29 noviembre 2015

A la espera del Señor

Acabamos de escuchar un mensaje profético singular en las lecturas. Las tres están dirigidas a comunidades atravesadas por dificultades y crisis. No son signos apocalípticos lo que debe impresionarnos sino el mensaje que se nos propone en ellas de parte de Dios. Es un mensaje que ofrece esperanza y pide responsabilidad. Hagamos nuestras estas palabras. Hoy también hay quienes viven momentos muy difíciles. Hoy se nos dice que Dios está presente en las calamidades.
Jeremías habla al pueblo de Israel angustiado, oprimido por la destrucción de Jerusalén. Viven con dolor en el exilio. El profeta les trae un rayo de esperanza al decirles: “Dios no se olvida de su pueblo; el Señor cumplirá su promesa y suscitará un Salvador que impondrá justicia y derecho sobre la tierra”. 
San Pablo se dirige a los cristianos de Tesalónica, conoce la fe y la caridad de aquella comunidad cristiana y los peligros, las persecuciones y las falsas esperanzas que les afectan; les exhorta a mantenerse fieles ante Dios nuestro Padre, para que cuando vuelva Jesús encuentre en ellos fortaleza en el amor mutuo, dispuestos así para recibirle. 
Lucas en la lectura evangélica recoge palabras de Jesús a una comunidad de seguidores suyos atemorizada: “el Hijo del Hombre vendrá, no lo dudéis, manteos en pie, despiertos ante Él, trae vuestra salvación”.
Los evangelios no solamente relatan lo que Jesús hizo y dijo en su tiempo, actualizan su palabra que hemos de la considerarla actual, pronunciada para nosotros que queremos seguirle hoy. Dios está presente en nuestras calamidades.
Conocemos las crisis generalizadas que padecemos en estos días, crisis ante las que nosotros hemos de tener responsabilidad.

Muy posiblemente alguien dirá que puede aburrir y cansar tanto hablar de desahucios, de recortes, de mutilación de la sanidad pública y privatización, de la crisis. Pero es el mundo de hoy en que nos toca vivir; tras haber logrado, gracias a luchas sociales, un estado de bienestar muy relativo, se está produciendo un desmantelamiento del mismo, un enriquecimiento de unos pocos que se quedan con lo que se les está negando a los más, el mínimo vital. El hecho es que hay quienes se suicidan, desesperados, banqueros que dicen que son efectos colaterales del orden económico, los políticos que no hay soluciones mejores que las que nos ofrecen. Pero es cierto también que en medio de esta noche cerrada habrá una luz y una esperanza, habrá una salida, Dios quiere un mundo de justicia y bienestar que debemos alumbrar estando alerta y vigilantes, combatiendo toda injusticia y todo desorden.
El evangelio nos apremia a vivir en la verdad y apartarnos del egoísmo, la soberbia, la mentira, la avaricia, el hedonismo o el consumismo, apartarnos y combatir todo esto que no pertenece al reino de Dios y se perderá, trabajar duramente para anularlo, aunque nos cueste persecuciones. Nos llaman el sufrimiento de hermanos nuestros y el deseo implacable de Dios.
Lucas al anunciarnos la salvación, nos ha dicho que la salvación de Jesús no es solo para el más allá, Dios la quiere también para este mundo en que vivimos, nos ha dicho que la esperanza de salvación, que Jesús nos trae, es una esperanza comprometida para todos con el compromiso de crear austeridad y generosidad sí, pero con justicia y superación de desigualdades sociales sin sentido alguno. La salvación que Dios quiere es una salvación sincera, desde nuestro interior, que nos libere de egoísmos y ambiciones y nos transforme en personas capaces de realizar nuestro amor en verdaderos compromisos, que nos decida a quitar los males, que nosotros llamamos los pecados de este mundo. No viene para otra cosa, tengamos las ideas claras. Nos llama a vivir como hijos de Dios, como hermanos. Para eso nos comprometemos.
Contra los que piensan que no hay por qué buscar sentido ni finalidad a la creación, a la humanidad, a nuestra vida personal, defendemos que todo esto es un proyecto, el parto de una familia de hijos, que Dios engendra y saca adelante. Hay sentido, hay proyecto de Dios, hay trabajo que hacer, personal y social.
Contra los catastrofistas que creen sólo en el Dios juez y ven sólo los pecados del mundo, sabemos que el reino de Dios está aquí; que Él es el Libertador, el Padre que trabaja por sus hijos, y que pide a sus hijos que trabajen también, que la aventura acabará bien, por la fuerza del Espíritu, porque Dios nos quiere y es poderoso, porque está aquí su Espíritu y Dios nos responsabiliza para hacernos cargo de cuanto sucede en este mundo y trabajar por su solución justa, nos promete que llegará. 
Comenzamos hoy el Adviento, nos preparamos a la Navidad, vamos a celebrar que Dios irrumpe en la historia, está junto a nosotros para comunicarnos su vida, Él es ante todo esperanza y liberación para quienes más sufren. Jesús nos llama hoy a incorporarnos a la corriente de amor que Él nos trae, que procede de Dios, que se expresa como gratuidad, para construir una humanidad más digna y fraterna. Así hemos de celebrar la presencia del Hijo del Hombre en nuestra historia, fieles a la palabra que hoy hemos escuchado. 
Para realizar nuestro compromiso nos ha señalado hoy dos condiciones que recoge Lucas en la página evangélica que hemos leído: 
La primera, “estar despiertos, vigilantes” tener la mente despejada. Cada uno hemos de examinarnos con lealtad ante Dios. Ver con claridad lo que nos pide Jesús en su venida. La vigilancia es una actitud propia del cristiano. 
La segunda condición, pidiendo fuerzas para perseverar hasta el fin. Jesús viene a ayudarnos. La vigilancia ha de ser activa, se ha de expresar y realizar en el trabajo y en la convivencia de cada día, será sobre todo amor que no puede dormir cuando hay tanto que transformar y construir en nuestro mundo, donde tantos junto a nosotros esperan una mano amiga que les ayude, que puedan contar con nosotros. 
En medio de las catástrofes y calamidades, que nos ocultan todo lo que Dios ha hecho, Dios nos envía a Jesús que está presente en cada uno de nosotros, enseñándonos el camino verdadero, dándonos ánimos para enfrentarnos a todo lo que es calamidad y prepararnos para su venida, para eso no hay más remedio que acciones decididas y valientes para instaurar lo que Dios trae por medio de su hijo. 
Hagámoslo como nos ha dicho Jesús en pie ante Él, vigilantes, para que su presencia no nos sorprenda, nos penetre y nos transforme, para que también nosotros podamos participar en la liberación de las esclavitudes, de los sufrimientos y las opresiones que originan nuestros pecados. 
Es el sentido de este tiempo de Adviento, que hoy comenzamos.
José Larrea Gayarre

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