01 febrero 2016

Domingo 7 febrero: Para la homilía (Domingo V de Tiempo Ordinario)

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Vocación
La historia de la salvación está jalonada de llamadas personales de Dios. La Palabra de Dios nos presenta hoy tres relatos de vocación: Isaías, Pedro (junto con los Zebedeos) y Pablo son alcanzados por la llamada de Dios. Llamados, ante todo, a la fe pero también a ser portadores de la Palabra y reveladores del misterio y proyecto de Dios: Dios llama a Isaías para que sea su profeta, y a los apóstoles, incluido Pablo, para que sean “pescadores de hombres”. Porque Dios quiere gentes que encarnen su proyecto y su vocación de servidores; ha querido contar con la colaboración humana para la realización de su proyecto de «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim. 2,4). «A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?» Dios no tiene manos; sólo tiene nuestras manos.
Estas experiencias de vocación, tienen lugar en situaciones muy distintas: Isaías, en el templo, en el ámbito de una celebración litúrgica sacra; Pedro y sus compañeros, en el trabajo, en medio de las faenas propias de su profesión; Pablo, en el camino, enardecido por una actitud hostil hacia Jesús y sus seguidores. Todos los lugares y situaciones son ámbitos de encuentro y compromiso.

– La “vocación” (en el lenguaje religioso), es siempre “llamada hacia adelante” (lit. “pro-vocación”); una invitación a salir, como Abrahán, de la propia tierra y planes individuales, y caminar dando pasos nuevos en la delidad y compromiso creyentes. Es lo que Jesús le indica a Pedro cuando le dice: “¡rema mar adentro!”
Por eso es llamada desestabilizadora que exige capacidad de riesgo y una buena dosis de confianza. No es de extrañar que los llamados, de entrada, mani esten su incapacidad o indignidad para lo que se les propone. Es un dato que quedaba expresamente reflejado en los tres textos: Isaías, sobrecogido por la visión de Dios, exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo soy un hombre de labios impuros». Algo similar le sucede a Pedro que, de rodillas ante Jesús, dice: «¡apártate de mí, Señor, que soy un pecador!»; y el propio Pablo lo deja entrever, cuando hablando de las manifestaciones del Resucitado, se coloca en el último puesto de la lista y dice: «Por último, como a un aborto, se me apareció también a mí».
Al llamar, Dios no tiene en cuenta las cualidades y virtudes sino, ante todo, la disponibilidad y con anza. Dios no nos quiere poderosos sino disponibles: Isaías, el pecador confeso de labios impuros, se ofreció al Señor con plena disponibilidad: «aquí estoy, mándame». Queda claro que los llamados no son personas extraordinarias y excepcionales, sino normales, limitadas y pecadoras.
– A partir de unos datos históricos concretos (la actividad de Jesús en torno al lago de Genesaret, la profesión de los primeros discípulos, la familiaridad con el entorno y la actividad de la pesca) el evangelista reconstruye una escena cuyo primer objetivo es poner de relieve el sentido de la vocación al seguimiento.
  • La iniciativa parte de Jesús. Es él quien llama y sigue llamando sin que importen anteriores experiencias, cansancios o pecado.
  • Se realiza desde la experiencia del encuentro personal que acompaña a la fe. Aunque se supone que ya ha habido una convivencia prolongada con Jesús, el relato evangélico recoge ese momento de gracia que deja temblando el corazón al descubrir la propia realidad y la de Jesús: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!», dice Simón. «Estaban pasmados», se dice de los demás compañeros. En el caso de este evangelio la llamada y la experiencia se realiza dentro de un grupo ya constituido en el que Simón es líder.
  • Incluye la decisión y generosidad de la respuesta: «Dejándolo todo, lo siguieron». La expresión engloba no sólo el desprendimiento de cosas materiales sino el cambio radical en la escala de valores, dejar lo que obstaculiza y estorba en la tarea que se va a emprender o es contrario al mundo que se quiere construir.
Vocación-misión
El segundo objetivo del evangelista Lucas, paralelo al anterior, es re ejar la unión entre vocación y envío misionero, a la vez que recoge la experiencia apostólica de las primeras comunidades. Creer es saberse enviado; descubrir y encontrarse con Jesús es aceptar el compromiso de anunciar la buena noticia y construir el Reino. Para comprender el significado profundo de la narración hay que leerla en clave de misión.
– El “mar” es el ambiente duro y peligroso en el que los hombres luchan por sobrevivir. Re eja, a la vez, la experiencia de las primeras comunidades cristianas en sus trabajos de anunciar el evangelio en medio de un mundo difícil. Los peligros que representa el mar son las di cultades y las amenazas a la vida y a la realización de las personas. Capitaneados por Simón, profesional del ramo, aquellos pescadores han experimentado la ine cacia de los recursos humanos en que con aban. «Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada».
– Cuando el grupo sigue las directrices de Jesús y Él está presente, la pesca será abundante, aunque no sea la hora apropiada según los expertos: «Al ver que reventaba la red, hicieron señas a los socios de la otra barca para que les echaran una mano». Pedro y sus compañeros contribuyen a que la Palabra del Señor sea efectiva en el trabajo.
– La tarea de Jesús y sus seguidores consistirá en ser “pescadores de hombres”, rescatar y salvar en ese mar la vida de los hombres. Pescar ya no es una profesión de la que vivir o sobrevivir la propia familia, sino una misión que se ocupa de los otros. «En adelante, te ocuparás de los demás». La pesca de peces será el rescate de hombres; “echar la red” será predicar y reunir a los hombres en la comunidad de Jesús.
También hoy llega esa llamada. Dios llama hoy a cada uno de muy diversas formas y ocasiones, y debemos estar abiertos, atentos frente a posibles distracciones o sorderas. Nos llama a acoger a su enviado Jesucristo, a creer en su palabra y a ser testigos de la fe delante de otros. En escuchar esa llamada y en darle una respuesta el se resume la vida del cristiano.
El Señor llama a ser pescadores de hombres, a intentarlo de nuevo, contando sobre todo con su gracia: «Por tu palabra, echaré de nuevo las redes». En este sentido, hay que entender que el milagro que realiza Jesús estuvo más en lograr que Pedro superara las razones que tenía para no echar las redes, que en los resultados espectaculares que luego consiguió. De ese milagro estamos necesita- dos también nosotros. Ellos, Pedro, Santiago y Juan, «sacaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, le siguieron». Para estar con él y vivir como él.
Dios llama en el templo, en el trabajo, desde el camino…. desde la realidad áspera e ingente de pueblos hambrientos, desde el imperio de los intereses del mercado. Desde esa realidad nos llama a entrar mar adentro, a hacernos contemporáneos, a llenar el mundo de noticias de solidaridad.
– ¿Hemos sentido alguna vez la llamada a ser pescadores de hombres para el Reino?
– ¿Contribuyo con mi ofrecimiento a ayudar y colaborar con quienes están ya embarcados en la misión?
– ¿Valoro la vocación personal como con-vocación con otros en la misma barca de la Iglesia?
Juan Francisco Herrero García, S.J.

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