería a aflorar en los comportamientos religiosos de todos los tiempos y todas las religiones. Y eso hemos de tenerlo muy en cuenta.

4.- La relación con Dios, la cercanía que produce la oración humilde y sincera trae algo de vértigo. Vislumbrar que Dios está ahí produce un primer efecto autodefensivo de decir: “hasta ahí no quiero llegar”… porque admitida esa presencia es imposible negarse a recibirle. Pero, sin embargo, se puede vivir en un régimen de ateísmo cultual en que la norma sustituye al fondo de la cuestión y, entonces, el “peso de Dios” apenas estorba. Es lo que dicen muchos autores sobre “encerrar a Dios en una jaula de oro” dentro de la conducta de los fariseos.

5.- Es lo que se me ocurre hoy respecto al peligro del ateísmo cultual. Se pueden acometer muchas novenas, muchas misas, muchas procesiones y no creer en nada. Hay que amar. Y al amor no se llega por imposición alguna. A la fe, tampoco. Son donaciones de Dios. Y decir que, probablemente una de las frases más impresionantes pronunciadas en todo el acero cristiano fue aquella de San Agustín que decía: “Ama y haz lo que quieras…” Todo lo que desde el amor se hace es bello, bueno, ejemplar, alegre.

LA HOMILÍA MAS JOVEN

GENTE DE ALTA Y BAJA CATEGORÍA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Fariseo no podía serlo un cualquiera. Se trataba siempre gente de categoría social e intelectual y de ninguna de ambas se desprendían nunca. Acordaos, mis queridos jóvenes lectores, que el mismo Pablo nunca olvida que ha pertenecido a este rango. Era un postín. Gracias a recordárselo algunos le escucharían con más atención. También suponía buena posición social y económica. Ahora bien, hay que reconocerlo, más que sabios eran eruditos.

2.- Prostituta podía ser cualquier mujer. Ejercer este oficio suponía baja condición, ínfimo rango en todos los sentidos. Es este empleo necesario, según dicen, pero que siempre margina. La apariencia física y la condición económica, no impiden ejercerlo.

3.- En la cima del monte Tabor, miro siempre hacia abajo, al pie de la falda, en la vertiente que desciende por el sur. Mirar y repasar el panorama ayuda a recordar, actualizar y aprender mucha ciencia bíblica. Momentos importantes de la historia de Israel se vivieron por aquí. A la izquierda, imagino que estaba la casa de la nigromante de Endor, la que acogió al rey Saúl, caído ya en desgracia. A la derecha se distingue todavía Naín, lugar del milagro del que hablaba el evangelio del domingo pasado. En la lejanía, hacia poniente, Nazaret. Al frente de donde observo, abrigo la esperanza de que se conserve la casa del fariseo que invitó al Señor. Supongo que todavía están los cojines donde se reclinó Jesús y que todavía se respira la fragancia que derramó aquella buena mujer, prostituta de oficio o de desgracia, que quiso perfumar al Señor y, careciendo de tela apropiada, secó con su propia cabellera, las lágrimas que habían humedecido los pies del Maestro.

4.- Aprovechó ella la circunstancia, común de aquella tierra y de aquellos tiempos, de que a un banquete no se le ponían puertas, que en aquella casa no existía un reservado para invitados exclusivos. El ambiente, sin duda, estaría repleto de alegría hueca, de víveres, de palabrería ampulosa y satisfecha. Aquella desconocida mujer lo inundó de amor. Los comensales no supieron descubrirlo, se fijaron solo en su condición, que conocerían de sobras, tal vez alguno hasta había sido su cliente. Pero no quiero ahora exponerme a calumniarlos, es suficiente señalar su actitud espiritual, la que con mucha elegancia al principio y absoluta sinceridad después, señaló el Maestro.

5.- Henri Bergson distingue las dos fuentes de la moral y la religión. Una de ellas es estática e impersonal. Tiende a mantener el orden. Los hombres han constatado que la vida social tiene exigencias y las han codificado para que reine la paz. La otra fuente es una fuerza interior dinámica, nueva y revolucionaria, es una fuerza personal que libera y proyecta hacia lo alto.

6.- Existe el pecado y los pecados. Los pecados son aquellos actos contrarios a los preceptos, que la Iglesia conoce, sabe y puede perdonar. El pecado es encerrarse, estar satisfecho de uno mismo, proteger, impedir que alguien se pueda aprovecharse de lo que uno tiene. Conservar y conservarse. Quien está impregnado de pecado, no puede ser perdonado, encontrar la Gracia, pues carece de amor.

7.- Aquel que un día y otro no cumple con las normas establecidas, sin complacerse en ello, pese a que continúe día sí, día también, en lo mismo, sin perder la esperanza, está preparado para que ines

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