25 noviembre 2015

I Domingo de Adviento, 29 noviembre: Evangelio

En medio del discurso escatológico que pronuncia Jesús poco antes de su pasión, y después de haber hablado de la persecución de los cristianos y de la destrucción de Jerusalén, se abren las perspectivas hacia dimensiones cósmicas (cielo, tierra, sol, luna, estrellas): «las potencias del cielo serán sacudidas» (v.25-26, ver Jl 3,3-4). Frente al caos que la apocalíptica judía veía en estas catástrofes, el evangelio revela, en medio de las angustias del momento, la presencia del Hijo del hombre, cuya parusía es un momento de gloria (v.27). Al final de la historia no nos encontraremos con un extraño, sino con aquel que en su vida nos reveló a Dios. De manera que el Hijo del hombre no vendrá con venganza y violencia sino como el representante del Dios de la misericordia, el que nos manifestó Jesús. Cuando venga ese momento podemos levantar la cabeza sin miedo, se acerca nuestra liberación (v.28). No se habla aquí de la redención de los pecados, sino de la futura reivindicación que está más allá de los sufrimientos del discipulado y de la tensión del seguimiento de Cristo.
Por eso, cuando sucedan estas cosas no nos debemos dejar hundir por el miedo, sino todo lo contrario: somos exhortados a la vigilancia y la oración (v.34-36, ver 12,35-47; 17,20-37). Contra el riesgo de la decepción ante el retraso de la parusía, se nos pide a los creyentes que asumamos el riesgo de la vida, eliminando de nuestro corazón todo comportamiento que nos aleje del camino evangélico y estar así preparados para el día del Hijo del hombre. Los comportamientos criticados, juergas, borracheras e inquietudes de la vida, son elementos que aparecen también en las exhortaciones paulinas (1 Tes 5,4- 8; Rom 13,13). Estamos, pues, ante rasgos que forman parte de las exhortaciones de la iglesia primitiva. El anclarnos excesivamente en estos u otros rasgos de la vida cotidiana se denuncia como ausencia de confianza en la providencia de Dios (ver 12,13-34). Y termina el texto con una bella imagen: se trata de tener la honestidad y delidad suficiente como para poder mantenerse en pie «ante el Hijo del hombre» (v.36). Así demostramos que somos creyentes adultos y responsables.
Luis Fernando García-Viana

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