01 febrero 2016

Domingo 7 febrero: Lc 5, 1-11 (Evangelio Domingo V de Tiempo Ordinario)

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En Marcos y Mateo, el llamamiento de los primeros discípulos (Mc 1,16-20; Mt 4,18-22) precede a la estancia de Jesús en Nazaret; no así en Lucas: al principio está la presencia de Jesús en su aldea, como hemos visto en los dos domingos pasados, inmediatamente después viene la primera llamada al seguimiento, que corresponde al evangelio de hoy. Las respectivas narraciones de Marcos y Lucas, que nos informan del acontecimiento, son muy escuetas, concentrándose ambas en lo que significa la esencia del discipulado. En cambio en Lucas el relato tiene una mayor extensión y es presentado en el contexto ampliado de una pesca milagrosa.
En Marcos y Mateo, los primeros discípulos del Maestro Nazareno son dos parejas de hermanos: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo. Sorprendentemente en Lucas, que centra toda la acción en el impulsivo comportamiento de Simón Pedro, no se menciona a su hermano Andrés. Los hijos de Zebedeo son presentados como «compañeros de Simón» en la faena de la pesca.
Los tres evangelistas concuerdan en situar la escena en el lago de Galilea o de Genesaret, como lo llama Lucas. Éste alarga la acción, jando su mirada en el asombrado Pedro, que ha comprobado en la mencionada pesca milagrosa el poder divino que asiste a Jesús. Esa sorprendente manifestación de Dios en Jesús suscita en lo íntimo de la conciencia de Pedro su indignidad pecadora: «Apár- tate de mí, Señor, que soy un pecador». Sentimiento del que sin duda participan también sus acompañantes, de los que más adelante hablaremos. Jesús quita el temor de Pedro y le confía un encargo de gran trascendencia: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres».
Los tres evangelistas concuerdan en el sentido de la misión confiada: hacerles pescadores de hombres. También en la respuesta dada por los llamados. En Marcos y Mateo los llamados dejan la familia, la casa y el trabajo, siguiendo a Jesús sin mediar palabra alguna en un acto de obediencia y generosidad. Con mayor radicalidad aún, Lucas sostiene al concluir el relato, que «dejándolo todo, lo siguieron». Ante la llamada soberana de Jesús sólo puede haber una respuesta válida: la prontitud para el seguimiento, entrando así con todas las consecuencias en el permanente discipulado. Segregados de todo lo anterior, se pondrán al servicio del reino, harán suya las palabras sanantes del Maestro y participarán de las acciones poderosas del Evangelio. La acti- tud de este trío de galileos posibilitó con el paso del tiempo el nacimiento del cristianismo.
Pero profundicemos un poco más en el hecho. El intenso encuentro con Jesús transforma por completo la existencia de Pedro, que tiene en la dinámica de la narración un indudable protagonismo. Desde ese momento se convertirá en una persona nueva, será transformado para siempre. Algo ha contemplado en el que ha salido a su encuentro que le ha hecho cambiar de comportamiento y hasta variar su escala de valores. Ahora lo que le importa es seguir los pasos de su Señor, así le llama, y empezar a valorar las cosas en lo que son, sin dejarse desviar por otros intereses y sin primar lo que en realidad resulta efímero a todas luces y falto de verdadero sentido.
Algo parecido sucede también con Santiago y Juan, compartiendo los tres una reacción muy semejante. De simples trabajadores en las faenas de la pesca, se van a convertir en servidores de los hombres, con lo que esto signi ca y conlleva para su presente y futuro, lejos de sus seres más queridos. No van a pensar ya en sí mismo y en sus asuntos familiares, sino en el bene cio de los demás, sobre todo los más desprotegidos de este mundo, los que más ayuda necesitan para salir de su postración. De personas privadas, afincadas en lugares bien comunes, pasarán a ser solícitos anunciadores del reino, luchadores contra el mal y sanadores de toda clase de enfermedades (9,2).
Estos tres hombres, sencillos y honestos, se percatan al unísono de que en la llamada del profeta de Nazaret está actuando y hablando el mismo Dios, que se les está comunicando con toda la fuerza de su amor. Son conscientes de la trascendencia de la invitación recibida, en la que está implicada su existencia entera y pone en funcionamiento todos los resortes de sus personas. Nada hay más fuerte para ellos que compartir vida y misión con aquel singular hombre que entró de improviso en su vida y se hizo hecho presente en ellos como embajador del mismo Dios.
No lo siguieron por atolondramiento o afán de novedad, tampoco por un insensato impulso de aventuras, mucho menos a causa del aburrimiento proporcionado por un trabajo anodino, ¡no!, lo abandonaron todo porque en ese hom- bre extraordinario el mismo Dios les estaba hablando, que no les pedía nada concreto, pero que les exigía todo con la fuerza irresistible del que entra en el hombre como un secreto de compromiso y como una respuesta imposible de resistir cuando llega a la capa más íntima de la conciencia.
El comportamiento de Pedro, Santiago y Andrés nos ayudan a descifrar nuestro propio encuentro con Jesús, el Maestro de la vida interior y el Dispensador de los misterios, que nos traen la salvación. En el espejo de los tres primeros discípulos podemos mirarnos indudablemente cada uno de nosotros. Jesús ha sido repudiado en Nazaret, lo veíamos los dos domingos anteriores, pero en la misma Galilea Pedro, Santiago y Juan acogen con entusiasmo a Jesús y están dispues- tos a aceptar sus exigencias, así como continuar su causa de liación y fraternidad. A través de Jesús Dios les ha elegido para reproducir ante su pueblo los mismos hechos salvíficos.
En el momento presente y en la situación concreta en que nos encontramos, también los cristianos podemos mantener un encuentro dialogante con Jesús y reforzar el seguimiento, que ya obra en nosotros. Este hecho constituye una tarea básica en nuestra vida espiritual como creyentes comprometidos. Sólo en Jesús encontramos «palabras de vida eterna». Sólo en Él nuestro yo pecador será sustituido por el yo gozoso y transformado del que ha encontrado el sentido de la existencia y ha orientado su vida hacia la luz, la verdad y el amor. Jesús nos invita a entrar en comunión con él y a vivir de acuerdo con su estilo de vida, pensando como Él piensa, sintiendo como Él siente y, en de nitiva, amando como Él ama.
También actuando del mismo modo que Él lo hace. Aquí y ahora Jesús nos sigue llamando a nosotros, a cada uno en la situación precisa, en que nos encontramos. Que como Pedro, Santiago y Juan seamos generosos para recorrer en compañía del Señor nuestro camino existencial, salir de los propios egoísmos y estar dispuestos a proseguir la evangelización, la tarea principal que tiene hoy entre manos la Iglesia en el momento presente y que no admite vacilaciones ni dilaciones.
Luis Ángel Montes Peral

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